
Reportaje
La desconexión como cura: salir del móvil para volver a vivir
Cada vez más adolescentes sufren los efectos del uso abusivo del móvil, los videojuegos y las redes sociales. En la clínica Desconecta, en Madrid, algunos encuentran algo más que tratamiento: una segunda oportunidad.

A las nueve en punto, en una calle discreta de Madrid, se abre la puerta de una clínica sin letreros llamativos, sin pantallas encendidas, sin móviles a la vista. Nada parece indicar que en su interior, decenas de adolescentes y jóvenes están llevando a cabo uno de los procesos más difíciles de sus vidas: desconectar del mundo digital para volver a conectar consigo mismos.
La clínica Desconecta fue creada en 2012 por el psicólogo Marc Masip como una respuesta a una necesidad que, entonces, apenas se mencionaba: la adicción a las tecnologías. Desde una primera consulta ambulatoria en Barcelona, su proyecto ha crecido hasta tener sedes en Madrid y Málaga, y ha atendido a más de 400 familias. Pero no fue planificado como un negocio. “Empezó de forma muy orgánica. Veíamos que los chicos no podían seguir el ritmo en los institutos tradicionales, que sufrían en silencio, y decidimos crear un espacio adaptado a sus necesidades. El aula terapéutica fue solo el primer paso”, explica Masip a este periódico.
Ahora Desconecta ofrece una combinación de educación individualizada, soporte psicológico y tratamiento intensivo para jóvenes afectados por el uso abusivo del móvil, los videojuegos, las redes sociales y, en muchos casos, por patologías emocionales profundas. El resultado es un modelo único en España que ha permitido recuperar a adolescentes con historias tan duras como invisibles.
Cuando las pantallas tapan el dolor
Con sólo 18 años, uno de esos chicos cuenta su historia con una madurez y serenidad aplastante: “Falleció una persona que yo quería mucho. Me refugié en los videojuegos y en las drogas”. Así empezó su caída. El aislamiento y la falta de límites con la tecnología crearon un entorno perfecto para la adicción.
“Mi padre también había pasado por algo parecido y conocía estos centros. Al principio no quería venir, pero luego entendí que lo necesitaba”, recuerda. Ahora, tras un año sin jugar a videojuegos y sin consumir sustancias, sonríe. “Estoy feliz con mi nueva vida. Me gusta leer, algo que nunca pensé que me gustaría. Antes no tenía ni rutina. Me levantaba, y a jugar. Aquí me han enseñado que la rutina también es libertad”, confiesa.
También ha cambiado su círculo de amistades. “Me alejé de quienes seguían consumiendo. Ahora tengo amigos que me entienden, que me ayudan. La tecnología nos controla sin que lo veamos. Hay chicos que hacen cosas solo porque lo vieron en redes sociales. Es una pérdida de tiempo y, muchas veces, una fuente de sufrimiento”.
Para Marc Masip, la adicción a la tecnología no suele aparecer sola. “Nunca es solo un móvil. Siempre hay algo más. Puede ser ansiedad, depresión, duelo, fobia escolar… La pantalla se convierte en una vía de escape. Por eso el tratamiento debe ir mucho más allá de quitarles el móvil”.
La clínica trabaja con un enfoque multidisciplinar. “Hay terapias individuales, grupales, familiares y grupales familiares. Pero lo más potente es el grupo. Cuando sienten que pueden hablar sin ser juzgados, cuando por fin son escuchados, es cuando empiezan a curarse”, asegura.
Otro de los adolescentes en tratamiento lo resume así: “Yo pensaba que no podía vivir sin el móvil. Ahora entiendo que era solo un parche para todo lo que no sabía cómo afrontar”.

Un espacio donde no hay que fingir
Otra joven que ha pasado por años de terapia cuenta que su llegada a Desconecta fue un punto de inflexión. “Llevaba cinco años en otro hospital de día, pero sentía que no avanzaba. Aquí, en solo un curso, he mejorado más que en los cinco anteriores. La diferencia está en que aquí no solo tratan el síntoma, sino lo que hay detrás”.
