En foco
Javier Pérez no es muy amigo de protagonizar titulares en la Prensa. Sin embargo, la decisión de obligar a los clientes a realizarse un test covid antes de entrar en su restaurante generó una revolución y un boicot en las redes sociales que le obligaron a retirar la medida en 48 horas.
Ahora, seis meses después relata cómo vivió aquella tempestad que surgió con la mejor intención de este reputado empresario para garantizar la seguridad total en sus instalaciones. Nos citamos con él en uno de sus negocios hosteleros, el famoso Ginkgo Sky Bar, ubicado en Plaza de España, en la planta 12 del hotel VP, también de su propiedad, y desde donde se puede disfrutar de una de las mejores vistas de Madrid.
Javier, que es el director General de VP Hoteles y VP Ginkgo Restaurantes, llega hiperactivo. No es algo pasajero, su mente suele ir a mil revoluciones. Siempre con planes de mejora para sus negocios y ahora, ingeniándoselas para sobrevivir al zarpazo ómicron. No esquiva la controversia que generó su medida y explica el porqué de llevarla a cabo y su retirada exprés.
«Cuando estalló la pandemia yo estaba en China. Al llegar a España no me encajaban las cosas y comencé a preocuparme. Dos de mis hijos habían estado ingresados en la UCI por la gripe A, así que me daba mucho miedo lo que estaba por venir. Me puse a estudiar sobre el virus y a comprar test covid sin saber muy bien lo que estaba adquiriendo. Nadie hablaba entonces de esas pruebas», relata.
Tal era su obsesión que adquirió 4.000 test. Pero claro, a continuación, le dijeron que para utilizarlos necesitaba una máquina de 250.000 euros. También la compró. Más tarde, le comentaron que era necesario montar un laboratorio y ahí fue cuando se puso en contacto con uno para llevar a cabo las pruebas, aconsejado también por los expertos de la Comunidad de Madrid.
Su apuesta siempre fue la seguridad de los suyos, de sus trabajadores y, por supuesto, de la clientela. «Cuando anunciamos que para entrar en el restaurante habría que tener una prueba que confirmara el negativo en covid, nos miraban como si fuéramos bichos raros. En las redes nos amenazaron, nos insultaron, me llamaron radical, nazi... fue duro. No estoy acostumbrado a eso. Así que la idea inicial tuvimos que descartarla en 48 horas».
Entonces, se limitó a adoptar el local para establecer una mayor distancia de seguridad y medidas de higiene. Realizó una inversión de más de 300.000 euros.
«Sin embargo, había clientes que llamaban para pedir la prueba. He hecho más de 3.000 test a personas que lo solicitaban. Y fue de gran ayuda. Por ejemplo, tuvimos un evento de unas 100 personas que contrataron el servicio de test. Cuatro de ellos dieron positivo y gracias a esta medida se evitaron más contagios», cuenta.
«Las críticas por esta medida vinieron de un grupo pequeño de personas, pero ya se sabe que en las redes se hace mucho ruido. De los más de 20.000 seguidores que tenemos en las redes, no habría más de 50 críticos, pero éstos quieren hacerte la vida imposible», lamenta. Sin embargo, su optimismo y pasión por el trabajo que hizo que pronto se recuperara de este revés bienintencionado. «Aquellos días recibí varios mensajes de compañeros de hostelería en el que me daban su apoyo. Es más, estaban de acuerdo con la medida, aunque reconocían que pudiera ser polémica. Me decían: ‘’Prueba tú, y si te das la leche no lo hacemos. Entiendo que fue un riesgo».
Desde entonces, se ha limitado a realizar las pruebas en sus instalaciones a quienes lo desean y, de igual modo, a todo su personal una vez al mes y, como extra, siempre que haya algún caso positivo entre los trabajadores o sus familiares. «En la compañía somos 270 trabajadores, en Ginkgo, estamos ahora 80 personas. Ha habido meses que hemos invertido unos 9.000 euros solamente en pruebas covid», puntualiza.
El oxígeno de Ayuso y Almeida
Tal es su determinación por hacer de su negocio un lugar seguro, que, pese a las reticencias de su equipo de recursos humanos, decidió retirar el bonus a los empleados que no quisieran vacunarse: «Es fundamental recibir las dosis de vacunas, con esta medida los seis o siete trabajadores que tenían dudas se vacunaron. Era una manera de meter presión y concienciar sobre la necesidad de la vacunación».
