Historia

Estebanía de Valdaracete: una curiosa historia de sexo fluido en 1520 (y II)

Definida como «hermafrodita» por matronas y parteras, eligió ser hombre. Se ganó la vida como maestro de esgrima

Iglesia de San Juan Bautista de Valdaracete, construida entre los años 1593 y 1607
Iglesia de San Juan Bautista de Valdaracete, construida entre los años 1593 y 1607La Razón

La semana pasada dediqué el artículo a explicar cómo a la altura de 1570-1580, se mandaron a centenares de pueblos de la Castilla interior (aunque hubo intención de mandarlos a las costas también) unos interrogatorios cuajados de preguntas cuantitativas y cualitativas con las que escribir una democrática historia de España. Avisé que me interesaba de todo ese mar de papeles solo la respuesta 44 dada por los informantes de una pequeña localidad de la región de Madrid, Vadaracete.

Corría el 11 de noviembre de 1580. El Corregidor de Guadalajara (jurisdicción la que pertenecía entonces Valdaracete) había mandado dar cumplimiento a una cédula real según la cual había que responder a las preguntas que habían llegado, impresas, y devolverlas a Juan Vázquez de Salazar, el secretario real.

En Valdaracete estaba el ayuntamiento reunido, que decidió pasar la «instrucción y memoria (…) para la descripción e historia de los pueblos de España» a Gabriel Castillo, escribano público del lugar, para que ante él dos testigos, Pedro Martínez, comendador y Francisco Muñoz, «personas ancianas y entendidas» respondieran a las preguntas que les mostraron.

Dicho sea de paso que, a la altura de 1580, el lugar tenía 450 casas (unos 1.800 habitantes) y en la actualidad tiene 626 habitantes (INE, 2018).

Como digo, en su día (y de esto hace más de 30 años) me llamó la atención la respuesta 44 del interrogatorio. En ella se cuenta una fascinante historia que si los guionistas de Pixar la hubieran leído, yo creería que se habían inspirado en ella para crear a Mérida, la pelirroja de dibujos animados.

Resulta que Pedro Martínez y Francisco Muñoz sabían de oídas que allá por 1496 nació en el pueblo una niña a la que pusieron por nombre Estebanía (Estefanía). La tal criatura llegó a los veinte años de edad «tan suelta y tan ligera y de tan buenas fuerzas que corría y saltaba y tiraba la barra y jugaba la pelota con tanta presteza y desenvoltura que en su tiempo ningún mancebo la igualaba». Y añadieron en la declaración que «en todos estos hechos era cosa notable de ver a la dicha correr sueltos sus cabellos largos y rubios en gran manera, discurriendo por muchas partes…». La tal Estebanía aún tenía absortos a los informantes en su recuerdo.

Pero héteme aquí que la veinteañera llegó, por los motivos que fueran, a Granada y, pobrecilla, también llegó noticia de sus extrañas facultades a los miembros de la Chancillería de Granada (la Chancillería de Granada era entonces el Tribunal Supremo Real al sur del Tajo; al norte del Tajo la Chancillería estaba en Valladolid). No sabemos cómo, o al menos no lo sé, que la muchacha «fue puesta» ante los jueces de la Chancillería y «les pareció que una mujer no podía hacer cosas tan heroicas» (ya empezamos: no recuerdo qué cronista de Isabel la Católica se maravillaba de todo lo que había hecho en su reinado aun a pesar de ser mujer).

Así es que a Estebanía, en la Chancillería, «la mandaron ver y examinar por matronas y parteras para ver su participación del sexo viril y fue hallada ser hermafrodita». O sea, con los dos sexos; o sea binaria, o fluida, o lo que corresponda hoy, que ando desorientado.

Y no te creas, lector que se lio la marimorena en aquel siglo XVI de tiempos de la Inquisición (que no apareció en nada de esto), sino que todos lo llevaron con pasmosa tranquilidad porque aquellos jueces eran gentes con estudios, sesudos y racionales: «Y visto (el ser hermafrodita) la mandaron que escogiese el hábito en que quería vivir y andar y eligió el de hombre y en este se casó después con otra mujer y vivieron casados y velados en ‘’facie ecclesiae»'’. ¡Fascinante; recibieron el santo sacramento del matrimonio!

En fin, que el neo-Esteban, o la ex-Estebanía, para colmo, «fue hombre de mediana estatura, claro de gesto, sin barba y recio de miembros». Y aún hubo más porque se ganó la vida como «maestro de esgrima con examen; tuvo escuelas y arnés en Granada y en esta villa en su arte fue tan diestro que ningún hombre jugando con él pudo ganar honra como se pareció cuando pasó por esta villa el rey de Francia», contra cuyos cortesanos luchó «el dicho maestre Esteban, alias Estebanía…».

Mas no te creas, sonriente lector, que acaba aquí la historia, sino que lo más notable de «esta mujer-hombre fue que en el tiempo de su muerte llevándola a enterrar siendo viva su madre y su mujer en su entierro, la una lloraba diciendo ‘’¡ay, hija mía!’’ y la otra decía ‘’¡ay, marido mío!”. Vivió casada más de diez años, declararon los informantes; «tuvo oficios de república» (de gobierno de la res-publica) y en fin… «Era persona bien nacida».

Por mi parte, aquí lo dejo. Los comentarios pueden ser miles y variopintos. No sé si esta historia es conocida en alguna compilación de testimonios intersexuales, o DSDs, que creo que es como se llaman.

Pero para que veas que no exagero un ápice en este relato, has de saber que el manuscrito está en la Real Biblioteca de El Escorial, J-I-17, en los folios 214 a 218.