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La contra

«No somos marionetas del clima»

Virginia Mendoza

Antropóloga y periodista

Entrevista con la antropóloga Virginia Mendoza, que publica el ensayo narrativo “La Sed” © Alberto R. Roldán / Diario La Razón. 13 02 2024
Virginia Mendoza © Alberto R. Roldán La Razón

No quiero ni puedo olvidarme del lugar de La Mancha en el que conocí la sed. El ensayo de Virginia Mendoza arranca con una frase lapidaria que invita a relacionar la falta de agua con la muerte, pero también con la vida. «La Sed» (Debate), dice, es el motor del ser humano. Detrás de lo que fuimos, siempre están el agua y su búsqueda. La manchega parte de una historia familiar, atada irremediablemente a la sequía, para mostrarnos que la sed empujó a nuestros antepasados hacia la supervivencia. Y todavía nos empuja.

¿Por qué la sed? ¿Por qué no «el agua» o «la sequía»?

Porque no somos marionetas del clima, mucho menos en mitad de un cambio climático que ha provocado el ser humano, siendo unos más responsables que otros. La sed habla de nosotros, para lo bueno y para lo malo, y de cómo respondemos a la sequía.

¿De donde surge la idea de escribir sobre la sed?

Ya había trabajado (y seguía inmersa) en el desarraigo de las personas que fueron desplazadas por la construcción de presas. Quise saber por qué me interesaban tanto y entendí que no me eran tan ajenos, sino que compartíamos historia. Somos dos caras de una misma moneda.

De hecho, usa la historia de su abuelo para contar lo universal.

Solo tenía claro que el punto de partida estaba en mi abuelo, que era el encargado de aguas del pueblo (Terrinches, Ciudad Real) durante la sequía de los 90, que es la que más me marcó y la que más marcó a mis vecinos. Todo quedaba en el mismo punto: en la loma en la que mi abuelo tenía la huerta, hay un yacimiento asociado a la cultura de las motillas, un santuario al que acudió una gente que vivió una de las peores sequías de la historia, hace unos cuatro mil años.

La Mancha es hoy una tierra seca. ¿Qué pasó?

Aquella cultura nace y vive durante una megasequía de cientos de años, pero no tiene nada que ver con la actual. Es más, la motilla del Azuer, que les daba agua en aquel momento en el que colapsaron civilizaciones por todo el mundo en plena sequía, hoy no lleva agua. Lo que ocurrió fue que, en el caso de La Mancha, desapareció prácticamente el agua superficial, descubrieron el agua subterránea y construyeron unos pozos fortificados en torno a los cuales estaban los silos para el grano. Quien dominaba el agua, tenía el poder.

En su libro, va más allá: la sequía no es solo falta de lluvia. ¿Qué hay detrás?

Las sequías, en general, no suelen ir solas. Basta hacer un recorrido a lo largo de algunos eventos históricos para ver que hambrunas y motines estuvieron precedidos por graves sequías, pero hubo acaparadores y déspotas que las aprovecharon en su favor, por ejemplo, para culpar a la sequía de la hambruna, como si unos pocos no se hubieran estado quedando el grano y el agua, en muchos casos.

Sale del grifo todos los días, pero ¿recibe el agua la importancia que merece?

Creo que no. El agua debería ser algo sagrado porque venimos de ella, nos da la vida y nos la puede quitar si se va. Suena a cliché, pero es cierto que somos agua y creo que vivimos tratando de volver a casa. Dice Joaquín Araújo que beber es tan importante como respirar y estoy de acuerdo.

¿Cree que las próximas guerras serán por el recurso hídrico?

Es posible. Ha ocurrido siempre y está ocurriendo. No siempre es tan evidente: la primera guerra de la que tenemos constancia fue una guerra del agua, pero por lo que luchaban exactamente era por una tierra fértil.

¿Qué podemos aprender de los antepasados para evitar la sed en el futuro?

Más bien he visto qué tienen en común quienes se quedaron por el camino y creo que de ellos podemos aprender para no repetir errores. Lo que he visto en común, en muchos casos, ha sido una debilidad de lazos sociales, aislamiento, abuso de poder, exclusión de los más vulnerables y mala gestión, como si fuera un recurso infinito.

Hoy vemos a un campo español agotado y en pie.

No es una sorpresa. Meses antes de que ocurriera se publicó un libro titulado «La venganza del campo», de Manuel Pimentel. Es un tema con demasiadas aristas para dar una respuesta en un espacio tan breve. También hay un enfrentamiento dentro del campo y es perfectamente comprensible que quienes viven de él, sobre todo el pequeño agricultor y el pastor no puedan más. Hace tiempo que no pueden más. Muchos se rindieron hace tiempo ante una burocracia que les quita tanto tiempo que no les deja trabajar ni permite que su trabajo sea rentable.

¿Si se entrevistara a sí misma, que se preguntaría?

Como antropóloga, también como periodista, lo que me interesan son los otros. La primera persona solo es un recurso temporal que me permite ir más allá. En «La Sed», realmente, no tiene que ver tanto conmigo como con mis abuelos y mis vecinos. Sirve para dejar claro desde dónde escribo y por qué, pero poco más. Lo que me interesa es saber qué tiene en común mi abuela con una señora del Kalahari. Espero no hacerme nunca una entrevista a mí misma [ríe].