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Sally Hambleton, de la Bolsa de Madrid a vivir de su pasión por las flores

La diseñadora floral madrileña pasó de ser bróker a crear un taller de flores en su casa que tras un gran éxito pronto se convirtió en una tienda y en su profesión

Sally Hambleton, floristería de lujo en Madrid © Alberto R. Roldán / Diario La Razón. 16 02 2024
Sally Hambleton, floristería de lujo en Madrid© Alberto R. Roldán / Diario La Razón.Alberto R. RoldánFotógrafos

En casa de una señora inglesa siempre hay flores, suele decir y dice Sally Hambleton en su estudio de la calle Gabriel Lobo. Y en su casa siempre las hubo: esta florista de 52 años nació en Madrid, pero es hija de padre español y madre inglesa. Por ello, esa figura materna hizo posible que las flores siempre estuvieran presentes en su vida; aunque como una presencia en segundo plano, decorando y alegrando su vida pero sin ser llegar a ser entonces un elemento central. Sería más tarde, con las vueltas de la vida y después de ser despedida de un trabajo cómo bróker, cuando lo floral pasó a ser su forma de ganarse la vida: su sueño sin haberlo soñado nunca.

El camino que construyó Hambleton hasta abrir su tienda física es algo impredecible. Hambleton estudió Diseño de Interiores, pero ejerció muy poco. «Me surgió la posibilidad de estudiar un Máster de gestión de carteras en la Bolsa de Madrid. Y lo hice, muy a mi pesar, porque no me gustaba nada. Pero pensé que era una oportunidad que no podía desaprovechar», cuenta. Gracias a ello, trabajó diez años como bróker en el mercado financiero español, vendiendo bolsa española a fondos de inversión extranjeros. Pero en 2002, la despidieron. «De repente me encontré con 30 años recién cumplidos, recién casada, con tiempo —algo que nunca había tenido— y una indemnización nada desdeñable y libre de impuestos».

Y entonces hizo un viaje que le cambió la vida. Pensó en darse un «regalito» y se marchó a Londres a realizar un taller de flores con el maestro floral Kenneth Turner. Hambleton tiene una tía en Inglaterra que le dio a conocer el mundo de las flores, además de la afición de su madre a la decoración floral. Su tía se había formado con la famosa florista Constance Spry. Es decir, siempre había tenido una conexión con las flores, pero «nunca se le había pasado por la cabeza dedicarse a ello». Pero su estancia en la capital inglesa le cambió la visión. «Volví enajenada. Le dije a mi marido: esto es lo que quiero hacer el resto de mis días. Pero yo no sabía por dónde empezar y era consciente de que, por ejemplo, en Madrid no había mercado de flores. Y empezó una etapa apasionante de aprendizaje que aún no ha terminado».

Y abrió un taller pequeño en su casa, en un cuarto que le sobraba al lado de la cocina. «Al principio me ayudaba mi madre, mi marido, alguna hermana, incluso mi padre. Pero fue corriéndose la voz, con el boca a boca, y empecé a recibir muchas peticiones de presupuestos. Yo pensé: no estoy preparada para esto». Pero sí lo estaba. Su casa fue llenándose de flores hasta casi convertirse en un jardín, por lo que tuvo que mudarse a un local por la gran demanda que recibía y abrir una tienda. Entonces se inicia un camino de mucho trabajo, de muchas dudas. «Yo tenía un síndrome de la impostora real. Yo no sabía nada del sector». Por ello, hizo viajes a Inglaterra «para formarse, porque aquí no encontré escuelas que enseñaran el estilo que yo quería aprender». Durante los cuatro primeros años realizaron sobre todo eventos, entre ellos más de 100 bodas al año. La empresa fue creciendo hasta llegar a los 14 empleados de hoy. Hambleton cuenta que una forma que impulsó el negocio fueron las redes sociales, concretamente Instagram. «Cambió nuestro panorama porque es una red social 100% visual. En Instagram se puede vender todo lo que sea bello, como las flores, que le gustan a todo el mundo». Además, Hambleton reflexiona sobre lo bello. «No encuentro una utilidad mejor que algo que te aporte belleza», dice señalando los libros que le han dado «horas de felicidad e inspiración» o su colección de jarras de antiguas «preciosas, que no sirven para servir agua pero sí para aportar belleza y hacerme feliz».

