Urbanismo
La plaza que cambia su nombre por una letra mal escrita
La plaza de Rutilio Gacis, que modificará su placa, ha pasado de esconder trapicheos a convertirse en un parque donde los niños se divierten
Una plaza en Arganzuela se ha renombrado: ha pasado de llamarse Rutilio Gacis a Rutilio Gaci. Tan solo una letra mal escrita que no hacía justicia al su homenajeado, un artista toscano dedicado a la escultura. La concejala del distrito, María Cayetana Hernández de la Riva, no sabe por qué pusieron esa «s» de más: «En el pleno de julio nos llegó una proposición de Ciudadanos donde pedían el cambio porque ellos se habían dado cuenta del fallo a través de unos documentos. Vimos que era así y se aprobó por unanimidad».
Posteriormente, se pidieron informes favorables de Cultura y Medio Ambiente, que se incorporaron al expediente; se llevó la propuesta de la Junta Municipal de Arganzuela al pleno del distrito de noviembre de 2021 y fue aprobada nuevamente por todos los grupos políticos. Tras el visto bueno de la Junta de Gobierno, únicamente falta cambiar la placa.
A Elena, una vecina que lleva toda la vida en la zona, le afecta poco esta modificación; pero sí las mejoras progresivas del espacio. «Antes había jardineras con plantas muy altas y la gente veía a fumar porros, a beber, a pasarse droga. Daba miedo, había un parque infantil, pero cualquiera pasaba por aquí». La concejala secunda que el lugar sufría «muchos problemas»: «Desde el colegio y la iglesia nos habían dicho que había mucha indigencia. Es lo que pasa cuando hay arbustos de esas dimensiones, se dan botellones y trapicheos, pero eso ha acabado».
La remodelación comenzó en 2019 y un año después los transeúntes pudieron disfrutar de la amplitud que les invita a reunirse en el parque infantil, a tomar algo en el bar Toboggan, a asistir al mercado o a la librería. «No hay quejas, los vecinos están encantados», prosigue Hernández de la Riva sobre la transformación que ha contado con un presupuesto de 494.771, 88 €.
Elena, que prefiere no dar su apellido, se siente mucho más segura. Hace un tiempo no habría elegido ir a la plaza donde juega con su bebé, que corretea entre los columpios. «Yo no venía porque había grupos feos, gente que bebía litronas a las 12 de la mañana», recuerda. Ahora la descripción que emplea es «luminoso», una palabra muy acertada justo a media mañana, cuando el sol les da directamente y les inunda un silencio, únicamente quebrantado por alguna nota musical que se escapa del bar.
Encuentro ciudadano y referencias infantiles
El propósito era que la plaza fuera habitable, aunque también una comunidad de encuentros y juego. Camena Camacho, directora de la asociación La Parcería lo tenía claro: en 2018 ganaron una convocatoria del Ayuntamiento de Madrid, «Imagina Madrid, 9 espacios para transformar». «Junto Grupal Crew Collective analizamos y estudiamos de qué manera se podía transformar ese lugar, en un proyecto que elegía zonas que estaban abandonadas, en desuso o con conflictos sociales», explica la Camacho.
En su primer análisis dedujeron que había una enorme riqueza arquitectónica, que aún se mantiene. Hay variedad de negocios y elementos: un locutorio, peluquerías, un par de locales cerrado a cal y canto, una agencia de viajes, una clínica para los pies, una papelería librería, una enorme iglesia, bancos o máquinas para ejercitarse al aire libre.
«Sus dificultades eran otras, había que hacer un cambio de afectos», apuntala la directora. Optaron por dos líneas de acción, la infancia y la vecindad. Les preguntaron sus intereses y se enfocaron en hacer un programa. Alquilaron un par de locales comerciales y los transformaron en lugares de mediación: «Quienes habitaban la plaza se acercaban para dialogar». De hecho, decidieron implementar una radio urbana e incluso pintar con los habitantes algunas persianas.
«Es contradictorio porque había niños y niñas sin vigilancia incluso hijos de las personas de los comercios y, por otra parte, era leído como inseguro. Había mucha presencia policial, algo que fuimos reduciendo junto al distrito; evitamos que entraran tanto con el coche. Manejamos otros códigos para que estuviera más presente al arte y a cultura», asegura.
Entre ese proyecto y otros, trabajaron en el recinto 3 años. Les frenó la crisis sanitaria, aunque no pudo reprimir el cariño que perdura: cuando pasean por la plaza ven que algunos de esos niños y niñas son adolescentes agradecidos. «Se le iluminan los ojos». Querían abrir un espacio de referentes y, con esos gestos, Camena intuye que lo consiguieron. «Era una zona habitada por una comunidad migrante. Había una brecha entre vecinos colindantes por prejuicios y sesgos. Hacía falta generar acuerdos, hacer ciudadanías, implicar a la gente». En resumen, una frase: «Quiero ir a jugar, pero me da miedo. Eso ya no se escucha».
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