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Hubo un tiempo en que las paredes lo silenciaban todo. Los gritos, los golpes y el llanto. Un tiempo en el que las miradas de censura y los gestos de reprobación eran invisibles detrás de esos muros mucho más sólidos que los construidos con bloques de hormigón: los que separan una realidad incómoda de la sociedad que la normaliza. Como si de unas compuertas macizas se tratara, la indiferencia colectiva ante una violencia considerada como asunto privado mantuvo en los márgenes lo que debería haber estado siempre en el centro: el derecho a la libertad y a la vida de todas las mujeres.Con el cambio de milenio, las paredes empezaron a volverse endebles para dejar de insonorizar una verdad que se da mucho más allá de los límites del hogar. De hecho, el primer caso de violencia machista que se mediatizó en España fue el de Sandra Palo, una getafense de 22 años con una discapacidad psíquica leve a la que varios jóvenes violaron, atropellaron y quemaron en mayo de 2003 en plena calle en Carabanchel. El cuerpo fue hallado en Leganés y conmocionó a toda la sociedad española en el año en el que el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) empezó a contabilizar las víctimas de violencia de género. Desde entonces y hasta hoy, en Madrid han sido asesinadas 103 mujeres a manos de sus parejas o exparejas, sin contar los feminicidios que se producen fuera del ámbito íntimo, como fue el de Sandra Palo que, aunque despertó conciencias, no consta entre las cifras oficiales.
Entre las que sí suman a la lista, la última víctima de violencia de género en la Comunidad de Madrid fue asesinada el pasado 14 de julio en la localidad de Torrejón de Ardoz. «Yo estaba en la academia en ese momento, pero supe del caso que, evidentemente, conmocionó a toda la población porque, aunque lo veas y escuches en las noticias, cuando te toca de cerca impresiona más», recuerda sobre el suceso Elisa Moreno, mujer policía torrejonera que ha conseguido la mejor nota de su promoción entre todos los nuevos oficiales de la Comunidad de Madrid que, como ella, tomaron posesión a principios de este mes tras superar la capacitación. Una mujer que a sus 40 años ha conseguido hacerse hueco en un mundo profesional aún muy masculinizado y que, después de más de diez años de servicio y tras muchas noches de trabajo, se ha sentado demasiadas veces frente a frente con la violencia machista: «Mi compañero de patrulla pertenece a la Unidad de Familia (UFA), así que, siempre que podemos, acudimos a las llamadas de denuncia de este tipo de maltrato y yo, como mujer, suelo ser la que habla con ellas», explica la policía.
Elisa Moreno tuvo el ejemplo de su padre y de su abuelo, dos agentes ya jubilados y, aun así, dejó madurar su vocación mientras se diplomaba en Fisioterapia, una carrera que, sin embargo, la llevó al mismo punto: ser policía. «A mí me entró la curiosidad desde muy pequeñita, pero lo dejé aparcado para estudiar, y ya ejerciendo como fisioterapeuta, traté a varias personas que se habían lesionado durante las pruebas física para opositar a policía y me volvió el gusanillo; a los 27 años decidí prepararme y un año después lo había conseguido», cuenta esta vecina ilustre de Torrejón que, además de velar por la seguridad de todos, es a tiempo completo madre de dos niños, lo que suma mérito a su hazaña y sus impecables resultados.
La Policía Local es en muchas ocasiones el primer escalón para poner fin a un marco de violencia machista, el primer contacto de una víctima cuando se decide a contar su historia y de los testigos que quieren denunciar, por eso, los agentes reciben cursos específicos para aprender a abordar una violencia sistémica que, como tal, merece un abordaje propio. No obstante, las personas que asisten directamente a este tipo episodios, consideran que hace falta algo más que formación para sobrellevar un caso de violencia de género: «Para esto necesitas tener una sensibilidad especial porque las cosas que ves son muy duras y las personas con las que hablas están verdaderamente sufriendo, así que, creo que tienes que tener ciertas habilidades sociales para poder enfrentarte a este tipo de situaciones», asegura Elisa Moreno. En este sentido y sin desmerecer en absoluto el trabajo de sus compañeros, la oficial advierte de la ventaja con la que cuenta las mujeres policía como ella en esta labor: «Nosotras empatizamos más fácilmente con la víctima sobre la que despertamos más confianza y por eso ellas siempre se abren más cuando la interlocutora es una mujer».
Acudiendo a las cifras, el año pasado Madrid se posicionó entre las comunidades con las más altas tasas de mortalidad por violencia de género; sin embargo, con la irrupción del factor Covid-19, este 2020, contra todo pronóstico, el número de mujeres asesinadas por sus maridos, novios o exparejas ha disminuido de siete a dos, el registro más bajo en la región desde que se cuentan de forma oficial. «Pensábamos que con el confinamiento iban a aumentar los casos, pero no fue así, lo que, según hemos comentado ya en varios foros policiales, podría deberse a que los hombres no pudieron pasar tanto tiempo en los bares, teniendo en cuenta que, muchas de las veces que respondemos a una llamada, el agresor se encuentra en estado ebrio», argumenta Elisa Moreno.
Pero no hay que olvidar que detrás de los nombres hay una historia que empezó a escribirse mucha antes de que llegará el peor de los capítulos finales. Que la violencia machista nunca empieza con un golpe y que el 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, no es un día de luto, sino de reivindicación, no fuera a ser que los minutos de silencio volvieran a cimentar aquellas paredes que, en un tiempo no muy lejano, lo silenciaban todo. Por eso, como dice una mujer policía, tenemos que seguir haciendo ruido, porque este no es un problema nuestro, «es un problema de todos».