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Medio Ambiente
Vuelve la contaminación acústica a las ciudades
Ni siquiera durante el confinamiento, cuando el tráfico prácticamente desapareció, conseguimos vivir por debajo de los umbrales marcados por la OMS como salubres
Muchas veces no nos damos ni cuenta de lo acostumbrados que estamos a convivir con todo tipo de sonidos, pero el ruido es para la Organización Mundial de la Salud la segunda causa ambiental de problemas de salud. Si bien es cierto que la contaminación atmosférica causa muchas más muertes prematuras que la acústica, parece que el ruido afecta en mayor medida a los indicadores sobre la calidad de vida y la salud mental. Alteraciones del sueño, dolores de cabeza, pitidos en los oídos, fatiga e irritabilidad son algunos de las consecuencias que sufrimos los seres humanos sometidos a contaminación acústica. Esta provoca, además, enfermedades cardiovasculares, un mayor riesgo de hipertensión y efectos perjudiciales en el sistema metabólico. «El ruido ambiental es una de las causas que provocan 48.000 nuevos casos de cardiopatía isquémica al año, así como 12.000 muertes prematuras. También se calcula que 22 millones de personas sufren molestias crónicas importantes y que 6,5 millones de personas padecen alteraciones del sueño graves y crónicas. Como consecuencia del ruido de las aeronaves, calculamos que 12.500 niños en edad escolar tienen problemas con la lectura», dice la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA). En los niños, el exceso de decibelios provoca más dificultades con el lenguaje, tanto en su percepción como en la oratoria, acarrea problemas de sociabilidad y amenaza su desarrollo cognitivo.
Todo a nuestro alrededor parece que está subido de tono. De hecho, la OMS afirma que el 50% de la población de entre 12 y 35 años se encuentra en riesgo de perder su capacidad auditiva a causa de la exposición prolongada y excesiva a ruidos que superan el volumen máximo recomendado para no sufrir efectos negativos. Si el valor máximo es de 65 decibelios, basta saber que una taladradora por sí sola emite 120 decibelios y el despegue de un avión, unos 130 decibelios. Si encima a los sonidos propios del entorno le añadimos el uso de dispositivos de audio como reproductores de MP3 y móviles no es de extraña que hasta 1.000 millones de jóvenes estén en riesgo de padecer sordera.
Y las cosas no parece que vayan a mejorar según las estadísticas. El informe de Aema publicado ya en época de pandemia, el «Environmental noise in Europe» de 2020 indica que, de momento no se han alcanzado los objetivos en materia de ruido ambiental que se habían fijado en las políticas. «De hecho, sobre la base de nuestros pronósticos, es poco probable que la cantidad de personas expuestas al ruido disminuya significativamente en el futuro debido al crecimiento urbano», dicen.
Recuperación de niveles
Es cierto que cuando llegó la pandemia todos apreciamos lo lleno que está el silencio. Cuando se acalló la actividad humana pudimos escuchar los sonidos de la naturaleza y de los animales. El fenómeno era tan excepcional que decenas de grupos de investigación se lanzaron a hacer estudios y analizar muestras... también en España, uno de los países más expuesto al ruido del mundo. En Madrid, la Red Fija de Control de la Contaminación Acústica del Ayuntamiento (que cuenta con 31 estaciones repartidas por la ciudad) registraba una media de 57,29 decibelios de ruido en pleno mes de abril de 2020, es decir, cuatro decibelios menos que en febrero, cuando todavía no había confinamiento obligatorio. La Universidad de Granada también realizó un estudio en esa ciudad, en su caso junto al London University College. Concluyen que el ruido fue hasta 20 dB (100 veces menos energía) durante el lockdown.
Sin embargo, hay que tener en cuenta un detalle. Como apunta César Asensio, miembro del Grupo de Investigación en Instrumentación y Acústica Aplicada de la Universidad Politécnica de Madrid «la bajada de cuatro o cinco decibelios en Madrid estuvo acompañada de un descenso notable del tráfico; se registraron hasta cuatro veces menos coches rodando. «Esos bajos niveles de tráfico los hemos vuelto a ver excepcionalmente con Filomena. Sin embargo, hay que entender que esta desproporción entre bajada de decibelios y de tráfico se debe a que los vehículos que quedaban transitando iban a mayor velocidad y cubrían más distancia», explica Asensio. En el casos de la ordenanza madrileña el límite de ruido para las zonas residenciales está en 55 decibelios durante el día y 45 durante la noche y a pesar del confinamiento no se cumplieron los límites.
