Salud mental

El suicidio, una conducta que se previene hablando (y escuchando)

La unidad de Psiquiatría del Hospital de Torrejón nos abre sus puertas para mostrar cómo trabajar con una perspectiva humanizadora es fundamental a la hora de tratar casos de intento autolítico

El reloj marca poco más de las 11 de la mañana, y la luz entra de lleno en la sala donde los pacientes ingresados en el área de Psiquiatría del Hospital de Torrejón hacen, juntos, unos ejercicios de mindfullnes acompañados por las enfermeras. Cada uno de ellos –ahora mismo hay un total de 12 pacientes en la unidad– ha llegado por un motivo diferente, y ahoracomparten comidas y algunas actividades en un área que se ha diseñado para ser, dentro de la seguridad, lo más amable y humanizada posible. Lo que no es desconocido ni para muchos de los pacientes que llegan a este área ni para los profesionales que llegan a ella es la causa que nos ha traído hasta aquí, que es conocer más de cerca una realidad tan dolorosa como desconocida como es el suicidio de la mano de aquellos que, día a día, trabajan para que quienes han vivido un intento autolítico puedan recuperarse. Y es que este domingo, 10 de septiembre, es el Día Mundial de la Prevención del Suicidio. Y, si bien es cierto que la Comunidad de Madrid tiene la tasa de suicidio consumado más baja de España, esta cifra llega a los 5,9 casos por cada 100.000 habitantes (la media nacional está en los 8,6 casos). Por ello, la región está implantando el Plan de Salud Mental y Adicciones que contempla la contratación de 370 profesionales específicos en esta área en diferentes categorías profesionales, como son Psiquiatría, Psicología Clínica, Enfermería especialista en Salud Mental y terapeutas ocupacionales entre otros.

«Desde que la unidad se puso en marcha nos hemos metido en una dinámica en la que los cuidados se basan en la humanización de los pacientes», expresa a LA RAZÓN Laura Rodríguez, enfermera de la unidad de Psiquiatría del Hospital de Torrejón. «No se les puede tratar a todos por igual, porque todos los casos son distintos, por lo que intentamos que haya una calidad humana que parte de la empatía, de la escucha activa y, muchas veces, de adaptar este rol de cuidados e intentar que el paciente se sienta escuchado, que sepa que nosotros no tenemos un rol de poder sino que estamos aquí para proporcionarle cuidados», añade. De esta manera, asegura Rodríguez, muchas veces «se evita tener que llegar a intervenciones un poco más traumáticas».

Pero, ¿qué acciones concretas puede traer consigo esa humanización de los cuidados? «Por ejemplo, cuando llega un paciente tras un intento de suicidio, se hace una valoración conjunta e ingresa con un protocolo de supervisión que progresivamente va yendo a menos, proporcionándoles un poco la confianza en ellos mismos y en el cuidado que se les proporciona». Hacen, además, distintas dinámicas que, una vez salgan, «les ayudarán, en la mayoría de los casos, a que tengan estrategias para evitar una nueva crisis o un nuevo ingreso».

Por su parte, Mariela Vilela, psiquiatra de la misma unidad, explica que, si bien siempre se busca que el paciente esté el menor tiempo posible hospitalizado, a esta situación se llega cuando «se produce una situación de crisis en la cual la persona, tenga el diagnóstico que tenga, o incluso aunque no tuviera previamente un diagnóstico de salud mental, no puede sobrellevar su vida fuera». Por ello, estas crisis «pueden estar originadas, por ejemplo por un trastorno psicótico, por dependencia de sustancias o por otros motivos». Asimismo, Samuel Romero, psiquiatra del Centro de Especialidades del mismo hospital, subraya que «hay que entender que el suicidio es una conducta humana que depende de muchos factores». Y, a su vez, reconoce que «hemos visto un aumento importante de la conducta suicida a los últimos años». «Pero es importante subrayar que la conducta suicida siempre surge de un problema de fondo, y, como tal, se comporta como un síntoma más de esto», añade.

Entonces, en el caso de que sea resultado de una enfermedad, el objetivo fundamental «es tenerla controlada». «Luego hay otras causas que tienen que ver con factores que consideramos que probablemente durante los últimos años es lo que ha hecho incrementar las cifras, que son los factores sociales, culturales y económicos, ya que hay una disminución de la capacidad que tienen las personas de resiliencia ante las adversidades». Por ello, Romero advierte que «incomodarse ante una situación adversa es una reacción normal, pero el problema es que probablemente no tengamos la cultura de educar para aprender a gestionar ese malestar para poder enfrentarnos a los problemas». En estos casos, dice, no se trata tanto de «poner fin a la vida sino a los problemas». Por ello, precisamente, considera tan importante de hacer un tratamiento individualizado. «Dependiendo de esos factores vamos a poder hacer el abordaje necesario para prevenir que se repita», explica.

Una vez finalizada la hospitalización la persona vuelve a su vida habitual. Y es ahí, precisamente, donde regresan a un entorno que, en la mayoría de los casos, no acaba de comprender lo que le ha pasado. Es tabú. «A las familias les cuesta mucho entender cómo se llega a este punto», apunta Rodríguez. «Ellos también necesitan su tiempo para comprender y asimilar». «Muchas veces las familias caen en una excesiva supervisión que hace que el paciente se sienta negativamente vigilado», confirma Romero, que defiende que también hay que hacer un trabajo de pedagogía con las familias para lograr que el éxito del tratamiento sea global.

Paula Escobero, también psiquiatra del Hospital de Torrejón, subraya que en el caso de la población infanto juvenil cobra muchísima más importancia el papel de la familia. «De hecho, dentro de los estudios que se están haciendo en esta población se ve que la relación directa con las familias tiene un valor fundmental de cara prevenir o abordar la conducta suicida después de un intento autolítico. En cuanto a las causas que, a nivel social, pueden llevar a esta situación a un niño o adolescente, Escobero señala las nuevas formas de socializar que traen las redes sociales, pero, sobre todo, da la voz de alerta en relación a los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), los cuales «han duplicado su incidencia en relación a antes de la pandemia».

«Desde hace años se está luchando contra el estigma de las enfermedades mentales, pero tal vez ahora estemos cayendo en la vanalización, sobre todo cuando hablamos de temas como la ansiedad o trastornos como la bipolaridad», dice Vilela. «El suicido como conducta es la punta del iceberg, por lo que creo que es importante entender que muchas veces es el síntoma de toda una situación que hay detrás y que es fundamental que tratemos», añade Escobero. Por su parte, Romero apunta que «es fundametal cuando detectemos una posible situación de riesgo suicida en nuestro entorno tener una actitud empática y animar a la persona a verbalizarlo». Hablar de ello (y escuchar) se convierte, en estos casos, en un salvavidas.