La historia final

Mancebía y mujeres enamoradas en el Madrid del Siglo de Oro (II)

En 1565 el arquitecto real Juan Bautista elevó un memorial donde proponía el levantamiento de la Casa de la Mancebía

"La diversión del hijo pródigo", de Jacopo Palma
"La diversión del hijo pródigo", de Jacopo PalmaLa Razón

La semana pasada empecé a fijar las ideas sobre la mancebía en Madrid, llevado sobre todo, de la intención de mostrar cómo ya en el siglo XVI se operó un cambio en el tratamiento de las meretrices, a raíz de la aplicación del Concilio de Trento, pero que las novedades fueron lentas e incluso en esto del sexto costó que fructificaran mucho, mucho. No se sabe exactamente en dónde estaba por aquel entonces la Casa de la mancebía, aunque por indicios y noticias contenidas en las Actas municipales se puede conjeturar que estaba en la calle Mayor justo antes de llegar a la Puerta del Sol. En 1541 Carlos V ordenó su traslado a la calle del Carmen, a un solar de un tal Juan de Madrid. Veinte años después, en 1565 se volvió a hablar y a decretar su traslado.

Efectivamente, como las cosas de la «humana conditio» son así, con el crecimiento de la población, creció también la demanda de mancebas. En 1567 la Casa ya era pequeña, o estaba destartalada y hubo que buscar nuevo emplazamiento. Además, en 1565 tal vez el arquitecto real Juan Bautista de Toledo había elevado un memorial a Felipe II (se titula Sobre las obras de la Villa de Madrid) en el que le proponía treinta medidas para el engrandecimiento y el decoro de Madrid. Entre otras cosas, levantar un Ayuntamiento, Catedral, Seminario, Hospicio y Hospital General, Matadero, Casa del Pescado, Alholí o Casa de la Mancebía municipal, así como allanamientos, ensanches y empedrados de calles. Entonces se levantó en un solar de un mercader, Juan de Madrid, por la actual calle del Carmen y se edificó sobre una superficie similar a la de la antigua mancebía, más o menos dieciocho pies de ancho (cinco metros y medio) y cuarenta de largo (unos doce metros).

En medio de este ambiente de urbanismo renacentistas y acaso por la presión de la oferta y la demanda (que es bastante más prosaico y tal vez más ajustado a la realidad), se nombró dos comisionados. Uno de ellos, el Corregidor porque el asunto interesaba al bien de la res-publica. El otro comisionado era el contador del ayuntamiento, porque lo que se ventilaba era cuestión de reales. Recibieron el mandato de mantener bien informado al Ayuntamiento: «En este ayuntamiento se cometió al señor contador Peralta para que, con el señor Corregidor, vaya a ver el sitio que parezca es conveniente para pasar la casa de la mancebía pública de esta villa, y que de lo que les pareciere, hagan relación en este ayuntamiento (7-XI-1567).

Las decisiones y los trabajos fueron con bien, porque a principios de agosto de 1570 ya se hablaba de la «Mancebía vieja», o de la «Calle de la Mancebía vieja». Calle, que por otro lado, se decidió «tirar a cordel» y adecentar junto con algunos edificios de la zona(14 de agosto de 1570), para recibir como se merecía a la reina Ana de Austria, recibimiento que se puede leer en López de Hoyos.

Así es que la mancebía vieja se había quedado estrecha y se había levantado otra más capaz en todos los sentidos. Con el incremento demográfico creció también el mercado, la oferta y la demanda y… el descaro. No sin escándalo se veía que a su alrededor cada vez había más mujeres disipadas. Un tal Sebastián de Árcega se quejó de ello al Consejo Real que ordenó al Ayuntamiento de Madrid que actuara. La corporación respondió que ya desde 1571 se les «recogía»- se especifica- «en el hospital de San Ginés, y se dé para cada una un real y un pan de a dos libras, y que Francisco Díaz y Poza tengan cuidado de darles de comer» (20 de marzo de 1572). Pero héteme aquí que si se les recogía no había negocio y, por tanto, se verían afectadas económicamente. No había ningún problema. Por ello se les daba un real, un pan y se interesaban por darles de comer. Al año siguiente, al llegar la Cuaresma (el 10 de marzo de 1573) se comisionó a un regidor para que «haga recoger en el Hospital de los Peregrinos de esta villa las mujeres de la casa de la mancebía para que estén allí y no ofendan a Nuestro Señor».

La recogida tendría lugar entre «el jueves de la conversión de la Magdalena hasta el primer domingo de Pascua». El Ayuntamiento para paliar los males que provocara su decisión también acordó, con toda naturalidad que «y se dé a cada mujer para su mantenimiento un real y un pan y se dé a una moza que las sirva y traiga recaudo, un real cada día». El encargado de hacer todo esto fue un portero del Ayuntamiento al cual también «se le dé un real cada día». En definitiva, que se calculaba que al día obtenían por su trabajo un real de plata, o sea, 34 maravedíes.

(Continuará)