Opinión
Pisos de lujo en Madrid
Algunos agentes inmobiliarios dejan la turbia impresión de haber patentado el gesto de condescendencia. Esa mirada que te exculpa por no pertenecer a una familia exportadora de petróleo. Este mercado ha llegado a un grado de confianza que muchos vendedores ya no sienten rubor por confesarte a la cara: «Mira, muchacho, o empiezas por tener 300.000 euros o lo mejor que puedes hacer si aspiras a un salón con luz natural es irte a vivir a las afueras». Y, tal como están las cosas, las afueras ya no es Sanchinarro, sino Agustín de Guadalix. Un amigo que trabaja en la banca me viene con la historia de que vuelven a concederse créditos que no deberían, los pisos se despachan por precios desmedidos, la inflación desequilibra los hogares y los recibos asfixian las economías familiares. Todo un regalo de Navidad. Pero aquí la medida que se ha tomado es conceder trescientos euros para el alquiler, que más que una solución es un capotazo.
A estas alturas confiar en que cualquiera de nuestras autoridades arregle este desaguisado de los pisos es como esos profesores que esperan a enmendar las peleas del colegio nombrando delegado de clase al abusón del patio de recreo. Hemos alcanzado unos niveles de descaro que cuando los anuncios dicen que es un piso con luz es que tiene ventanas y por «exterior» hay que entender que no es un sótano. Por no mencionar ese milagro de la arquitectura contemporánea que supone una vivienda de cincuenta metros cuadrados con tres habitaciones, cocina independiente, salón amplio, dos baños y armarios empotrados.
Seguro que ya existen lugares donde se está discutiendo si es inmoral declarar los trasteros viviendas unifamiliares y que hay parejas que ya están planteándose contactar con diseñadores para convertir la plaza de garaje que han heredado del abuelo en un confortable apartamento familiar. Eso sí, lo que ha sucedido con Chanel, muy chungo, ¿no?
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