Sin embargo, tuvo que cambiar el modelo de negocio. Primero, nació su hija: «tuve un bebé al poco tiempo de abrir la tienda y fue como tener quintillizos: un bebé y una tienda nueva de un sector que no conoces». Y segundo, sufrió «algún episodio de estrés» que la llevó al hospital. Entonces empezó realizar menos eventos pero de mayor presupuesto y a dedicar más tiempo al negocio del día a día en la tienda, al retail puro, también con el objetivo de recuperar algo de vida familiar, que es un «precio muy alto que había pagado».

Todo su universo floral se ubica en la plaza de la calle Gabriel Lobo de Madrid. Ahí tiene su casa, la oficina, el taller, el estudio y la tienda. Y de ahí no se va a marchar. «No tengo interés en crecer en otro sitio. Ya lo intentamos y no me gustó. No quiero perder la esencia de barrio y pueblo que tiene esta plaza. Crecemos por el negocio online. Pero la emoción de observar las flores en directo no tiene nada que ver. Es toda una vivencia cuando entras en nuestra tienda. Y si las tiendas de barrio desaparecen nos convertiremos en ciudades horrorosas para vivir. Me gusta el contacto con mis vecinos y a ellos les gusta que estemos aquí».

Su producto es «de la máxima calidad» y procura que el 50% de las flores que consumen sean nacionales. Para Hambleton, España ha sido un país «menos florido porque nunca hemos tenido un exceso de agua. Y para mantener jardines como los ingleses —que son los que conozco y en los que me inspiro— hay que tener grandes recursos hídricos. Si tienes un jardín, te acostumbras a cortar flores en temporada y ponerlas en un jarrón en tu casa. Y cuando ya no es temporada, las echas en falta y las compras. Te has creado un hábito». Y añade: «Somos un país que vivimos de puertas para fuera. Tenemos la suerte de tener un clima que nos permite vivir en la calle y la decoración de nuestras casas tradicionalmente no ha sido una prioridad», reflexiona aunque nota que «ahora los jóvenes están más interesados en la decoración interior, creo que debido a la influencia de las redes sociales». Además, aquí la mayoría de la compra de flores es «para regalar, no para consumo propio».

El resto de la producción suele venir de Holanda, y anteriormente de Colombia, Ecuador o Kenia, pero ahora esto cambió por intentar hacer su profesión más sostenible. «No me permito comprar fuera de Europa. Queremos controlar un poco nuestra huella de carbono, que es enorme por las distancias que tienen que 'viajar' las flores», reconoce Hambleton y dice que le da «vergüenza» no haber sido consciente de ello antes.

Otra idea que ahora funciona a pleno rendimiento, que fue producto del diálogo con los clientes, es la de realizar talleres donde enseña a hacer arreglos florales. Los hacen privados y también para todos los públicos, estos últimos dos veces al año. Hambleton considera que hay que exponer a los más jóvenes a esta realidad, al hacer referencia a que van más mujeres que hombres a sus talleres. «De pequeña no me apetecía ir al museo de artes decorativas, pero mi madre me llevaba de las orejas. Y eso he hecho con mi hija. Pero si tú no te expones a la belleza no vas a saber cómo reproducirla. Si los padres empiezan a enseñarle a los hijos que las flores no son cosa exclusiva de las mujeres nos va a ir muy bien».

Después de 20 años, subraya Hambleton, «me sigo emocionando cuando me llega una caja de flores. A mí me hace muy feliz: a mí y a muchísima gente. Es lo mejor de mi trabajo».