Medio ambiente
Andrés del Campo: “Poco se habla del efecto descontaminante del regadío”
El presidente de Fenacore defiende también el papel que ejerce este tipo de cultivos para fijar población en zonas rurales, así como para la producción y la alimentación
"En la cita mundial más importante contra el cambio climático, celebrada este año en Madrid, la ONU ha pedido medidas urgentes para revertir una crisis, en su opinión, más grave de lo esperado; al tiempo que la Comisión Europea anunciaba una ley de transición ecológica para reforzar su compromiso con la reducción de emisiones, tras declarar la situación de emergencia. La 25 edición de la Conferencia de las Partes (COP) tiene lugar un año después de que los gases de efecto invernadero en la atmósfera marcaran en 2018 un nuevo récord. Y en este marco, poco se habla del papel descontaminante del regadío.
Por el momento, 187 miembros han presentado planes nacionales de recorte de emisiones que, según los expertos de la ONU, se traducirían en un aumento de la temperatura que duplicaría el objetivo marcado. Es decir, serían insuficientes.
Las emisiones tendrían que recortarse a la mitad en 2030 respecto a 1990 y alcanzar la neutralidad climática en 2050. Y en este escenario, caracterizado por la urgencia de limpiar el aire y reducir el dióxido de carbono en la atmósfera, conviene remarcar que los cultivos de regadío son auténticos sumideros de CO2, con el consiguiente efecto positivo sobre la disminución del efecto invernadero. Hasta el punto de que si los agricultores dejaran de cultivar los frutales, olivos, naranjos, viñas... y no cuidaran y protegieran los bosques y pastos de su propiedad, tales sumideros desaparecerían, lo que a la postre terminaría agravando los problemas medioambientales.
En Europa, la biomasa absorbe entre el 7 y el 12 por ciento de las emisiones, según los diferentes cultivos. A modo de ejemplo, los cereales de invierno son un sumidero que puede representar, en nuestra agricultura, un almacenamiento neto de unas 20 Mt CO2 todos los años. En este sentido, España produjo el año pasado 295 Mt de CO2. Y como el precio medio para este año de los derechos de emisión de CO2 oscila en torno a los 25 euros por tonelada, si se subastaran todos los derechos se alcanzaría un montante total de 7.375 millones de euros.
La lucha contra el cambio climático ha entrado de lleno en la agenda política de los principales países desarrollados, en la que -sobre todo en el caso de España- desgraciada y paradójicamente el agua ha ido perdiendo relevancia, como en nuestro país evidencia el hecho de que en las últimas legislaturas sus competencias hayan ido pasando por diferentes carteras ministeriales (Agricultura, Medio Ambiente y la actual Transición Ecológica) sin que se hayan producido avances reales a la hora de ejecutar las actuaciones necesarias para garantizar todos los usos.
Y decimos paradójicamente porque el regadío no sólo absorbe CO2, sino que también aporta oxígeno a la atmósfera por la fotosíntesis de la cubierta vegetal y contribuye también a reducir la erosión y la desertización, mediante el mantenimiento de la capa vegetal en cultivos de riego eficiente, dos peligrosas consecuencias que se podrían agravar por el cambio climático.
Asimismo, está demostrado que el regadío contribuye a fijar la población en las zonas rurales, evitando el abandono de tierras y montes y, con ello, la propagación de los incendios que suelen prender España en la época estival, reduciendo a cenizas uno de los principales “tragaderos” de CO2. Por no hablar de su papel como elemento paisajístico, sobre todo en los países de clima mediterráneo.
Por otra parte, la diversidad de cultivos y la productividad de las áreas regadas supera con creces a las de las áreas no regadas. De hecho, en el caso español una hectárea de regadío produce de media lo que seis hectáreas de secano. Así, si el aumento de la producción de alimentos a nivel mundial se hiciese a través de cultivos de secano, las selvas y bosques se verían seriamente amenazados, lo que desde el punto de vista medioambiental resultaría inadmisible.
La población ganará más de 2.000 millones de habitantes en los próximos 30 años, más de 800 millones de personas en el mundo sufren desnutrición y la presión sobre los recursos naturales es creciente. En este marco, y teniendo en cuenta que por el cambio climático se puede reducir hasta un 10% el rendimiento de los cultivos, son más necesarios que nunca el asociacionismo agrario y las obras de regulación para crear corporaciones y aprovechar las economías de escala, lo que contribuirá a mantener una seguridad alimentaria que precisa de la recuperación del pulso de la inversión pública en infraestructuras hídricas tras la parálisis de la crisis.
Finalmente, después de que los niveles de dióxido de carbono hayan alcanzado la concentración más alta de los últimos tres millones de años, la lupa se ha situado sobre la combustión de energías fósiles. Y en este contexto la agricultura también actúa como productora de materias primas para la fabricación de biocombustibles.
La Unión Europea, por ejemplo, es la mayor importadora mundial de etanol -que se produce con cereales- y biodiesel -que se obtiene a partir de semillas de plantas oleaginosas y aceites vegetales-. Y a falta de nuevos compromisos, la UE-27 tiene el objetivo de que, para el próximo año, como mínimo el 10% de la energía utilizada para el transporte proceda de fuentes renovables para así reducir un 6% las emisiones de gases de efecto invernadero.
Pero el del clima es un problema global. Y al otro lado del Atlántico, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) prevé que la producción de biodiesel aumente en la UE un 22% en 2020, cifra que asciende al 40% para el caso de etanol. De ahí el hincapié en utilizar materias primas distintas a las semillas para evitar la competencia con mercados alimentarios. Como consecuencia, han surgido los biocombustibles de segunda generación, que aprovechan la materia lignocelulósica de las plantas, en otras palabras, la que se transforma por vías fermentativas o termoquímicas en biodiesel o bioetanol de segunda generación.
Mediante el desarrollo de estas industrias para cultivos no alimentarios se conseguirán beneficios ambientales y socioeconómicos como la reducción de CO2, la creación de puestos de trabajo en el medio rural y una mayor diversificación en las producciones. Además, constituyen una fuente de energías limpias y renovables, sustitutivas de las fósiles, limitadas y contaminantes.
El regadío puede reforzar la coraza frente al deterioro del medio ambiente y convertirse en uno de los mayores aliados en la batalla contra el cambio climático. En definitiva: regar para alimentar, poblar y también para cuidar el planeta. Que falta hace".
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