En su casa, todos salvo su mujer se han contagiado. Incluso su abuelo de 98 años se infectó hace un mes y a los tres días estaba en casa: «Eso es gracias a la vacuna. Nos protege», relata mientras comenta el otro infortunio al que ahora se enfrenta: ómicron. Si bien es cierto que Javier reconoce que dos semanas antes de que estallara la sexta ola «estábamos haciendo una facturación por encima de las cifras prepandémicas, auténticos récords con 1.000 personas diarias y consumos más altos», ahora, todo se ha ido al traste.
«Las reservas han caído un 90%. Teníamos 6.000 personas que iban a comer aquí en eventos y todo se ha cancelado. Durante los fines de semana entraban 700 clientes, ahora no llegamos a los 150. Y así, todas las semanas», afirma con preocupación. Aunque confiesa que espera que en febrero vuelvan a gozar de buenas cifras de ingresos, esta travesía navideña no está siendo nada alentadora.
Su equipo ha elaborado varios «business plan» para atender a las potenciales olas de coronavirus. «Habíamos planteado un momento complicado ahora en diciembre, un par de meses en verano y luego un tercero de una ola más suave que podría durar cuatro meses. Sin embargo, la actual se nos adelantó y ha supuesto un golpe muy duro», confiesa.
Para Nochevieja, por ejemplo, tenía ya apalabradas casi mil cenas en los diferentes locales que regenta. Tan solo quedan en pie unas 200. «No es solo perder los ingresos de esos días sino todo lo que se ha invertido para llevarlas a cabo. Ya tenemos los pedidos de productos de alimentación contratados, vajillas extra, espectáculos, dj, iluminación... Hay una inversión importante detrás que ahora se queda colgada».
A punto de cumplir los 50 años, no hay desafío para el que Javier no encuentre solución. Y aunque la situación que atraviesan los hosteleros madrileños no es muy buena, reconoce que la de sus compañeros en otras comunidades autónomas es mucho peor: «Los de Barcelona, por ejemplo, viven un auténtico drama. Muchos se han visto obligados a cerrar su negocio. Por suerte, en Madrid contamos con una presidenta, Isabel Díaz Ayuso, que ha tenido el valor de hacer las cosas con coherencia y que nos ha dado oxígeno a los hosteleros».
Y añade, que no solo han tenido un gran apoyo desde las autoridades de la Comunidad, «sino que, desde el Ayuntamiento, tanto el alcalde, José Luis Martínez Almeida, como la vicealcaldesa Begoña Villacís, nos han salvado. Sin sus ayudas tengo claro que hubiéramos cerrado. Los 200.000 euros que nos dio el Ayuntamiento fue la clave para que este año no entrásemos en pérdidas».
Pérez no tiene las mismas palabras de agradecimiento para el Gobierno de Pedro Sánchez, que «ha hecho las cosas regular». De hecho, asegura que no desistirá en su lucha judicial para que se reconozcan los daños que se han ocasionado a los hosteleros. «Se que no habrá una resolución hasta dentro de varios años, pero seguiremos adelante».
Pese al impulso del Gobierno autonómico y local, este empresario se sincera al hablar de la reducción que ha tenido que hacer en su plantilla desde que estalló la pandemia: «En el momento en que comenzó éramos 400 personas y 300 entramos en ERTE. Tuvimos que presentar un preconcurso de acreedores y nos quedamos con personal por debajo de 60 personas». Con buen humor, afirma que, para compensar este «vía crucis» de sus trabajadores, ahora reparte un tercio de los beneficios con todos ellos: «Me he convertido en comunista, pero es el modo de compensar la bajada de salarios», afirma con una sonrisa.
Javier calcula que hasta 2024 no llegará la normalidad a la hostelería. Pero, como no puede parar quieto, él ya piensa en nuevos proyectos. De momento, en enero arrancará una escuela de cocina con 60 estudiantes para formar a jóvenes en las artes culinarias y hosteleras. «Hay que seguir activos y siempre mejorando», asevera con optimismo pese a la coyuntura adversa.