¿Qué ha pasado después? Pues una vez salimos de casa, la progresión del ruido ha sido dispar por zonas, aunque ha crecido de forma paralela. «Incluso en barrios que no tienen nada que ver como, por ejemplo, l aplazad eCarlosVy el barrio de Sanchinarro, se puede ver cómo los niveles de decibelios han seguido una trayectoria de ascenso paralela. Aunque luego la diferencia de entre una y otra puede estar en torno a los seis decibelios», apunta el investigador. Desde mayo de 2020 ha habido de todo, desde lugares que no han recuperado el 100% de la contaminación anterior a la pandemia, debido sobre todo al teletrabajo, a lugares en los que se han notado incrementos incluso superiores a los anteriores. «No hay que olvidar que muchas personas han dejado de viajar en transporte público por miedo a contagiarse. Durante el verano vimos un aumento de los grados de ruido en las zonas de ocio, y en algunos puntos se han superado los niveles pre pandemia», dice Asensio.
Ahora en esta atípica Navidad, ¿qué podemos esperar? En general es una época en la que hay muúltimo chos desplazamientos, por lo que en teoría no debería notarse menos contaminación acústica. Aun así, «hay algunos problema durante estas fiestas que tienen más que ver con temas de convivencia. Por ejemplo, si algún vecino decide hacer fiesta en casa o prolongar la cena, pero estos son focos que afectan a particulares y que no forman parte de la contaminación acústica de forma general», matiza Asensio.
A pesar de las taladradoras, los vecinos que molestan o las terrazas del barrio, los estudios afirman rotundos que aproximadamente un 80% del origen de la contaminación acústica en los centros urbanos se debe al tráfico. Por detrás estarían las obras urbanas y las de los vecinos, según afirma el «Estudio del ruido», elaborado en 2019 por la aseguradora DKV, Gaes y la Fundación Ecodes.
No es de extrañar entonces que luchar contra el ruido sea sinónimo de pelear contra el tráfico. Así se entiende que todas las urbes, en mayor o menor medida, cuenten con las denominadas Zonas de Bajas Emisiones. De hecho, el grupo de la UPM acaba de hacer pública una metodología que «permite cuantificar la huella acústica generada por un vehículo, y determinar el número de residentes expuestos a dicho contaminante. Mediante el posicionamiento GPS, el sistema es capaz de realizar un seguimiento del vehículo, y determinar su ruta, velocidad y aceleración. Conocer la huella acústica de los vehículos y su coste asociado, permitiría a las administraciones responsables incorporar cuotas de ruido u otros mecanismos de gestión, fomentando conductas proambientales y desincentivando los usos más contaminantes», explican.
No es algo tan descabellado pensar que llegará un momento en el que ruido de los coches cueste, puesto que ya se aplican tasas impositivas por exceso de decibelios al ferrocarril, los aviones y al transporte pesado por carretera. «Hay soluciones locales como levantar pantallas donde se ha construido cerca de una carretera, pero cuando el tráfico es la mayor fuente de ruido, la única solución es hacer desaparecer los coches. Los eléctricos son parte de la solución porque su motor no produce ruidos. Pero a partir de los 30-40 km/h cualquier coche, sea del tipo que sea, produce ruido por el roce de las ruedas en el asfalto. Otra opción es usar el transporte público o algún patinete o bici», concluye Asensio.
Más incidencia Covid y cambios de hábitats
El ruido nos afecta a nosotros y nuestro entorno. El ruido altera el sueño y está relacionado con un montón de patologías, incluso con la Covid 19. Una investigación llevada a cabo por científicos del Carlos III y de la Politécnica y la Universidad Técnica de Dinamarca ha vinculado el ruido con una mayor incidencia y gravedad de esta nueva enfermedad. Algunas de las consecuencias en la naturaleza las hemos podido ver durante el confinamiento, cuando en muchas ciudades se volvían a oír y ver algunas especies. La contaminación acústica provoca que los animales huyan de determinadas zonas y eso a la larga provoca un cambio en el hábitat.
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