Arte
Los pintores de la Plaza del Conde de Barajas: Madrid también tiene su Montmartre
Desde 1984 los artistas de la asociación Taller Abierto exponen sus variopintas obras al aire libre en el centro de la capital
Como cualquier otro domingo desde 1984, la Plaza del Conde de Barajas despierta en pleno centro de Madrid. Y, poco a poco, va llenándose de arte. Recuerda un poco al Montmartre parisino: edificios históricos que rodean lienzos de todo tipo en una mañana en la que, aunque el invierno da sus últimas pinceladas, aún hace frío. Los pintores que aquí se reúnen pertenecen a la asociación Taller Abierto, que nació en 1984 de la mano de Enrique Tierno Galván, quien cedió este espacio para que el arte saliese a la calle. Desde entonces, los pintores de la Plaza del Conde de Barajas acuden a su cita todos los domingos por la mañana en el que es, a día de hoy, el único mercado de pintura y exposición al aire libre que hay en Madrid, ya que todos los demás son de artesanía. La plaza es muy tranquila comparada con lo que hay alrededor, con el Arco de Cuchilleros y el Mercado de San Miguel a apenas unos pasos. Allí encontramos a Goyi Martínez, presidenta de la asociación, quien explica que, ahora mismo, «somos 30 artistas, aunque hemos llegado a ser 38. Tenemos también una figura itinerante que elegimos en nuestra asamblea mensual para darle la oportunidad a un artista que va rotando de exponer su obra al público».
Si hay algo que destaca es la gran diversidad que existe entre los estilos de las obras de estos artistas. «Tratamos que haya diferentes técnicas, porque suele predominar el óleo», apunta Goyi. «Ahora ya está muy instaurada la acuarela, las texturas, el grabado... Hay bastantes técnicas para que los visitantes puedan elegir», añade. Además, explica que este espacio no solo les sirve para dar a conocer su obra. «Cuando llega el buen tiempo, empiezan también las actividades, sobre todo con niños, para que aprendan a pintar y técnicas como la estampación», afirma.
Hace seis años que Goyi entró en la asociación. Reconoce que empezó con óleo, «como casi todo el mundo». «Uno de mis trabajos fue de obra gráfica, y los artistas me enseñaron a trabajar los grabados», recuerda. Se enamoró de esta técnica, y, desde entonces, ha sido seleccionada en seis ocasiones por la Calcografía Nacional en el Certamen de Grabado. «Hago de todo», dice, «depende un poco del motivo que quiera plasmar». No hay más que echar un vistazo a los grabados que la rodean para comprobarlo: aguafuerte, aguatinta, punta seca... Hay algunos en los que entremezcla delicadamente antiguas partituras con motivos vegetales. «Yo soy de un pueblo de Cuenca, y cuando estudié no había mucha oferta extraescolar vinculada al arte. Pero a mí me encantaba dibujar. Pasaron los años y siguió siendo un pasatiempo, pero cuando comencé a hacer grabados fue cuando me metí de lleno en ello», relata. Su obra, reconocida por su calidad, ha estado expuesta, incluso, en la Casa de la Moneda y Timbre. «Este tipo de cosas te anima a seguir», asegura. «Lo que tiene el grabado es que siempre hay técnicas nuevas. Cuanto más sabes más te queda por aprender».
Una forma de vivir
«Llevo dibujando desde los 18 años, y lo hago porque creo que así soy más libre». Así se presenta Esteban Zamorano, taxista de profesión y artista de corazón. Rodeado de quijotes y sanchos, se pueden ver fácilmente sus orígenes castellano-manchegos. «Me ayuda a estar a gusto conmigo mismo», asevera. «Estuve viviendo en el extranjero de los 13 a los 18 años, y cuando volví no me adaptaba, así que empecé a dibujar, primero con bolígrafo y después con otras técnicas, como tinta, acrílico u óleo», explica. Lleva en la plaza de los pintores unos 15 años, aunque nunca ha estudiado nada relacionado con el arte. Pero las ideas le surgen de forma orgánica. «A Don Quijote le pinto en el borrico y a Sancho en el caballo como una forma de equipararles», apunta. Les coloca, además, en escenarios distópicos y amenazantes.
Completamente distinto es el arte de María Arce. Y es que esta joven ilustradora está especializada en cuentos infantiles. De hecho, ya ha ilustrado varios cuentos con algunas editoriales. Es, además, emprendedora, y actualmente imparte clases en su propia escuela en Moralzarzal. En la plaza lleva cinco años, pero empezó con el «gusanillo» del arte gracias a su padre, que también es uno de los artistas de esta plaza. «Él es acuarelista, y le veía siempre rodeado de pinturas y bocetos», dice María. «Mi abuelo fue pintor también, así que yo empecé a dibujar a los seis años». Estudió en una escuela de arte de Madrid y fue ahí donde se decidió por el camino de la ilustración editorial. «Trabajo mucho con acuarela, así que lo que tengo aquí son dibujos originales, que suelen ser de temáticas de animales o fantasía, pero también tengo dibujo digital», explica.
La obra de su padre, Luis, es mucho más tradicional: los gatos y las estrellas se sustituyen por paisajes, sobre todo de África. «Me gusta mucho porque tiene unos colores que son muy pintables», dice, y confiesa, además, que aunque no es «nada deportista», también siente debilidad por pintar motivos relacionados con el mundo del deporte. «No tengo una formación académica como tal, pero está claro que nadie es autodidacta», apunta. «Cuando te dedicas a una cosa de estas aprendes mirando lo que hacen los demás y cómo lo hacen», añade.
«La acuarela es una pintura muy sorpresiva. Tiene una parte de misterio muy bonita, porque siempre tiene ese factor en el que pueden salir cosas que no te esperas». «Para mí siempre ha sido más bien una afición», continúa. Pero la estética juega un papel fundamental en su vida, ya que se dedica a las instalaciones decorativas. «El arte es una necesidad, no un medio de vida para mí, así que me dedico a pintar lo que me gusta», asegura. Ahora comparte estudio con su hija María, lo que para ellos ha supuesto una forma de redescubrir una nueva faceta de su relación: ahora son compañeros. «Es una de esas sorpresas que te da la vida en las que disfrutas increíblemente de algo que ni te habías imaginado», reconoce.
La Gran Vía se desdibuja en colores que tienen más que ver con la luz de un día de lluvia que con el ladrillo y el asfalto. Así es la obra de Begoña Bengoechea, con un estilo que va entre el expresionismo y lo abstracto y a quien estar en la plaza le sirve para que la conozcan que muchos clientes que buscan obras de gran tamaño. Comparte, además, espacio con Kiko, su pareja, que lleva exponiendo solo tres meses y cuyas pequeñas pinturas de cosas típicas de Madrid –desde las bravas hasta las Meninas– ya tienen un enorme éxito. Begoña estudió Bellas Artes, y llegó a la plaza hace unos 13 años gracias a uno de sus compañeros, Manuel Plaza, a quien comenzó en un concurso de pintura rápida. «El último periodo de la pandemia ha sido terrible, sobre todo porque no podíamos vernos, pero hemos resurgido rápidamente», dice. «Los clientes nos estaban esperando para seguir disfrutando del arte».
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