Historia
Príncipe Pío, el camino de hierro al norte
Una infraestructura clave en las comunicaciones ferroviarias de Madrid que ha sobrevivido con un cambio de uso
Todo responde a algo. Durante mucho tiempo, a la estación de Príncipe Pío, también se la denominó Estación del Norte. Y no era algo baladí. La causa era que fue construida por la Compañía de los Ferrocarriles del Norte, de capital francés, como cabecera de una línea férrea que enlazaba Madrid con la frontera francesa. Con el tiempo, amplió sus recorridos y era la cabecera de todos los trenes que iban de la capital al Cantábrico, a la entonces llamada Castilla la Vieja y a Portugal.
El proyecto, como apuntamos, corrió a cargo de ingenieros franceses, de quienes tomó su nombre el puente que salva el río. Ese Puente de los Franceses que luego sería triste protagonista en la Guerra Civil, escenario y actor de cruentas batallas. Esta infraestructura de la época abrió, su primitivo embarcadero, hacia junio de 1861, aunque con una línea que sólo llegaba hasta El Escorial. Principios quieren las cosas, aunque había mucho por hacer.
El edificio de la estación es un ejemplo de la arquitectura modernista de finales del XIX. Construido por los arquitectos franceses Bairez, Grasset y Ouliat en 1879, presenta una fachada flanqueada por dos torres. Su estilo es historicista y encaja en un espacio que comparte protagonismo, o mejor dicho, le roba todo el protagonismo, el cercano Palacio Real. En el interior, que hoy en día se asemeja poco a la original, destaca es espacio central del vestíbulo y obviamente todas las vías y andenes con que contaba y cuenta. Aunque en este caso, los destinos han cambiado. Y mucho.
Con todo, y ejemplo de aquella manera de construir en el siglo XIX y principios del XX, las instalaciones auxiliares, ante la falta de espacio, se dispusieron junto a la línea entre la estación y el Puente de los Franceses. Así las cosas, a mediados de julio de 1882 se inauguró la parte destinada a viajeros, pero solo uno de los dos edificios previstos, paralelo a los andenes, y el frontal quedó abierto simplemente con unos jardines que salvaban el desnivel con la Cuesta de San Vicente. Un espacio este último en plena transformación y que sería «intervenido» arquitectónicamente ante el impulso que tenían las cercanas zonas de Argüelles y plaza de España. Aquel primer edificio es el que hoy en día se puede ver en el Paseo de Florida. Ante el crecimiento de la ciudad y la necesidad de ampliar servicios y movilidad, en 1928 se construyó un segundo edificio de viajeros, este ya más acorde también a las necesidades de una «modernidad» que se abría paso.
Con todo a la nueva estación del Norte aún le quedaban más transformaciones. Y nuevos cometidos. Entre 1985 y 1992, el cierre de la antigua estación de Atocha para su reforma y convertirla en espacio de referencia para los trenes de alta velocidad, se desviaron los trenes del sur y del levante a Chamartín, a través del conocido como Túnel de la Risa, y, para que Chamartín no estuviera tan saturada, ya que, además de los trenes del sur y Levante, acogía también los trenes de Cataluña, Aragón, Navarra, La Rioja y País Vasco, algunos trenes del Cantábrico volvieron a Príncipe Pío. En este sentido no fueron solamente los que iban a Galicia; también acogió a los de Asturias y Cantabria. Una situación que significó el canto del cisne de su actividad ferroviaria de larga distancia. Todo antes de su cierre y abandono, durante años. Algo que le llegó en 1993. En concreto, el 30 de enero de 1993 salió de esta estación el último expreso hacia la costa gallega.
En otra vuelta de tuerca del destino, la vieja estación del Norte se reinventó. Su privilegiada situación, junto a la M-30, cerca de la Casa de Campo y la autovía A-5 y en pleno centro de la capital, no pasó desapercibida. Hoy es un importante nudo de transportes con estaciones de metro, tren de cercanías y un intercambiador de autobuses urbanos, interurbanos y de largo recorrido, pero también se ha convertido en un centro de ocio, con teatro y comercios. Otra vida.
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