Opinión

La historia detrás del villancico «Noche de Paz»

El villancico se remonta a la célebre «tregua de Navidad», en 1818

Noche de Paz
Noche de Pazadh

Uno de los villancicos más conocidos y universales de la Navidad es «Noche de paz», que tiene su origen en la localidad austriaca de Oberndorf, en 1818. Este villancico fue protagonista de un acontecimiento singular, que se conoce como «la tregua de la Navidad». Nos situamos en la nochebuena de 1914, unos meses antes había comenzado la primera guerra mundial. En los frentes de Bélgica y Francia, los soldados alemanes se enfrentaban al ejército aliado. Las trincheras, anegadas por la nieve, aparecían cubiertas de cadáveres. Al caer la noche, en varios puntos del frente occidental aparecieron árboles iluminados, que parecían árboles de Navidad. Los aliados respondieron con un alto el fuego espontáneo. Las descargas de los cañones y fusiles dieron paso a un tenso silencio, que fue roto por una voz que entonó el villancico «Noche de paz». Al poco tiempo, el conocido villancico era cantado por todos, en alemán y en inglés. Los soldados, enemigos entre sí, perdieron el miedo a salir de sus trincheras y llegaron a estrecharse la mano.

Al día siguiente, cada bando ayudó al contrario a cavar tumbas para enterrar a los caídos. Un capellán escocés, que sabía alemán, recitó un salmo. Los soldados intercambiaron comida, regalos y botones del uniforme, para guardarlos como recuerdo. La jornada terminó con un partido de futbol. «Nadie quería seguir con la guerra», comentó un testigo presencial. En nuestros días, son necesarias muchas treguas de Navidad: en Ucrania, en la franja de Gaza y en tantas guerras de las que nadie habla, pero que son igualmente lacerantes. Según el profeta Isaías, en los tiempos del Mesías, las espadas se convertirán en arados y las lanzas en podaderas (Is 2,4).

El Papa Francisco, nos está recordando continuamente que la guerra es siempre un fracaso. La violencia no resuelve nada, solo engendra más violencia. Necesitamos la paz en el mundo, en nuestro país, en nuestras familias y en nuestros corazones. Pero la paz no será posible en un mundo sin Dios. No habrá paz verdadera si no acogemos al «Príncipe de la paz» (Is 9,5), que llamó bienaventurados a los que trabajan por la paz (Mt 5,9). La paz es posible si cada uno de nosotros nos decidimos a ser instrumentos de esa paz, que solo el Mesías nos puede dar.