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Eva Rodrigo: “Las palabras son la expresión de la forma en la que entendemos el mundo”

La profesora de siriaco en la Universidad San Dámaso reivindica el pasado común entre las distintas culturas y lenguas contemporáneas

Entrevista con Eva Rodrigo, profesora de Siriaco en la Universidad San Dámaso de Madrid.
Entrevista con Eva Rodrigo, profesora de Siriaco en la Universidad San Dámaso de Madrid.Alberto R. RoldánLa Razón

En una zona algo alejada del tradicional bullicio de los turistas y el tráfico de Roma, se encuentra San Pietro in Vincoli, un templo silencioso y algo más austero que las grandes basílicas de la ciudad. En él aguarda, sin embargo, una de las grandes obras de la historia del arte: el Moisés de Miguel Ángel, una imponente escultura tan realista que parece dotar de vida a la piedra. De hecho, la leyenda dice que el artista, en el momento de acabar su obra, le dio un martillazo en la rodilla y preguntó al impávido mármol “¿Por qué no hablas?”. Pero hay algo que llama la atención entre tanto realismo, y es que el Moisés, retratado en el momento que baja del Sinaí y encuentra a los israelitas adorando al becerro de oro, corona su ceño fruncido… con unos cuernos.

El lenguaje puede cambiarlo todo. Las palabras son la expresión de la forma en la que entendemos el mundo y, en el caso del Moisés de Miguel Ángel, sus cuernos tienen una explicación que se remonta al siglo IV d.C, cuando san Jerónimo tradujo la Biblia, partiendo de fuentes griegas y hebreas, al latín. Al llegar al texto del Éxodo 34, 35, el doctor de la Iglesia se encontró con la palabra hebrea KRN. Teniendo en cuenta que en hebreo no se escriben las vocales, san Jerónimo podía interpretar aquella palabra como keren (radiante, con rayos de luz) o karan (cuerno).

Aunque los autores actuales no dudan en traducir que el rostro de Moisés emanaba luz al bajar del Sinaí con las Tablas de la Ley bajo el brazo, lo cierto es que en los primeros siglos del cristianismo se consideraba que tan solo el rostro de Cristo podía tener estas características, así que san Jerónimo, recluido en su gruta de Belén, decidió escribir que los hijos de Israel vieron como emanaban cuernos de la cara de Moisés. Esa traducción se mantuvo inamovible durante siglos y, más de un milenio después, Miguel Ángel representaba así al profeta. Con cuernos.

Todo esto no es más que una anécdota de tantas otras en la historia del arte, pero resulta bastante esclarecedora a la hora de entender hasta qué punto una única palabra puede expresar la realidad: desde la tradición que va pasando de generación en generación y se extiende por el mundo hasta la forma en la que se entiende la divinidad a lo largo de la historia. En este sentido, Eva Rodrigo, profesora de siriaco en la Universidad San Dámaso, explica que “no nos damos cuenta de hasta qué punto el cristianismo ha servido para traducir la cultura y el saber durante los siglos, no solo en Europa, sino también en Oriente Medio y Asia”. Ha sido también profesora de lengua y cristianismo árabe.

De hecho, a sus 33 años, llama la atención encontrar a alguien tan joven entre textos, buceando en lenguajes lejanos en el tiempo y el espacio, pero gracias a los cuales se puede encontrar una realidad que a veces ha parecido que Europa olvida: que tenemos un pasado común. “Por ejemplo, los cristianos de Oriente Medio, que son los primeros en tener contacto con el islam, son quienes traducen el saber grecorromano en muchas áreas, como la filosofía o la medicina, al árabe, y esto acabaría llegando a la Escuela de Traductores de Toledo”, dice.

“El siriaco, el hebreo, el griego… están todas interconectadas históricamente, porque hay mucha influencia entre los pueblos que hablan esas lenguas”

Su pasión por el estudio del lenguaje y, con él, de lo cómo la tradición ha ido marcando la historia, nació cuando estaba en bachillerato. “Iba para ciencias, pero me picó el gusanillo del árabe y, a partir de ahí, comencé a interesarme por todo lo demás”. Para ella, “el siriaco, el hebreo, el griego… están todas interconectadas históricamente, porque hay mucha influencia entre los pueblos que hablan esas lenguas”, apunta. “Es casi como una sinfonía”.

Ayuda, además, a ver que la historia de la humanidad ha estado profundamente entrelazada más allá de imperios y fronteras. “Tenemos una tradición y una cultura tremendamente rica. Hasta Carlomagno, cada país tenía sus propios ritos cristianos. Europa era mucho más variada en ese sentido que ahora. En Milán estaba el rito ambrosiano; en Francia, el galicano; y en España el mozárabe. Lo que ha ocurrido en Oriente Medio es que se ha continuado con estos ritos, como es el caso de los cristianos maronitas del Líbano”, explica. Todo ello, dice, da una comprensión “mucho más rica no solo de una determinada fe, sino de cómo son los pueblos que la profesan”. Ejemplo de ello, apunta, es el rito de dar la paz durante la misa. “En las parroquias solemos dársela a quienes tenemos alrededor, pero la paz en muchos ritos orientales surge del altar, haciendo una especie de cadena. Así, cada uno la recibe y la da, y esto tiene un sentido precioso y muy profundo”.

“El lenguaje puede cambiarlo todo”

“Esos ritos nos hablan de los pueblos que los han desarrollado, lo cual hace especialmente interesante las distintas traducciones de la Biblia, ya que cada pueblo plasma en ellas conceptos que tiene fuertemente inculturados”, continúa. “En siriaco, por ejemplo, hablan de ‘revestir de gloria’, porque el tema del vestido para ellos tiene como unas connotaciones muy importantes que tocan mucho más al lector siriaco que, por ejemplo, una corona”. Por ejemplo, Efrén el Sirio “es capaz de escribir toda la historia bíblica, desde la creación hasta el final de los tiempos, con imágenes relacionadas con el vestido: desde cómo Dios en la creación viste con el espíritu Adán y Eva como con el pecado pierden ese vestido de gloria y Dios les viste con las túnicas de piel. Cómo el verbo, al encarnarse, se reviste con la humanidad. Y cómo ese vestido de gloria vuelve con el agua del bautismo”.

“Esto resulta realmente enriquecedor porque te hace mirar con unos ojos muy concretos la historia”, continúa. Pero también el presente. Durante sus estudios estuvo en el Pontificio Instituto Oriental en Roma, donde coincidió con alumnos armenios, israelíes, coptos, católicos, ortodoxos… “Técnicamente éramos herejes los unos para los otros”, ríe, “pero la verdad es que cuando conoces de dónde provienen esas diferencias no solo se pueden encontrar puntos en común con otros pueblos y otras tradiciones, sino que también podemos entender un poco mejor quiénes somos en un mundo cada vez más conectado por las corrientes migratorias”. Y en el que, irrevocablemente, como ha sucedido a lo largo de toda la historia de la humanidad, aunque a veces la luz se traduzca por cuernos, “estamos destinados a encontrarnos”.