Historia
Las anécdotas y contratiempos de la primera corrida de toros en la Corte de Madrid en 1561 (y II)
Es fascinante la pulcritud de una corrida de toros hoy en día, si se compara con el marasmo de un festejo hace cinco siglos
El 6 de junio (en una primavera muy calurosa porque se empezaban a reunir a las ocho de la mañana para pelear contra la canícula), se ordenó que se fuera a ver los toros de Pedro de Cárdenas para traerlos a Madrid. El 11 de junio hubo cambio de Corregidor. La papeleta que le tocó resolver en primera instancia era complicadísima: comprar carneros, vacas, harina… para la nueva población de Madrid. También, conseguir dinero a préstamo para poder pagar. No parece que la tarea fuera fácil. El caso es que el 17 de junio se dio orden de traer los siete toros de una vez, mientras se repartían ropajes de color verde y de seda para los regidores seleccionados (hasta diez) para salir en la fiesta ante Felipe II y se mandaba aderezar las ventanas de la plaza (del Arrabal) para ver los toros desde lo alto. Esas ventanas se alquilarían y de su producto se levantaría un tablado más abajo para la Justicia y los regidores de Madrid. El reparto de las ventanas trajo cola y discusiones en las sesiones siguientes.
Más aún, a última hora, el Consejo Real autorizó a Madrid a que se corrieran doce toros. ¡Pero solo había seis o siete! Entonces, deprisa y corriendo, se mandó a Juan de Paz, un vecino de Madrid para que fuera a toda prisa a la ribera del Jarama, «o a donde los hallare» a comprar otra media docena de toros para la Villa, «que sean muy buenos, lo más barato que pudiere».
El 18 de junio debía haber algo de desorden en la organización de la fiesta de San Juan porque el Corregidor ordenó que se decidiera cómo iban a celebrarlas y que si en dos horas no estaba todo asentado, multaría a los regidores. Hubo bronca, claro. Por fin, el 24 de junio se corrieron los toros y hubo juego de cañas en presencia del rey. Al alguacil de la Villa se le regaló un toro muerto entero por lo bien que había hecho su trabajo; otro a los franciscanos. Desde el 30 de junio se expidieron órdenes de pago por los toros lidiados y muertos.
Dicho sea de paso. El «juego de cañas» era, según lo describe Covarrubias en el Diccionario de la lengua castellana o española, de 1611: «Es un género de pelea de hombres a caballo. Desembarazan la plaza de gente, hace la entrada con sus cuadrillas distintas, acometen, dan vuelta, salen a ellos los contrarios…». Es de esperar que, primero, hubiera juego de cañas y después soltaran a los toros y se organizara una orgía de sangre y tripas.
En fin: el 2 de julio el Ayuntamiento se hizo eco de que Felipe II quería «de se regocijar el día de Santiago, y que para ello se holgará que se le sirva con ocho toros para dicho día…». Se dispuso que dos regidores fueran a ojear toros, que los vayan «a escoger para que sean más bravos que los pasados». O sea, que los de San Juan habían sido un fracaso. Mal empezaban las cosas para la Villa con Corte.
Pero aún peor iba a ir si se escuchaban los razonamientos de un regidor, el licenciado Saavedra, que amparándose en que «esta Villa está muy gastada y trae muy grandes pleitos», estaba convencido de que si el rey lo supiera no pidiera tantos toros. Aun a pesar de las contradicciones, para el 11 de julio ya estaban listos los toros para llevarlos a Madrid. Pero desde luego, poco gusto tenían los regidores para servir al rey: el uno diciendo que con los gastos que había en Madrid, los toros salían carísimos y el otro…, «el señor Pedro de Herrera dijo que él no acepta la dicha comisión [para ir a buscar los toros], por cuanto él está ocupado y no puede ir». A este rebelde el Corregidor le dijo que fuera a buscar los toros o le metía un multazo de ¡cien mil maravedíes! (casi 270 ducados de oro). Se quiso darle unas dietas de 3 ducados para animarle a ir por los toros, y se le contradijo la ayuda de costa, entre otras cosas porque los toros traídos desde Borox para San Juan fueron traídos a costa del ganadero.
En fin: poco lucimiento debió haber en esas fiestas de Santiago, porque en los registros de los Libros de Acuerdos del Ayuntamiento ya no se volvió a hablar de toros, hasta abril de 1562. Y se volvieron a organizar fiestas por San Juan y la vida siguió con sus cosas y Madrid con sus problemas y sus alegrías, porque Madrid es, a pesar de las dificultades, mucho Madrid.
Haciendo una pirueta en el tiempo, ¡es fascinante la pulcritud y exactitud formal de una corrida de toros de hoy en día, máxime si se compara con el marasmo que era organizar un festejo de estos hace cinco siglos! Eran toros para San Juan. San Isidro aún no era santo. No había Feria de San Isidro.
Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de Investigación del CSIC
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