Palacios

El madrileño palacio del Duque de Abrantes, de noble mansión a sede del Istituto Italiano de Cultura

El palacio de Abrantes, levantado a mediados del siglo XVII, es uno de los emblemáticos de Madrid

PALACIO DE ABRANTES, CALLE MAYOR 86, INSTITUTO FRANCES.
PALACIO DE ABRANTES, CALLE MAYOR 86, INSTITUTO FRANCES. JESUS G. FERIALA RAZÓN

El palacio del Duque de Abrantes, o palacio de Abrantes como es habitualmente conocido, forma, junto con su vecino palacio de los Duques de Uceda, uno de los conjuntos arquitectónicos y urbanísticos más bellos de Madrid. Situado al final de la calle Mayor, casi en su confluencia con Bailén, se levanta sobre parte del terreno en el que estuvo la parroquia mayor, Santa María de la Almudena, y tras ella, al norte, se ubicaban la Real Armería y el Alcázar de los Austrias.

Así, las cinco parcelas primitivas sobre la primera muralla islámica de Madrid que ocupaban el solar del actual Instituto de Cultura Italiana habrían sido adquiridas por el maestro de obras Miguel de Soria, que construyó el edificio entre 1652 y 1656, para después venderlo a Juan de Valencia, de la orden de Calatrava y Espía Mayor de su Majestad, aunque actuaba como intermediario de Antonio de Valdés y Osorio, de la orden de Alcántara y miembro de los Consejos de Castilla, Hacienda y Cruzada y auténtico promotor de la compra. El palacio, de casi 1.500 metros cuadrados construidos en sótano, cuarto bajo, principal y segundo, tenía la fachada principal a la calle Real de la Almudena, hoy Mayor, con su portón de acceso monumental, aún conservado, y rematada con dos torreones con chapitel en ambas esquinas, hoy desaparecidas.

Tanto fue el dinero empleado en levantar la mansión y su rica decoración, que incluía incluso una obra de El Bosco, que la familia, arruinada, optó por alquilar el palacio, donde habitó el arzobispo de Toledo. En 1660 Francisco de Valdés, hijo del propietario, lo puso en venta, pero no encontró comprador hasta 1669: el marqués de Alcañices, que lo amplió. Las penurias económicas de los distintos propietarios obligó a subdividir el palacio, alquilarlo o, incluso, usarlo para alojar a la servidumbre.

En 1842 pasó a manos del duque de Abrantes, quien encargó la primera reforma sustancial al arquitecto Aníbal Álvarez Bouquel para transformar el viejo caserón en un lujoso palacio isabelino. Se conservaron las torres de las esquinas y se decoraron los balcones con escudos. De la reforma interior sólo queda la escalera principal, que sustituyó a la primitiva en la misma posición; de tipo imperial, tiene rellano curvo y vestíbulo superior apilastrado con gran bóveda y lucernario.

En 1887 fue adquirido por su actual propietario, el Estado italiano para instalar su embajada en Madrid. Para ello se restauró el edificio en una obra firmada por Luis Sanz en la que intervinieron artistas italianos como el pintor M. C. Grandi-Passetti. Es en esta reforma cuando el palacio pierde los torreones, se crea la fachada posterior y se realizan las pinturas de la planta superior.

Los sucesivos embajadores fueron introduciendo una rica decoración acorde a la intensa vida social de la legación durante el medio siglo que permaneció en él la embajada de Italia en España. En 1905 la edificación vecina al palacio situada más al oeste fue derribada para abrir la calle de Bailén, gracias a lo cual la embajada consiguió regularizar esta antigua medianera mediante la construcción de una amplia crujía abierta a los nuevos jardines, hoy llamados de Larra, para crear la cuarta fachada del edificio. Desde 1939 se encuentra instalado en el edificio el Instituto Italiano de Cultura, sufriendo transformaciones interiores para su adaptación. Asimismo, se llevaron a cabo en la parte superior de la fachada a Mayor unas pinturas con temas referidos a la reunificación italiana, cobijadas bajo un gran alero de madera de nueva factura.

En la actualidad, además de la portada, zaguán y escalera, conserva varios artesonados y salones, aunque transformados, como el Salón del Trono, que es actualmente el salón de actos y no responde al precedente. Hoy en día se ha convertido en una de los más bellos ejemplos de arquitectura palaciega en Madrid gracias a las distintas aportaciones que la historia ha ido dejando al edificio en sus cerca de cuatro siglos de vida. Próximo al Palacio Real, a la catedral de la Almudena o a la Ópera, su privilegiada situación hacen de esta bella y ecléctica mansión un icono de la ciudad, con sus cuatro fachadas casi completas, con la principal y de acceso por la calle Mayor.