Esta estudiante de segundo de bachillerato sufrió TCA (trastorno de conducta alimentaria), depresión, ansiedad e intentos autolíticos. En su anterior instituto, dice, “tenía que inventarme excusas por las ausencias. Aquí no hace falta mentir. Puedes contar la verdad y nadie te juzga”.
Su relación con las redes sociales es compleja. No llegó a eliminarlas del todo, pero sí ha aprendido a usarlas con más conciencia. “Yo me comparaba con los cuerpos que veía en Instagram, con las vidas ‘perfectas’. Me exigía más, entrenaba más, hasta que me destrocé. Ahora sé que muchas de esas imágenes están editadas y que detrás puede haber mucho dolor. Hay que aprender a vivir con las redes, no dejar que ellas vivan por ti”.
El camino hacia una vida más funcional
Otro joven llegó al centro tras un intento autolítico, derivado desde un ingreso psiquiátrico. “Empecé viniendo cinco días a la semana, con terapias de grupo, individuales, actividades dinámicas. Poco a poco vas avanzando. Ahora solo vengo una vez por semana, para que me hagan seguimiento”.
Durante su proceso ha podido retomar el instituto y ha aprendido a convivir con sus emociones. “Sigo manteniendo algunos amigos del colegio, pero los más importantes son los que he hecho aquí. Me siento cómodo con ellos. Nos entendemos”.
Datos que preocupan
Lo que viven estos chicos no es un caso aislado. Los datos de Madrid Salud muestran un aumento preocupante de los casos relacionados con las TIC. En 2024, el 54% de las familias que pidieron orientación lo hicieron por este motivo, frente al 42% del año anterior.
Además, de los adolescentes y jóvenes menores de 25 años atendidos por riesgo de adicción en los centros CAD, el 45% lo hicieron por uso problemático de pantallas o videojuegos. Y un 16% ya presenta criterios clínicos de adicción a las TIC o el juego.
“Estamos ante una crisis silenciosa”, advierte Masip. “Los menores están expuestos a contenidos para los que no están preparados. Es una negligencia dar a un niño de 12 años un móvil con acceso total a internet. Y las consecuencias no son solo académicas, son emocionales, sociales y familiares”.
Según Masip, el entorno familiar es clave para la recuperación. “Los padres también necesitan terapia, necesitan entender qué está pasando y cómo actuar. Muchos vienen desbordados, sin recursos, después de haber probado de todo. Y en casa, muchas veces, también hay abuso del móvil. ¿Cómo educas a un hijo en el uso responsable si tú no levantas la vista de la pantalla?”.
Por eso, en Desconecta también hay espacios de terapia para padres, donde comparten experiencias y reciben pautas. “Cuando las familias se implican, el tratamiento funciona. Sin eso, es casi imposible”.
En el aula terapéutica del centro, los profesores están en coordinación constante con los psicólogos y terapeutas. “Aquí no se trata solo de sacar buenas notas. Se trata de que vuelvan a tener un proyecto de vida”, dice Masip.
Un modelo que debería ser público
El éxito del modelo de Desconecta ha llevado a muchas administraciones a interesarse por replicarlo. “Nos han llamado de comunidades autónomas, de ayuntamientos… Pero falta una política estatal clara. La educación no llega a todo. Necesitamos leyes que limiten el acceso a ciertas tecnologías y contenidos a determinadas edades”, insiste Masip.
Por ahora, la clínica sigue funcionando con recursos privados, pero su impacto es tan evidente que muchos consideran que debería formar parte del sistema público de salud mental juvenil.
A pesar de las dificultades, de las recaídas, del dolor que traen muchos de estos jóvenes, en Desconecta hay esperanza. “Llega un momento en el que hacen ‘clic’. Se dan cuenta de que pueden vivir mejor. Que pueden salir con amigos, tocar un instrumento, leer, amar, estudiar, sin estar todo el día pegados a una pantalla”, resume Masip.
Uno de los chicos, que pasó por el consumo de drogas y la desconexión emocional total, lo expresa así: “Al dejar los videojuegos y las drogas, me encontré a mí mismo. Pensé que la tecnología me daba todo, pero solo me estaba tapando”. Y eso, quizás, es lo que más falta hace recordar: que detrás de cada pantalla, hay una vida esperando ser vivida.
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