Vallecas
Tras los pasos del padre Llanos en El Pozo del Tío Raimundo
30 años después de la muerte del jesuita, su obra sigue viva entre los vecinos: «Nos convertimos en ejemplo de que trabajando juntos se pueden cambiar las cosas»
En El Pozo del Tío Raimundo las calles cuentan una historia. Un relato de superación, de trabajo y de cercanía entre vecinos, muchos de los cuales la vivieron en primera persona. Pero, sobre todo, recuerdan cómo aquel asentamiento de más de 2.000 chabolas se erigió en un barrio a fuerza de reivindicar y trabajar por unos derechos, y a aquel que inició todo: el jesuita José María de Llanos. Hace 30 años de su fallecimiento, pero su legado aún está vivo en sus vecinos y los hijos –y nietos– de estos. Es el caso de Miguel Ángel Pascual, «vecino, camarada, compañero y amigo del cura», como él mismo se define; y Karen Solórzano, de 14 años, prometedora alumna del centro educativo José María de Llanos, la fundación instaurada por el jesuita para llevar la educación a los jóvenes del barrio y que hoy sigue dando sus frutos en chicos y chicas como ella.
En 1925, en aquel lugar que entonces era campo abierto a las afueras de Madrid, solo había una casa. A principios de los 50, menos de 30. Y, en 1956, había casi 2000 chabolas de gente que llegaba de las zonas rurales de otras provincias para trabajar en la capital. «En 1958, Llanos decidió construir un templo», relata Pascual. «Decíamos que era como el ‘acorazado Potemkin’, porque estaba justo en la frontera, aunque siempre nos referíamos a él como ‘la capilla’», bromea. Allí se reunían, estudiaban… Crecieron ellos, los llegados desde lejos, y creció el barrio. De hecho, Pascual llegó al Pozo del Tío Raimundo en 1957 desde Marruecos, país donde su familia, de origen andaluz, había estado desde la década de 1920. Son apenas 50 metros donde Pascual, y tantos otros, han desarrollado su vida entera. «Me casé aquí, a las puertas del lugar donde, de pequeño, venía a ver las películas de Rintintín», dice. Estudió la escuela primaria en lo que hoy es el edificio de Espacio Mujer Madrid (EMMA) –un centro integral donde se atiende a mujeres en situación de vulnerabilidad de toda la ciudad, especialmente de violencia de género– y después pasó a estudiar en la Escuela de Hostelería, llamada entonces escuela profesional 1º de Mayo, también erigida por José María de Llanos. Allí mismo había unos talleres y Tomás, otro vecino, llegó incluso a abrir una librería que fue de vital importancia para el barrio.
Al pasear con Pascual por las calles del barrio, repara en el nombre de una de ellas: la calle del Depósito de Agua, muy cerca de la antigua capilla. «Hasta finales de los 70 vivimos en chabolas, sin agua y sin alcantarillado», explica, «hasta que el cura construyó un depósito de agua donde veníamos cada día». «Solo teníamos luz, y eso también fue gracias a que consiguió constituir una cooperativa de los propios vecinos del barrio», y de ahí el nombre de otra calle, la de la Cooperativa Eléctrica. Pascual es, de esta manera, relato vivo de unas condiciones de vida realmente duras. «La primera vez que me pude duchar en casa fue en 1970», añade quien durante varios años fuera presidente de la Asociación de Vecinos. En esa misma década ocurrió algo que convertiría al Pozo del Tío Raimundo en un auténtico hito para toda España. «A principios de los 70 comenzamos a movilizarnos por el realojo de los vecinos y la construcción de las viviendas», señala. «Todo comenzó con el proyecto de la M40, ya que preveía pasar justo por encima del barrio. Entonces los vecinos comenzamos a reivindicar que se hiciera un poco más allá, donde todo era campo, y que se aprovechase esa circunstancia para construir las viviendas», recuerda. Y así fue. Les dieron licencias para mejorar las casas, se pavimentó el barrio, se puso el agua y el alcantarillado.
«Nos convertimos en ejemplo de que, trabajando juntos, dialogando, se pueden cambiar las cosas», asegura. Es, además, consciente de que el papel de Llanos es fundamental, porque inició este movimiento en el que el barrio tomó conciencia de que podía tenía que luchar por sus derechos. «Sin embargo, esa chispa no habría sido nada si el cura no se hubiera encontrado con unas personas realmente extraordinarias, capaces de organizarse y trabajar juntas», añade Pascual, y apunta, además, con una sonrisa, que el jesuita «tenía un carácter muy fuerte». «Si tenía que cantarle las cuarenta a alguien o interrumpir la misa para gritar que cerrasen la puerta, lo hacía. No se andaba con chiquitas el padre Llanos», asegura. «Tenía unos principios sociales y culturales férreos, pero, a pesar de todo, siempre buscó y aceptó que en la mesa hubiera todo tipo de ideas», dice Juan de Dios Morán, actual presidente de la fundación José María Llanos. Una capacidad para el diálogo que ambos piensan que es uno de los legados fundamentales del padre Llanos para el mundo actual.
Asimismo, la importancia que Llanos le otorgó a la educación ha permanecido viva gracias a estos vecinos. Actualmente, la fundación que el jesuita erigió en 1961 tiene un centro de educación secundaria y FP en el que estudian 500 alumnos y alumnas. Además, el proyecto incluye una escuela infantil, también fundada por Llanos, en el que se atiende a 120 niños y niñas de 0 a 3 años; y la Escuela de Hostelería del Sur, abierta desde 2001. «En el instituto le recordamos», dice Solórzano. «Todavía tenemos muy latente la figura del padre Llanos, y que, si no hubiera iniciado ese cambio, todo esto no existiría», añade. Los jóvenes, explica, siguen reuniéndose en estos centros educativos, donde se ha generado esa pequeña familiaridad que a veces hace pensar a esta joven en «nos encontremos en un futuro y veamos hasta dónde hemos llegado cada uno, si hemos cumplido nuestros propósitos o los hemos cambiado por otros».
Karen estudia en el instituto, escribe poesía y se confiesa una apasionada del arte. De ella sorprende su soltura y la madurez con la que se expresa, así como lo claro que tiene su futuro: quiere ser criminóloga. Pero sabe que, al igual que ella, son muchos los jóvenes de su edad, compañeros de clase y vecinos del barrio, quienes tienen que trabajar todavía por alcanzar sus objetivos, pero, también por acabar con los prejuicios. Así lo manifiesta también el párroco Juan José Gasanz, quien, a pesar de mostrarse optimista, considera que aun hay muchas necesidades por cubrir. «Los cambios sociales van muy despacio», señala. «Hay inseguridad y delincuencia, pero ni de lejos tanto como hace unos años», aclara. «Lo que ocurre es que los medios de comunicación lo aumentan hasta un punto en el que tampoco es bueno para el barrio, como con esta serie nueva de ‘Entrevías’, por ejemplo», denuncia. «Eso no beneficia al barrio ni ayuda a las personas. De hecho, están muy enfadadas con esta visión que están dando los medios de comunicación», asegura, y concluye que «tampoco es justo que se estigmatice a un barrio de esta manera». A las puertas de la parroquia han construido una cancha de fútbol para que los más pequeños puedan tener un sitio donde jugar. «Estar presentes sigue siendo fundamental, sin importar que la gente sea cristiana o no», asegura Gasanz. «No se trata de eso, sino de seguir formando parte de un barrio que tiene tanta historia y que se ha construido trabajando por sus derechos».
✕
Accede a tu cuenta para comentar