Opinión
Bares, qué lugares
“El otro día, en Embajadores, conocí a mi nuevo camarero favorito de mi nuevo bar de siempre”
Hay mujeres, os lo juro, a las que les molesta que los camareros sean simpáticos. Lo interpretan como un signo manifiesto de machismo, una falta de respeto, un atropello a la razón. A mí, que soy una antigua y soy de bares, me gustan los camareros simpáticos. Los que después de un montón de horas de trabajo, de estar de pie y soportando impertinencias y caprichos, son capaces de sonreírte como si fueses el primer cliente del día y lo pillases fresco como una rosa. A mí, un camarero amable me gana para siempre. El otro día, en Embajadores, conocí a mi nuevo camarero favorito de mi nuevo bar de siempre. Mientras le pedía un café con leche gigante le bombardeé a preguntas: que dónde estaba el baño, que dónde un enchufe, la clave del wifi… Me contestó a todo con una amabilidad infinita y luego, cuando estaba allí instalada, con mi café con leche, mi ordenador, mis columnas y mis prisas, vino hasta mí y me dejó sobre la mesa un platito con un bollito de chocolate.
Me guiñó un ojo y me dijo “tienes que comer algo para seguir trabajando”. Me recordó en ese instante mi nuevo camarero favorito a un antiguo camarero favorito, Leo, aquel que cuando estaba en la mesa del fondo, la de siempre, tecleando aparecía con un sándwich porque era la hora del almuerzo y yo no me había dado ni cuenta. El mismo que le ponía cacao en polvo por encima a mi café con leche, no al de nadie más, porque sabía que me gustaba. Mis camareros favoritos siempre han sabido antes que yo si quería café, cerveza o gin-tonic y me lo han servido sin preguntarme siquiera. Me han dejado los periódicos en la mesa, me han barrido los pies, me han recogido recados y paquetes. Qué tíos, los camareros de mi vida. Los que son de bares sabrán de lo que hablo.
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