Madrid

La historia del Rastro en imágenes: así era hace más de un siglo

La Asociación de Comerciantes Nuevo Rastro edita un volumen que repasa de forma fotográfica la evolución del emblemático mercadillo

Una de las primeras imágenes que se conservan del mercadillo, a principios de siglo XX
Una de las primeras imágenes que se conservan del mercadillo, a principios de siglo XXAndrés Ripollés

No queda mucho, algo menos de dos décadas, para que El Rastro cumpla su 300 cumpleaños. Fue a mediados del siglo XVIII cuando un grupo de comerciantes, de manera casi clandestina, ocupó la cuesta de Ribera de Curtidores para vender sus «baratillos» a los vecinos de la Villa. Hoy solo podemos imaginarnos a aquellos pioneros, dejando por el camino aquel «rastro» –de ahí su nombre– de la sangre de las reses que eran sacrificadas en el matadero. Sin embargo, no tenemos que echarle tanta imaginación si queremos saber cómo era el mercadillo, hoy uno de los más importantes de Europa, hace poco más de un siglo.

La Asociación de Comerciantes Nuevo Rastro Madrid, que representa a las tiendas físicas de la zona del tradicional mercadillo, ha liderado el libro «El Rastro Sempiterno», una obra literaria y visual que, explican, sumerge a los lectores en un viaje a través del tiempo, explorando las raíces del mercado desde 1920 hasta la actualidad. Así, el volumen, diseñado por el fotógrafo Miguel Ángel Sintes Puertas, y con el apoyo del Ayuntamiento de la capital, ha reunido a creadores y fotógrafos destacados para ofrecer una visión de la historia viva del Rastro.

Otra de las imágenes del Rastro más primigenio
Otra de las imágenes del Rastro más primigenioAndrés Ripollés

Con prólogo de Andrés Trapiello y la crónica del historiador José A. Nieto, «El Rastro Sempiterno» comienza su viaje a través de las fotos de Andrés Ripollés y Baranda (La Almolda, Zaragoza, 1845 - Madrid, 1926). No en vano, de él proceden las primeras fotografías del mercado: los bazares, la calle de las Américas y la Ribera de Curtidores, datadas entre 1898 y 1910. Como explica José A. Alonso, a finales del XIX, los bazares más célebres eran tres: el denominado de las Primitivas Américas o Bazar de la Casiana, en el 13 de la calle de Mira el Sol; las Grandiosas Américas o Bazar del Médico, al final de la Ribera de Curtidores; y el Bazar de El Federal o las Américas Bajas, en la actual ronda de Toledo. La ropa usada, los muebles y libros viejos, y los artículos de lance podían hallarse en aquellos locales junto a obras y manuscritos antiguos.

Vendedores de paraguas, en la década de los cuarenta
Vendedores de paraguas, en la década de los cuarentaPando Barrero

De Juan Miguel Pando Barrero (Madrid, 1915 – 1992) contamos con fotos de las décadas de los treinta y los cuarenta. «Entre 1905 y 1936, El Rastro se convierte en un zoco cosmopolita. La conjunción de venta ambulante, puestos fijos, tiendas y bazares o patios y corralas comenzaba a llamar la atención fuera de Madrid», afirma Alonso. En ese período lo visitaban escritores como Pío Baroja o Azorín. «Pero sería Ramón Gómez de la Serna el que se quedaría prendado del mercado, llegando a escribir: “El mundo me anonadó en plena adolescencia desde el fondo del Rastro’’».

Otra de las estampas características posguerra
Otra de las estampas características posguerraPando Barrero

Lo cierto es que el mercado se mantuvo durante la Guerra Civil. «Pese al riesgo que significaban los obuses, lo hubo en los bazares de las Américas y en la misma Ribera de Curtidores». De hecho, el 18 de julio de 1937, un año después del golpe de Estado, el periódico «La Crónica» publicaba un reportaje titulado «Los penúltimos héroes de Cascorro», con testimonios de los comerciantes. Con todo, el antes mencionado Bazar del Médico sufrió la caída de una bomba, que «se llevó por delante gran parte de los depósitos de hierros y maderas».

Un vendedor de pompas de jabón, en épocas posteriores
Un vendedor de pompas de jabón, en épocas posterioresMur Vidaller

A las fotografías de Pando Barrero les siguen las de su hijo, Juan Pando Despierto (Madrid, 1943) y las tomadas por José Luis Mur Vidaller (Labuerda, Huesca, 1949). Este último, por cierto, fue portero del Atlético de Madrid, si bien una lesión le llevó a montar en El Rastro un puesto de material fotográfico de ocasión con un amigo, dando pie así a su pasión.

Tras el fin de la guerra, una palabra irrumpió en nuestro vocabulario más cotidiano: el estraperlo, la venta ilegal y a pequeña escala de productos de primera necesidad. Un negocio gracias al cual permitió salir adelante a muchas familias. Hay que destacar, como apunta José A. Alonso, las imágenes tomadas en 1961 por un joven Carlos Saura, que inmortalizó un «cambio de ciclo» del Rastro: entre el fin de la autarquía y el comienzo del llamado «milagro español». Años en los que el «invento» del turismo y la implantación de bases militares americanos beneficiaron al mercadillo.

Por su parte, las fotografías de César Lucas (Cantiveros, Ávila, 1941) pertenecen a mediados de la década de los setenta. «Desde entonces, el Rastro, me produce mucha atención y curiosidad en las imágenes que descubro en cada visita. Es un mundo antiguo y moderno», relata en el libro.

La Transición

Muerto ya Franco, la plaza del Cascorro se convirtió en un punto de encuentro de partidos políticos y movimientos sociales que ven en el Rastro un buen escaparate para sus demandas. Por supuesto, no faltan en el volúmen las instantáneas pertenecientes a los años ochenta. Una década en la que, sin embargo, «desaparecen muchos de los rasgos distintivos del Rastro», como los bazares de las Américas.

Vendedores ya en la era moderna
Vendedores ya en la era modernaDea González

Muchos de los autores de las fotografías recuerdan para el libro sus recuerdos. Es el caso de Eduardo Dea González (Madrid, 1947), que acompañaba a su madre, modista, en busca de retales de telas para hacer vestidos. O Bernardo Pérez Tovar (Madrid, 1956), que, desde los 15 años, tenía un pequeño puesto «al lado de los servicios públicos donde nos poníamos los hippies y vendía pulseras y bolsos de cuero». O Jorge Póo Rayón (Comillas, Santander, 1960), que nunca olvidará ese viaje que hizo a Madrid, con nueve años, de la mano de sus padres, tío y abuelo, y visitó El Rastro, «un lugar que me pareció fascinante, donde podía ver a gentes rarísimas que tenían todo tipo de cosas, la mayoría desconocidas para mí, tiradas por el suelo».

Todos estos artistas, junto a Miguel Ángel Sintes Puertas, Julián Rojas Ocaña, Pepe Calderón y Vicente López Tofiño, se encargan de inmortalizar las estampas de este escenario de millones de historias matritenses. Nunca mejor dicho lo de «inmortalizar». Como explican en el subtítulo, «sempiterno», derivado del latín «sempiternus», es una cualidad atribuida a aquellos que durará siempre. O que, habiendo tenido principio, no tendrá fin. Que así sea.