Comercios Centenarios
Casa Vales, una de las papelerías más antiguas de Madrid en la que compraban las hijas de Alfonso XIII
Esta papelería e imprenta familiar resiste entre las grandes franquicias ofreciendo cercanía y un gran abanico de servicios a las compañías
La madre de Remigio Vales le contó a su hijo que a la tienda acudían las infantas, las hijas de Alfonso XIII, a comprar en coche de caballos. También iba la Reina Fabiola. Esta imprenta y papelería, ubicada en pleno barrio de Justicia, era visitada por personajes relevantes y «muy fieles», según cuenta Remigio. Este comercio centenario permanece vivo hoy en una zona donde cada vez resisten menos de estos pequeños negocios. Casa Vales lleva abierta desde 1909. A Remigio, de 75 años, le da la sensación de que lleva más años, «pero esa es la fecha que puso el Ayuntamiento». Además, cree que «es la papelería más antigua de Madrid. Y si no es la primera, la segunda seguro». Ahora Remigio está jubilado y se recupera de “un resfriado de nada”, cuenta por teléfono. Su hija, Laura Vales, de 46 años, es quién maneja el negocio desde hace 8 años, cuando a su padre le dio un ictus y tuvo que parar.
Laura Vales no siempre eligió el camino de estar al frente de la papelería. Estudió ADE y luego un Máster en Gestión de la Calidad. «Yo quería trabajar en una gran empresa. Pero empecé a hacer prácticas en una de estas y dije: yo no aguanto más. No quería aguantar a un jefe», explica Laura sentada en su silla detrás del mostrador. Por eso, habló con su padre, Remigio, que le dijo: «Tú no tienes que aguantar a nadie. Vente a la tienda y lo pruebas». «Y ahí lo probé y me encantó», cuenta.
Desde que se puso a ello no lo ha dejado, y poco a poco ha ido aprendiendo a adorar su profesión. Cuando Remigio sufrió un ictus, Laura dice que se quedó «colapsada». Sin embargo, una de sus hermanas la ayudaba en el negocio y se repartían las horas. Pero hace año su hermana se fue: por ello, Laura ha reducido el horario y no cierra ni para comer. Prefirió esta opción antes que contratar a alguien: «No tenía ganas de enseñar a alguien el negocio».
La empresa familiar ha ido modificándose a la vez que los tiempos lo han exigido. Al principio lo más importante era la imprenta, pero cuando heredó el local Remigio, en 1979, eso empezó a dejar de ser tan importante «por las nuevas tecnologías». «Al final yo tiré las máquinas de imprenta», cuenta Remigio, que se las ofreció al Ayuntamiento para el museo de la imprenta, pero este no las quiso.
Tanto se adaptó que Laura tuvo que empezar a vender mascarillas y geles en la época del covid. Y reconoce que eso supuso un “alivio” para el comercio. Además, tanto Remigio como Laura afirman que es una suerte poder tener la propiedad del local, porque con los precios tan caros de la zona, «ya nos habrían echado a patadas porque un comercio así no da para pagar el alquiler aquí», dice Remigio. La capacidad de adaptación lo único que ha supuesto es un mayor apego a su trabajo. «Es una empresa pequeñita y lo que nosotros hacemos es cuidar a la gente», subraya laura. Y eso se podría decir que es hoy el modelo de negocio. «Ahora se ha puesto de moda en las empresas tener productos para sus trabajadores. Yo ahora les envío a las empresas hasta leche, queso, refrescos», dice mientras enseña el último pedido de la semana. «Nosotros estamos abiertos al abanico del servicio a la empresa».
Las nuevas estanterías esconden los muebles más antiguos del local. De la época pasada, dentro permanece una caja registradora muy antigua y que todavía funciona. En las vidrieras ahora se exponen muñecos, coches y demás objetos de regalo, que es lo que más se vende ahora, según Laura.
Casa Vales siempre ha sido un negocio familiar. Lo fundó el abuelo de Remigio, Ramón. Después, lo regentó la abuela Magdalena, y lo continuó el padre de Remigio, también llamado Ramón. Así hasta llegar a Remigio y Laura. Para Remigio fue sencillo: «Era una pena dejar un negocio familiar. Si daba para vivir, para qué dejarlo». Sin embargo, Laura, que adora el trabajo que hace, no confía plenamente en que el negocio vaya a llegar a sus hijos. «Yo no sé si a ellos les gustaría o no, pero yo intento que no lo hagan. Me da pena que yo sea la última, pero cada día te ponen más impedimentos: van a por los pequeños y los grandes acaban forrándose. Para un negocio de pequeño autónomo cada vez es más difícil» Y añade: «Quiero que mis hijos estudien una carrera, eso seguro, y que luego decidan lo que van a hacer».
Javier, un cliente que lleva comprando desde hace unos 20 años, se acerca en un día lluvioso de febrero a por sus tóneres. «Yo vengo por la proximidad y por Laura, que te atiende fenomenal».
✕
Accede a tu cuenta para comentar