A fondo
La cocina como refugio para jóvenes en riesgo de exclusión
Conocemos a cuatro chicos extranjeros con situaciones vulnerables de La Quinta Cocina, un proyecto que promueve su formación e inserción sociolaboral
Son jóvenes, superan la veintena de milagro, no son españoles y la cocina les ha salvado de una situación complicada. Sin embargo, no comparten nada más. Sus orígenes están dispersos por el globo terráqueo, unos llevan más tiempo en Madrid que otros y una historia de vida muy pesada a pesar de su corta existencia. Los encontramos en La Quinta Cocina, un restaurante normal en apariencia pero en el que se promueve la formación y la inserción sociolaboral de jóvenes vulnerables promovido por el Ayuntamiento de Madrid y gestionado por la ONG CESAL Por este espacio pasan más de un centenar de chavales de entre 16 y 23 años al año para aprenden un oficio que les permita adquirir competencias laborales y habilidades sociales y personales.
Detrás de la barra encontramos Anda Lebedeva. A sus veintitrés años llegó hace cuatro a la capital de su Letonia natal. Unos años que ella misma se limita a calificar de «muy difíciles» y de los que ha podido salir gracias a esta oportunidad. «Me encanta, estoy aprendiendo mucho y muy rápido», dijo a LA RAZÓN. A punto de finalizar los cuatro meses que tiene de duración del curso, asegura sentirse muy cambiada no solo el terreno laboral; también en lo personal. «En mi país solo hablamos con la gente que conocemos, aquí todos hablamos con todos. Y los besos y abrazos son impensables allí», confesó. En estos momentos se encuentra compaginando la formación con un trabajo en una cadena de bocadillos, pero no quiere dejar de seguir aprendiendo. «Quiero hacer más cosas, encontrar otros trabajos e incluso, formarme en otras cosas, como para ser masajista o jardinera». Nada parece imposible cuando lo dicen unos ojos que vuelven a brillar y donde la barrera idiomática no supone un problema.
En el caso de Jonathan García es su sonrisa la que habla por sí sola. Atrás quedaron sus problemas con los pandilleros de El Salvador o el largo y duro año que pasó como refugiado en Bélgica. De allí dice traerse solo bueno el francés, el neerlandés y unos amigos que conoció allí –también salvadoreños- que le recomendaron venir a España. Después de trabajar para diferentes empresas de reformas, ser cuidador de un hombre de 84 años que había sufrido varios ictus fue su pasión por el futbol lo que le permitió conocer este proyecto. «He jugado toda mi vida a fútbol, busqué un equipo con el que poder jugar y al conocer mi situación un compañero argentino me habló de La Quinta Cocina», relató García.
Aún recuerda los nervios y la ilusión que sintió con aquella entrevista para la que llegó con dos horas de antelación. «Está yendo bastante bien, es verdad que uno entra con los nervios por querer hacer bien las cosas. Aquí todo el mundo es muy buena gente, te ayudan muchísimo, te enseñan… estoy muy agradecido, desde que llegué a Madrid solo me he encontrado con personas buenas». Para García todo está en las ganas que uno le ponga para salir adelante. «Y en estudiar, hay que estar siempre preparado para todo. Esta oportunidad me ha ayudado muchísimo para tomar confianza en mí mismo, ni en mis mejores sueños me hubiese imaginado trabajando en un restaurante». En seis meses, se ve así.
Sentimiento que comparte Yonaira González, de 23 años. Solo lleva medio año en el país donde llegó desde República Dominicana. «Está siendo una experiencia muy buena, llena de retos y escollos, porque cuando llegas no tienes ningún hábito», y explicó, «yo no era puntual y aquí son muy exigentes con eso. Fue un poco complicado al principio pero no ellos no te exigen nada imposible o que no puedas hacer». Gracias a las correcciones y explicaciones de los monitores asegura haber entendido por qué no puede apoyarse en la barra, comer durante el servicio o mirar el teléfono. González resalta la importancia de este tipo de ayudar para personas extranjeras. «Venimos de países culturalmente muy distintos, que nos formen nos abre puertas y nos facilita mucho las cosas. Necesitamos conocer qué cosas se nos van a exigir en un empleo». Atrás dejó la flexibilidad horaria y la tranquilidad que tanto caracteriza a sus compatriotas y asegura sentirse cada vez más segura moviéndose por la ciudad y llena de confianza. «He entendido que aquí cada minuto cuenta y voy seguir aprovechándome de todo lo que este curso me está ofreciendo».
Idea que también compartió Mohamed Gueriba durante su formación en 2017. Seis años después, con un trabajo estable en un restaurante sigue visitando a sus compañeros y en contacto con los que un día fueron sus formadores.Un recorrido muy positivo aunque también complicado que ha tenido que lidiar desde que llegó a España debajo de un camión desde Marruecos con solo 12 años. «No ha sido fácil. He salido adelante porque esta gente ha hecho todo lo posible, cuando no tenían por qué. Si no fuese por ellos yo estaría en la cárcel o muerto», confesó. Desde el principio Gueriba tuvo claro que quería cambiar su vida, pero resalta las trabas con las que los extranjeros se encuentran a la hora de encontrar trabajo. «Si nos quieren en su país deben darnos un documento que nos acredite poder trabajar, así no tendremos necesidad de robar», apuntó. Sin embargo, la carga más pesada para este joven de 22 años es el estigma.
Muchos de los jóvenes que buscan acceder a esta ayuda ya han sido descartados en otros procesos de selección o se encuentran en riesgo de exclusión. Por eso, desde los procesos de selección les muestran la existencia de meritocracia y así que tomen esa responsabilidad por el trabajo. Un camino que hacen siempre acompañados por los formadores , tanto en cocina como en sala. Un método que está dando resultado, tanto en solicitudes -en la última promoción duplicaron a las plazas- como en inserción. «Conociendo la historia de todos ellos, me sigue sorprendiendo que sigan viniendo día tras día. Para mi son verdaderos héroes», sentencia Fernando Morán, director del proyecto La Quinta Cocina.
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