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Medio Ambiente

Meditaciones en la Nochebuena

Ramón Tamames
Ramón Tamames Cristina BejaranoLa Razón

Mis pensamientos propios en la mañana de hoy, víspera de la Nochebuena, se deslizan por las neuronas más lentas de lo normal. Recordando tiempos de tendencia matematizadora, cuando en la década de 1920, en un ambiente de la más fría analítica, el astrónomo James Jeans dijo sentenciosamente aquello de que «Dios tiene que ser matemático». Más tarde, el gran físico, Nobel de 1932, el controvertido alemán prohitleriano Werner Heisenberg, impulsó ese movimiento cuantificador del Altísimo, al anotar que la ciencia ya no podía configurar la realidad atómica según simples modelos físicos mentales: las matemáticas debían ser la expresión para comprender la realidad como un enfoque más complejo de lo imaginable. Pero, al final, fue Einstein el mejor ejemplo de esa actitud matematizante, sabiendo apreciar la belleza matemática, en clara tendencia de Mates Über alles. Debiendo recordarse aquí que Alfred Korzybski, un filósofo norteamericano, de principios del siglo XX, dejó claro que las matemáticas permiten presentar esquemas precisos y coherentes, claro que siempre al precio de una abstracción tan extrema que su aplicabilidad acaba por encontrar sus propios límites. Resultado final –así supo subrayarlo el propio Korzybski–, cualquier tipo de pensamiento acaba convirtiéndose en una abstracción perfecta de la realidad, lo que llevaría nuestro conocimiento mucho más lejos.

Superando lo matemático, hay que revisitar el territorio subatómico, tomando como base al científico, y al final también Premio Nobel Peter Higgs. Quien ya en 1964 –simultáneamente con François Englert y Robert Brout–, suscitó la tesis de que entre las fuerzas rectoras de la Física del cosmos debía existir una subpartícula, un bosón que, a modo de intercambiador, actuase en todo el sistema standard; haciendo sus partículas pesadas y lentas, al proporcionarles su propia masa: la partícula de Dios.