Melquiades Álvarez
Cuando la República fusiló a los suyos
Junto a Melquíades Álvarez, el 22 de agosto de 1936 yacían, entre otros, su correligionario y amigo Ramón Álvarez-Valdés, Manuel Rico Avello, el doctor Albiñana, el exministro Martínez de Velasco, Fernando Primo de Rivera y Julio Ruiz de Alda
Dicen que Azaña lloró. También José Giral, antiguo correligionario de Melquíades Álvarez en las filas del Partido Reformista. Pero el caso es que no hicieron nada para proteger a su viejo mentor de las garras del tribunal revolucionario que en la madrugada del 21 al 22 de agosto de 1936, fusiló al tribuno asturiano en el sótano de la cárcel Modelo.
Melquíades Álvarez no había conseguido escaño en las elecciones de febrero de 1936. O sí. Pero el caso es que la Comisión de Revisión de Actas dejó al Partido Republicano Liberal Demócrata que presidía sin representación parlamentaria. Desde entonces, el antiguo líder del reformismo, se centró en sus ocupaciones como Decano del Colegio de Abogados de Madrid. Quién había sido uno de los más firmes impulsores de la huelga general de 1917 en Asturias y León, presidente de las últimas Cortes de la Restauración en septiembre de 1923 y opositor a la Dictadura de Primo de Rivera (pero que había pedido la pena de muerte para los autores de la Revolución de 1934) se encontraba a sus 72 años, apartado de la lucha política.
Su evolución ideológica o más bien, habilidad para los acoplamientos pactistas propios de las conveniencias centristas, le había llevado a distanciarse de sus antiguos colegas ahora en el gobierno. Pero él seguía enarbolando las palabras de “libertad y justicia” preocupado por la radicalización que estaba tomando la calle.
La decisión de aceptar la defensa de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange, detenido desde el mes de marzo y al que habían incoado seis procesos penales (cuatro de ellos por tenencia ilícita de armas) no hizo sino ponerlo en el punto de mira de las fuerzas afectas al Frente Popular. Aceptó el encargo de su defensa como “compañero y Decano” –según palabras del protagonista al periodista Félix Centeno, en el diario Informaciones (10 julio 1936)– y no “por obligación” como actualmente puede leerse en la web del Congreso de los Diputados. Melquíades Álvarez tenía ideas contrarias a las de su representado, pero ello no era un obstáculo para que pudiera defenderle. Cumplía un deber.
Desde entonces y al ritmo de la vorágine española, los sucesos se precipitaron. Tras el asesinato de Calvo Sotelo, fueron muchos los que advirtieron a Melquíades Álvarez de la conveniencia de salir de Madrid. Se negó. El 24 de julio las organizaciones sindicales se habían incautado del Colegio de Abogados y habían destituido a su Junta de Gobierno. Melquíades Álvarez dejó entonces su piso de la calle Velázquez y se trasladó a la residencia de su hija, en Lista, donde se sentía más seguro. Pero de nada sirvió.
Una persona del servicio delató al político y al poco tiempo, una patrulla de milicianos se trasladó al domicilio con la intención de detenerlo aunque sin orden judicial alguna. Los escoltas del líder reformista disuadieron a los raptores pero en unas horas, llegó la orden de detención firmada por el Director General de Seguridad, Manuel Muñoz Martínez, militante de Izquierda Republicana que posteriormente será acusado de responsabilidades en los crímenes de la Modelo y de Paracuellos. La Policía se lo llevó el 4 de agosto.
Parece que fue el propio Subdirector de Seguridad, Carlos de Juan, quien le aconsejó trasladarse a Lisboa. No lo hizo. El intento de refugiarse en casa de su amigo, el escultor Sebastián Miranda –amigo de Indalecio Prieto–, se truncó cuando de nuevo, de Juan, le convenció para ingresar en la Modelo ofreciéndole mayor garantía para su vida amenazada: a esas alturas era la única cárcel de Madrid bajo el poder del Gobierno, todavía custodiada por funcionarios de prisiones y Guardias de Asalto. Melquíades Álvarez entraba en la celda de políticos, en la nave central de edificio. Pero pronto volvería a entrar en juego la pasividad de Giral y la acción indisciplinada de las milicias.
Desde este punto los sucesos son bien conocidos. Tras un incendio intencionado, la milicia se hacía cargo de los reclusos. El grupo formado por una treintena de destacados políticos fue trasladado a un sótano de la quinta galería, juzgado sin cargos por un tribunal revolucionario, vejado y asesinado por la ráfaga de las ametralladoras. Era la madrugada del 22 de agosto de 1936. Junto a Melquíades Álvarez yacían, entre otros, su correligionario y amigo Ramón Álvarez-Valdés, Manuel Rico Avello, el doctor Albiñana, el exministro Martínez de Velasco, Fernando Primo de Rivera o Julio Ruiz de Alda.
A veces la historia nos ofrece sinsentidos como este. Porque además, en este caso, el político era tachado de ateo y masón. Pero estábamos ante un radicalismo violento que unido a la inacción gubernamental, los convierte en responsables del asesinato. Melquíades Álvarez, quien había sido uno de los defensores del sector obrero y formado parte de la conjunción republicano-socialista, moría víctima de la violencia incontrolada de los primeros meses de la Guerra con un Gobierno a la deriva. ¿Será que no eran ni tan liberales ni tan demócratas?
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