
La contra
Historiador
Planeta Tierra

Algunas veces, de los amigos, los conocidos, los pasajeros en un tren o en un mismo barco, y en cualquier momento, recibo un apelativo que me causa una cierta sorpresa y, por qué no decirlo, también una sensación placentera: historiada.
Eso me con frecuencia sucede desde hace poco, por mis últimos libros sobre Balboa y el Mar del Sur, Hernán Cortés, o La mitad del mundo que fue de España, una trilogía reciente durante cuya elaboración, sin prisas, disfruté mucho.
La verdad es que algunas de esas sensaciones historificantes me vienen de antiguo, del Liceo Francés de Madrid, donde estudié el mejor bachillerato que había en los años 40 del pasado siglo. Allí, el Prof. Miguel Kreisler fue un maestro para todos sus alumnos, por su dedicación a buscar siempre del punto de equilibrio entre las diversas opiniones sobre hechos históricos todavía discutidos.
Kreisler nos explicaba la Historia casi como una novela, con episodios como las pinturas de Altamira, la llegada de los romanos, la incursión árabe con toda la Reconquista subsiguiente, y el Renacimiento a partir de los Reyes Católicos con la misión española en la Historia universal: la acción casi increíble en la América, su conquista, el desarrollo de los virreinatos, la cruenta emancipación, el pseudoindigenismo, la leyenda negra, etc.
Me gusta que algunos me llamen historiador, aunque no creo que lo sea, porque tendría que haberme especializado mucho más, si bien es verdad que el trasfondo histórico me clarifica casi todo. En ese sentido, la Historia de España tiene un periodo maldito, desde la invasión napoleónica hasta el Desastre de 1898, cuando “se pierden” las últimas provincias ultramarinas.
No vacilen. Pueden llamarme historiador, aunque no lo sea. Pero me gustaría llegar a serlo.
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