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En España fue con el final del siglo XIX y el comienzo del XX, cuando la política de reforestación comenzó a pasar del plano de las aspiraciones regeneracionistas a la realidad; gracias a la creación de las Divisiones Hidrológico-forestales. Luego vendrían otras medidas en la misma línea; sobre todo el Patrimonio Forestal del Estado (PFE) en 1935, diseñado por José Larraz, y muy potenciado por los Gobiernos de Franco tras la Guerra Civil.

Las repoblaciones que se hicieron desde el PFE fueron de gran amplitud, en la idea de una primera fase de resinosas, de grandes pinares nuevos. Para ulteriormente introducir las frondosas en los bosques nuevos. Lo que al final no se hizo, en contra de las ideas primigenias de Ceballos y Ximénez de Embú, los dos Ingenieros de Montes que redactaron el Plan de Reforestación de 1938, en plena contienda fratricida.

Pasaron más de dos décadas de trabajos muy considerables del P FE, y por el Decreto-ley 17/1971, de 28 de diciembre, se creó el Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ICONA), en el que se fusionaron el PFE y el Servicio de Pesca Continental, Caza y Parques Nacionales; también asumió las funciones del servicio de incendios forestales, las vías pecuarias, y la lucha contra la erosión.

Al cumplirse en 2021 los 50 años de la fundación de ICONA, Antonio López Lillo, Ingeniero de Montes (como lo es, honorífico, el autor de esta columna ), promovió con algunos de sus colegas la publicación del libro «ICONA». Hermosamente editado por Planeta, es una obra impresionante que todos los amantes de la Naturaleza deberían leer y difundir. Por lo mucho que ICONA hizo por la preservación de la Naturaleza en España, sin compartimentar la en diecisiete pedazos desconectados. ICONA debería revivir para el mejor servicio a nuestros bosques, que son sumideros de CO2, fábricas de oxígeno, sosegadores del alma, y que enfrían el planeta en tiempos de calentamiento global.