Reportaje

Los sherpas, la voz que el Everest olvidó: «Nos tratan como a sirvientes»

Editan en castellano «Más cerca de mi padre», el testimonio del legendario Jamling Tenzing Norgay, que ascendió al Himalaya para reconciliarse con su legado como guía de montaña

Tenzing Norgay, Jamling
Tenzing Norgay, JamlingCapitán Swing

«La mayoría de las expediciones en el Himalaya no serían posibles sin los sherpas, pero seguimos siendo tratados como sirvientes por muchos», sentencia Jamling Tenzing Norgay, por videollamada. «Hay montañeros que pagan 100.000 dólares por subir al Everest y esperan que cinco sherpas lo hagan todo por ellos», prosigue. Su denuncia no llega desde la periferia del relato, sino desde el centro del mismo. El que habla es el hijo del primer hombre en pisar el pico más alto del planeta, el sherpa Tenzing Norgay Sherpa, que acompañó a sir Edmund Hillary hasta la cima del Everest, en 1953.

Jamling fue, además, jefe de escalada de la famosa expedición IMAX de 1996, una travesía que quedó registrada en la película Everest (1998). En ella, se retrata cómo el equipo tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para afrontar la infame tormenta de nieve que provocó la muerte de ocho compañeros. El equipo de Jamling –que se encontraba más abajo–, mantuvo contacto por radio con los atrapados y colaboró en las labores de rescate. En su libro Más cerca de mi padre, que la editorial Capitán Swing acaba de publicar en español, el escalador recuerda esa y otras experencias que vivió en su ascenso al techo del mundo.

No lo hace como una hazaña física –esa, dice, es una «perspectiva muy occidental» de la escalada–, sino como un viaje de redención y un homenaje hacia su legado. Eso es lo que hace que este libro, publicado originalmente en 2001 y finalista del premio «Books for a Better Life», sea una rara joya dentro de la literatura de montaña: es uno de los pocos relatos contados desde la perspectiva de un sherpa. Y no cualquier sherpa. Para muestra, el prólogo lo firma el Dalái Lama y la introducción es del periodista y montañista Jon Krakauer, quien también fue testigo de la tragedia del 96.

Por el camino, el testimonio de Jamling pone en primer plano una verdad incómoda: los sherpas han sido –desde los primeros intentos británicos, en 1921– los héroes invisibles de las grandes expediciones. Los que cargan, abren rutas, instalan campamentos y, muchas veces, arriesgan la vida por los demás. «A pesar de todo, las muertes de sherpas no reciben la misma atención que las de los clientes», reclama.

El sherpa Tenzing Norgay (padre) escalando el Everest
El sherpa Tenzing Norgay (padre) escalando el EverestCapitán Swing

Su crítica se vuelve aún más urgente cuando recuerda cómo era esta situación décadas atrás: «Hasta los años 70, los escaladores occidentales también ayudaban, era un trabajo en equipo. Hoy llegan en helicóptero y se van igual, sin haber entendido nada. Olvidan que esto era un esfuerzo compartido», lamenta. Jamling también critica el turismo «pseudoespiritual» que ha invadido Nepal: «Hay quienes vienen con respeto, y encuentran algo que los transforma. Otros vienen solo por las fotos y las vistas... Al final, el Himalaya te da lo que estás dispuesto a recibir», sonríe, apacible, como lo hacen los sabios.

Aun así, Jamling mantiene una mirada esperanzada: «Creo en la compasión humana. Incluso en las peores personas hay un poco. Solo hay que encontrarla». Y recuerda que los sherpas, incluso sabiendo que pueden morir, muchas veces sacrifican su seguridad por salvar a sus clientes: «Si un sherpa sube el Everest, puede ganar más que trabajando un año en el campo. Por eso aceptan el riesgo. Pero eso no significa que no sufran ni teman». No lo hacen por servilismo, indica, sino por una ética ancestral: «Ayudar al otro está en nuestra sangre».

El libro está lleno de contrastes. Por un lado, el autor denuncia el desequilibrio económico y cultural entre los escaladores ricos y los guías que arriesgan su vida por ellos. Por otro, evoca con ternura la relación con su padre, los rituales, la niñez en Darjeeling (India). «¿Cuál era, sinceramente, mi motivación para la escalada...?», se pregunta Jamling en el libro. «Quería comprender a mi padre. Solo si seguía sus pasos montaña arriba, solo si llegaba a donde él había llegado y ascendía a donde él había estado, podría comprenderlo de verdad», confiesa. Porque el Everest no es, para los sherpas, solo una cumbre. Es una divinidad. «Como decía mi padre, no se escala con arrogancia. Se sube como quien entra en el regazo de su madre. La montaña decide si te permite llegar. No eres tú quien conquista nada».

Edmund Hillary y Tenzing Norgay tras escalar el Everest.
Edmund Hillary y Tenzing Norgay tras escalar el Everest.larazon

La cultura del sherpa es distinta. Detrás de Jamling, a través de la pantalla, un thangka budista cuelga de la pared. Se trata de un tapiz típicamente tibetano, que representa a distintas deidades que guardan a los sherpas en su ascenso a la montaña. «Para nosotros, escalar el Everest es un acto de respeto, no de conquista», señala Norgay, quien revela que antes no era un budista practicante. «Cuando era pequeño, con su padre, empezó a hacer adivinaciones, visitar monasterios y a hablar con los rinpoche [monjes]... Pero uno empieza a rezar cuando se enfrenta al peligro real», confiesa. La montaña, dice, le enseñó a orar, a respetar, a mirar hacia dentro.

Al escalarla, los sherpas deben encender velas en cada templo que encuentran por el camino. Es un paso más de todo un ritual para honrar a los dioses. Esos detalles son los que hacen que Más cerca de mi padre sea un relato diferente sobre el Everest. Lejos del género de la crónica de épica deportiva; cerca de ser un llamado de atención, una voz que exige visibilidad y respeto para los sherpas. Es el relato íntimo de alguien que ascendió para encontrarse con su padre, con su fe y con una parte de sí mismo que solo aparece cuando el oxígeno escasea.

En el cierre de la rueda de prensa, alguien le preguntó a Jamling por qué no volvió a escalar el Everest. Su respuesta fue tan simple como demoledora: «Estoy casado. Mi esposa no me dejó volver», dijo entre risas. Pero en seguida recuperó la seriedad: «Lo hice como una peregrinación. Para rendir homenaje a mi padre y a la montaña. No necesito volver. Ya estuve más cerca de él que nunca».