Comunidad de Madrid

Así se pensó en celebrar la primera fiesta del Corpus Christi en Madrid

Las fiestas del Corpus de 1561 parecía ser que iban a ser más tristes de lo habitual porque dentro del Ayuntamiento de Madrid había habido disensiones sobre el cómo celebrarlo

Diseño de una tarasca para la procesión del Corpus de 1657
Diseño de una tarasca para la procesión del Corpus de 1657fotoLa Razon

El establecimiento de la Corte en Madrid en la primavera de 1561 además de desorientar a los regidores, generó muchos gastos imprevistos al mismo tiempo que imprescindibles (limpieza, abastos, etc.). Desorientación en unos, porque daba la sensación que el rey paraba en Madrid por mucho tiempo, y desajustes en las arcas municipales que provocaron una sensación si no de pánico, sí de incertidumbre en lo porvenir.

Y una de las primeras por venir era la fiesta del Corpus Christi, la fiesta de la exaltación de la Sagrada Forma, en la que se había transubstanciado el Cuerpo de Cristo. Por tanto, era una fiesta necesaria en el mundo católico porque reivindicaba tal misterio frente a los herejes descreídos y era necesaria en el mundo católico, también, porque era una reafirmación de sí mismo. Sin Transubstanciación la misa no pasaba de ser un homenaje, un recuerdo a la Cena de los Olivos. La importancia de la Transubstanciación era monumental.

Precisamente, las fiestas del Corpus de 1561 parecía ser que iban a ser más tristes de lo habitual porque dentro del Ayuntamiento de Madrid había habido disensiones sobre el cómo celebrarlo. Un grupo de regidores no era partidario de organizar una gran fiesta porque no había con qué costearlo; otros querían festejar por todo lo alto.

Hacía dos años que en Sevilla y en Valladolid se habían celebrado los dos autos de fe contra los herejes y en Trento seguía abierto el Concilio ecuménico, XIX de la Iglesia Católica. Ahora bien, en la Cristiandad estaba habiendo voces poderosas –ya con tanta guerra y disensión acalladas– a favor de religiones intimistas y recogidas, no exuberantes y exhibicionistas. Pero el día del Corpus había que exaltar y celebrar la ortodoxia (vaya Vd. a saber si la excusa de la falta de dinero para pagar zarabandas no era una excusa de unas formas de contemplar la celebración de la religión, frente a otros).

El caso es que el rey había autorizado al ayuntamiento de Madrid, antes de mudarse con la Corte desde Toledo, a invertir hasta 30.000 maravedíes de sus bienes de propios en la festividad del Santísimo Sacramento. Y, en efecto, el Ayuntamiento de la ciudad se dividió.

Don Francisco Zapata de Cisneros (y un grupo de regidores con él) empleó dos argumentos para pedir que se echara la casa por la ventana: «le parece que, pues que ha de venir a esta villa Su Majestad y se gastan en otras cosas y hay tantas supersticiones y calamidades en la iglesia, que le parece que se deben de gastar en algunos autos y danzas». Ya que iba a venir la Corte del rey, que se gastara en exaltar tan señalado y feliz día, con las fiestas necesarias. Y en otras palabras, que la fiesta de exaltación del Sacramento se usase políticamente para deslumbrar al rey, pero también para arrinconar tantas «supersticiones y calamidades» que había en la Iglesia. Esas supersticiones y calamidades se combatirían en «autos» y en «danzas», es decir, en exaltaciones exteriores, en manifestaciones públicas de la religión.

Disposición de carros para la fiesta del Corpus y carro en la Plaza de Palacio
Disposición de carros para la fiesta del Corpus y carro en la Plaza de PalacioEdicion7La Razón

Pero siempre hay aguafiestas: con Pedro de Herrera a la cabeza, otros pedían que sólo hubiera muy buena música en la procesión y que no se gastara dinero en otra cosa; o también, Jerónimo de Pisa era aún más explícito: «que no se gaste cosa ninguna en autos, y que en cera y música se gasten los 30.000 maravedís si los hay»; como el licenciado Saavedra, «que no haya carretones ni autos ni danzas de espadas, porque ha visto aquí hacerse muchas frialdades y haber muertes de hombres». La división alrededor de cómo conmemorar, si con solemnidad (o sea, con carros y danzas) o con austeridad, no era entonces una cuestión de clase, sino, sin duda, un enfrentamiento religioso tácito. En efecto, los procuradores de caballeros y escuderos, así como los sesmeros de los pecheros, «suplican a los dichos señores que por reverencia del Santísimo Sacramento manden y den orden como se hagan algunos regocijos y fiestas lo más solemne que ser pudiere».

*Alfredo Alvar el profesor de Investigación del CSIC