Cuestión de inconstitucionalidad
Reportaje
Huertos urbanos: los nuevos centros de ocio en los barrios de Madrid
En la última década, el número de cultivos comunitarios de la capital se ha multiplicado por diez y ya son 80, hasta 100 contando con los que siguen en vías de regulación
Reconectar. Escapar de la sinfonía desacompasada de martillos hidráulicos y bocinas eléctricas. Observar el tiempo pasar, casi quieto cuando lo hace a través de los brotes tiernos que un día fueron semillas. Escuchar y mirar. Salir y conocer. Cualquiera necesita sentirse parte del mundo a su alrededor más allá de las paredes de una casa o del escritorio de una oficina. Como cualquiera necesita respirar aire fresco, perderse en gente nueva, reconectar con las personas y con la tierra.Más aún en Madrid, donde los ritmos los marca la ciudad. Especialmente hoy, cuando el aislamiento social ha dejado de ser una distopía. Y, por eso, el futuro será de los barrios y progresará entre cultivos.
«Los madrileños y madrileñas cada vez demandan más estos espacios, pero, sobre todo, a raíz de la pandemia, cuando hemos notado un importante repunte de interés; después de meses de confinamiento y de pasar tantos días recluidos, el cuerpo y la mente nos piden volver a relacionarnos al aire libre», explica Alberto Peralta, miembro fundador de la Red de Huertos Urbanos de Madrid (Rehdmad), quien ha visto cómo en la última década estos puntos verdes en la capital se han multiplicado por diez: «Desde 2010, el número no han dejado de crecer y en la actualidad hay cerca de 80, ¡hasta 100 si tenemos en cuenta los que aún están en vías de regulación!», detalla.
Un éxito que él atribuye a la definición más amplia de lo que verdaderamente es un huerto urbano comunitario: «Más allá del trabajo agrícola, de la labor con las manos, hablamos de experiencias de participación, de laboratorios ciudadanos en los que no solo se planta y recolecta, sino que también se impulsan modelos de alimentación saludable y de movilidad sostenible y, lo más importante, son lugares amables, lugares de encuentro y ocio para los vecindarios», asegura convencido mientras guía a LA RAZÓN en una ruta en su búsqueda por el distrito de Arganzuela.
El germen: la crisis económica
El primer ensayo de huerto urbano en Madrid lo improvisaron en una parcela interbloque un grupo de El Pilar, como por impulso para inspirar hondo cuando la crisis económica y financiera asfixiaba. Lo bautizaron como La Pilukay pronto se convirtió en un ejemplo a seguir: «De manera espontánea, los vecinos y vecinas de otras zonas empezaron a hacerse con solares municipales que llevaban años abandonados, generalmente degradados, para imitar a los pioneros y montar sus propios huertos como herramienta relacional a partir de la que programar actividades culturales con las que mejorar el día a día de sus barrios», narra la Alberto, que continua: «Dos años después, éramos media docena, entre ellos, Esto es una plaza, en Lavapiés, al que yo pertenecía, pero el movimiento no dejaba de ganar popularidad y formamos la Rehdmad».
Entonces, el planteamiento urbanístico de Madrid no recogía la figura de algo que se le pareciera a un suelo agrícola en ciudad, así que, sí, los huertos urbanos nacieron dentro de la alegalidad o, lo que es lo mismo, en sus orígenes, los huertos urbanos tuvieron que resistir a los desalojos durante las negociaciones con el Ayuntamiento a través de la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos de Madrid (Fravm). «Nosotros justificábamos que en otras ciudades europeas existían planes de regulación y que esto nos permitiría solucionar la situación de precariedad en la que se encontraban algunos espacios al no tener electricidad ni agua», argumenta el miembro fundador de la red que, sin embargo, reconoce: «La mejor prueba la acabó aportando la ONU, que en 2012 nos reconoció nuestra actividad como buenas prácticas ambientales».
El florecimiento: el plan del PP
Desde el principio, los técnicos del Ayuntamiento mostraron su apoyo a esta iniciativa ciudadana, y así lo reconoce Alberto Peralta: «Solían venir a nuestras asambleas para saber qué hacíamos y cómo lo hacíamos y creyeron en ello, así que siempre han sido nuestros aliados, de hecho, yo creo que fueron ellos los que consiguieron que los políticos de que tomaran la decisión correcta». Así, en 2015, el gobierno del Partido Popular con Ana Botella a la cabeza creó un plan municipal de huertos urbanos comunitarios que incluye un protocolo de cesión de zonas verdes a las asociaciones vecinales a cambio del compromiso de cultivarlo y cuidarlo, concretamente, 15 parcelas al año.
«A partir de ese momento los ánimos se calmaron y nosotros empezamos a funcionar con normalidad», apunta Luis enganchándose a la conversación señalando orgulloso los bancales que acaba de poner a punto para recibir la siembra de guisantes, acelgas y espinacas, propia del otoño. Y es que, el huerto La Revoltosa, escondido bajo la sombra de los pinos de un parque infantil en la plaza de las Peñuelas, sufrió un desmantelamiento en 2013, apenas dos meses después de su surgimiento entre los escombros de lo que había sido una corrala. «No importaron los tractores ni el cemento, volvimos a ponerlo, y aquí seguimos, ahora con los papeles en regla», reitera uno de los 12 responsables de este pequeño cultivo en Las Acacias.
Lúdicos, pero no lucrativos
Para entrar en la Rehdmad es imprescindible cumplir con cuatro requisitos básicos, empezando por que un huerto urbano, aunque en la ciudad, ha de seguir prácticas agrarias ecológicas. En segundo lugar, se establece como método organizativo la autogestión, un concepto que Luis desencripta sin rodeos: «Aquí nada está previamente estructurado; cada mes celebramos una asamblea en la que repartimos las tareas en función del tiempo de cada uno, de la misma manera que cada miembro hace o no una donación para sufragar el material y el seguro de responsabilidad civil, es decir, la autogestión significa que las aportaciones, tanto económicas como laborales, son al gusto del consumidor». Por extensión y como tercera condición, un huerto urbano comunitario debe estar abierto a la participación de todos y todas: «El virus nos ha obligado a cerrar las puertas al público, pero cualquier vecino es bienvenido y seguimos colaborando con otras entidades, como un colegio y un centro de rehabilitación laboral cercanos», aclara Luis sin dejar de recoger antes de cerrar La Revoltosa a la hora de comer.
«Aquí, como ves, todavía estamos con el vermú», dice disfrutando alrededor de una mesa del sol del veranillo de San Miguel Maite Gómez, presidente de la Asociación de Vecinos Pasillo Verde Imperial y una de las agricultoras aficionadas del huerto Las Vías, localizado casi como un apéndice del polideportivo Marqués de Samaranch en el barrio Imperial. «Este es un punto de encuentro magnífico, que aúna ejercicio al aire libre y el contacto con los demás, sin olvidar el gusto que da ver medrar una planta y, por eso, para mí la red de huertos urbanos de Madrid es una de las mejores cosas que se han podido inventar para una ciudad tan dura como la capital», afirma contundente Maite que, con su discurso, anuncia la cuarta y última característica fundamental de estos centros: son lúdicos, pero no lucrativos, pues lo único con lo que se puede hacer trueque en Las Vías, como en los demás, es con fruta, con verdura y con mucha alegría.
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