Opinión
Madrid en diciembre
“Incluso si me resfrío y moqueo, o he perdido algo. Le escribiría una canción si no existiera Sabina, se la susurraría al oído, la sacaría a bailar”
Madrid se pone más Madrid que nunca a principios de diciembre, cuando va dejando de otoñear y comienza a oler a Navidad. A naranja, a clavo, castañas y leña. O a lo mejor no es Madrid el que huele así y es mi memoria, pero qué más da eso si para mí es este el aroma del Madrid decembrino y esta es mi columna. Que le den a Proust y a su magdalena. Se viene arriba la ciudad y es para ponerle un piso o una mercería. O un ministerio, si me quiero poner yo contemporánea.
Es para echarle los trastos, para andarla con unos mientras echas de menos a otros, subirse la bufanda y calarse el gorro, frotarse las manos y mirar al cielo. Madrid en diciembre me pone de buen humor hasta cuando no lo estoy ni quiero estarlo. Incluso si me resfrío y moqueo, o he perdido algo. Le escribiría una canción si no existiera Sabina, se la susurraría al oído, la sacaría a bailar. Correría por ella el impúdico riesgo de ponerme fular y hacerme fotos comiendo, de rimar en consonante y escribir «aquí, sufriendo». Hasta los atascos me parecen bien, justo peaje a pagar, si son aquí y es diciembre.
Paseo pensando en esto, en recuerdos y en memoria, con las manos en los bolsillos, y acabo a los pies del Arco de la Victoria. Parece un chiste que exija su demolición, precisamente, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Es como si una asociación no gubernamental llamada «a hostias por la paz» se dedicase a velar por la concordia imponiéndola mediante la fuerza bruta. Oxímoron nivel ninja, Madrid excesivo, intensidad española. Como cuando Paula se me pone condesa italiana o de Jerez y le digo que no puede y me dice «ay, mira, que me dejes». Así es Madrid en diciembre.
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