Solidaridad

Kimberly, de joven sin hogar a estudiar Medicina

Esta joven peruana, atendida por Cáritas Madrid, tuvo que vivir en la calle junto a su hermano y su madre, víctima de violencia de género

Kimberly, de 22 años, sueña ahora con ser médica en nuestro país
Kimberly, de 22 años, sueña ahora con ser médica en nuestro paísDavid JarLa Razon

¿Qué significa la palabra «cobertura»? En este momento, en el que internet se ha convertido en parte esencial de nuestra vida, lo primero que se pasa por la cabeza es la cobertura móvil, el no dejar de estar conectados. Permanecer dentro de una red que nos ampare, reconozca y valide. Pero, en un plano más concreto, puede referirse también cobertura sanitaria, cobertura social… En definitiva, es una palabra que condensa dentro de sí una serie de derechos y servicios que, sin embargo, no están garantizados para todos. Por ello, las asociaciones y servicios que participan en el Día de las Personas sin Hogar en Madrid, entre las que se encuentra Cáritas Madrid y que se coordina desde la Red FACIAM, se han unido para presentar públicamente la Campaña de Personas sin Hogar 2022 bajo el lema «Fuera de Cobertura», y en la que han subrayado que «no tener hogar va mucho más allá de no tener techo».

«Se trata de una realidad que cada día viven miles de personas», subrayan desde Cáritas Madrid. Por ello, el perfil de todos los que no tienen un hogar al que volver cada día es «diverso y heterogéneo». No hay una edad de riesgo, ni una posición social. «Lo que hemos podido comprobar es que cualquier persona puede acabar en una situación de sinhogarismo, al margen de la edad o el sexo, o de su situación social, educativa, económica o familiar», añade la organización. De hecho, la cifra de estas personas no ha hecho sino aumentar en los últimos años. Y, en concreto, cada vez hay más jóvenes: según los datos de atención de la Red FACIAM, un 30% de las personas acompañadas por la organización en situación de sinhogarismo se encuentran en esa franja de edad. En la misma línea, también destaca el crecimiento de mujeres en situación de sin hogar, ya que, según los datos estadísticos y de atención de estas organizaciones, las mujeres representan alrededor del 25% de las personas en esta problemática.

Este es, precisamente, el caso de Kimberly, una joven peruana que llegó a España con 19 años junto a su madre, su hermano y su padrastro. Ahora tiene 22, y ya ha pasado por varios centros de ayuda por encontrarse en situación de sin hogar. Y es que un viaje que debería haberse convertido en una vida mejor acabó siendo un infierno. «Mi tormento comenzó a los cinco días de llegar a Madrid», relata la joven. Era Navidad, y se encontraban en casa de unos familiares de su padrastro. Fue entonces, al presenciar una agresión hacia su madre, cuando se enteró por primera vez de que era víctima de violencia de género. «Reaccioné y me enfrenté a él», dice. Algo que provocaría no solo el enfado del agresor, sino que desataría las consecuencias de lo que ha sido su vida hasta este momento. «Como estábamos en la casa de unos familiares de él, decidió echarme de allí», recuerda. «Me dijo que agarrase mis cosas y me fuera».

Era la primera vez que Kimberly estaba en España, por lo que no conocía a nadie. «Obviamente, al estar sola, no tener amigos ni familiares, me quedé en la calle», dice. En aquel momento, su madre salió a defenderla, por lo que su padrastro decidió que se fuera ella también, así como el hijo de dos años que la ahora ex pareja tiene en común. «De pronto nos vimos en la calle, muy asustados y sin comer. Era 25 de diciembre, hacía frío, y mi hermano, que es un niño enfermo y que entonces tenía dos años, estaba muy asustado», relata. Era el día de Navidad, sí, pero, sin embargo, había gente trabajando en las calles. Gente que normalmente pasa desapercibida. «Lo que nos salvó fue que se acercó una mujer que era trabajadora social para víctimas de violencia de género, y nos dice que nos podrían ayudar», reconoce Kimberly.

Aquella mujer les llevó a una oficina, donde su madre les contó el caso. «Yo me enteré aquí de que ella llevaba siendo víctima de violencia desde hacía muchos años», reconoce. Después de eso, les llevaron a una casa de protección a la mujer, donde pudieron quedarse casi un año y medio porque les pilló la pandemia. Después les llevaron a otro centro, un piso para ellos tres. «Allí empecé a estudiar, tratando de convalidar y mejorar los estudios que tenía en Perú», dice la joven, que en su país natal ejercía como profesional sanitario en el área de la enfermería. Sin embargo, no pudieron permanecer mucho tiempo allí, ya que se trataba de un alojamiento temporal. «Nos dijeron que teníamos que comenzar a buscar algo por nuestra cuenta», señala. Pero, en una situación en la que no tienen papeles, con su madre acompañando a su hermano a distintas citas médicas casi cada día, era muy complicado que se pudieran mantener de forma autónoma. «Entonces comencé a buscar trabajo, y fue un choque muy grande porque en Perú trabajaba de enfermera y aquí lo hacía como limpiadora o ama de casa», reconoce. Pero lo peor de todo fue descubrir hasta qué punto las personas se pueden aprovechar de una situación así. «En este tipo de trabajos en los que no estás protegido por nada ni nadie, acabas recibiendo malos tratos de las personas que te contratan, porque no te consideran ni siquiera una persona digna de respeto», explica.

La familia tuvo que salir del piso donde estaban, pero una amiga les dejó una casa para una semana. «Después vino la nieve, Filomena, y nos llevaron a un albergue, y ahí a mi madre se la llevan a un piso con mi hermano, pero yo no podía ir porque era mayor de edad», relata. Otra vez Kimberly estaba en la calle, «pero esta vez era peor, porque estaba totalmente sola». Fue entonces cuando una amiga le habló de Cáritas. «Gracias a Dios me recibieron. La verdad que en el proyecto CEDIA de Cáritas Madrid, tanto los trabajadores como las mujeres que están allí se vuelven tu familia», asegura. «Ahora tengo amigas que son mis hermanas, mi apoyo», continua, ya que «cuando estaba mal por no estar con mi hermano y con mi madre, ellas me ayudaban». Ahora Kimberly convive en un piso con otros jóvenes, y, como está a punto de sacar la residencia en España, va a comenzar a estudiar Medicina. «Es lo que más quiero ahora mismo», dice. Sin embargo, seguirá sola. «Mi madre y mi hermano van a volver a Perú con mis abuelos», dice. «A ellos se les complicó quedarse aquí porque mi hermano tiene autismo nivel 2 y es un niño de riesgo porque nació con encefalopatía», explica. «Lo que mi madre necesita es un apoyo. Tenía que cuidar de mi hermano, llevarle al médico, a terapia… así no puede trabajar. Prácticamente se quedó sin vida. Por eso va a regresar». Ahora, el objetivo de Kimberly es quedarse en España para tener un mejor futuro y, así, poder ayudarles aunque sea en la distancia.

Romper estereotipos

Kimberly es uno de esos casos que rompen con lo que la sociedad cree que es el estereotipo de una persona sin hogar. «Es necesario que, como sociedad conozcamos la realidad del sinhogarismo para desestigmatizar a las personas sin hogar, ya que, por diferentes motivos, se ven obligadas a partir de cero», dice Susana Hernández, presidenta de FACIAM. Del mismo modo, subraya la necesidad de facilitarles recursos para que lo logren. «Con los apoyos necesarios, las personas pueden salir adelante hacia una vida autónoma, como vemos con estos casos; para ello apostamos por la centralidad absoluta de las personas y familias en situación de sin hogar, y por mantener la mirada de derechos humanos de manera global», explica.

Por todo ello, las entidades colaboradoras y miembros de la red FACIAM han hecho un llamamiento a las administraciones públicas, a la sociedad y a los medios de comunicación para eliminar estos estereotipos y, sobre todo, para poner en marcha «medidas que garanticen los derechos y la dignidad de las personas sin hogar, para que accedan a los recursos necesarios que les permitan salir de la exclusión y emprender por sí mismas una vida normalizada». Asimismo, piden a la ciudadanía «avanzar hacia una sociedad de los cuidados, donde mutuamente protejamos la vida de cada persona, sin dejarnos a ninguna (sobre todo a las más vulnerables), donde cuidemos lo que nos es común, el entorno, las relaciones, los vínculos, los derechos y la convivencia».