Música
Bruce hace las paces con Springsteen
La película «Western Stars» culmina el proceso de deconstrucción mental del artista iniciado con su autobiografía y seguido por su obra de teatro en Broadway y el álbum del mismo título
«No sabemos cómo aferrarnos al amor, pero sí al dolor». Es una de las reflexiones más relevantes que Bruce Springsteen propone en la película «Western Stars» y que vuelve a poner en evidencia una complicada psique que responde a un viejo tópico, el del artista que solo puede ser completamente feliz cuando está inmerso en un proceso creativo. En su caso, escribir canciones, hacer discos y actuar. Quién lo iba a decir durante tantas décadas en las que el músico estadounidense proyectaba una imagen icónica de artista pleno, abrazado al éxito, dichoso en los brazos de los fans, orgulloso del aprecio de la crítica y sus colegas, libre en la admiración general. Pero, según se ve, aquella cumbre era ficticia. Al menos, desde el punto de vista personal.
Su proceso de deconstrucción comenzó en 2016, cuando publicó su autobiografía «Born to run». Marcó el comienzo de una terapia en la que para expiar culpas y quemar fantasmas se propuso exponer al mundo su dolor interno, abierto en una infancia infeliz lastrada por la tóxica relación que mantuvo con su padre. Este proceso de exposición pública se prolongaría con su duradera obra en Broadway, en la que contaba y cantaba todos sus tormentos sin tapujos, y seguiría con la publicación del disco «Wester nStars». Ahora llega la película del mismo título, dirigida por él mismo junto a Thom Zimny, en la que profundiza sobre sus abismos mentales. Más que eso, ofrece reflexiones nada complacientes sobre sí mismo y, desde luego, sobre la humanidad. Para Springsteen, el mundo vive un apocalipsis sentimental.
El filme muestra un concierto íntimo con las canciones de «Western Stars», seguramente el álbum con las críticas más tibias de toda su carrera. Durante dos días, Thom Zimny grabó al artista y a su mujer, Patti Scialfa, junto a una pequeña banda y 30 músicos de una orquesta de viento y cuerda tocando en el interior de un establo centenario que Springsteen posee dentro de un rancho situado en el desierto, al este de la ciudad de Los Ángeles. Mucho más interesante que eso es cómo presenta Springsteen las canciones. Lo hace en diversas reflexiones rodadas en exteriores: el propio desierto, bares de carretera, sentado al volante de un viejo coche… Podría hablarse de un ejercicio de introspección pública.
Una de las ideas más interesantes del rockero de New Jersey aparece justo al comienzo del filme: el americano es un ser profundamente individualista, pero sin embargo necesita a la comunidad y la familia para desarrollarse. En su caso, la búsqueda constante del aprecio del fan, se diría a juzgar por tantos testimonios encontrados a lo largo de su carrera: giras monumentales, ansias indisimuladas de contentar a la masa a costa de lastrar la autenticidad de su proceso creativo, gusto por el reconocimiento general…
«¿Cómo se cambia?», se pregunta durante un fragmento de la película cuando habla textualmente de las «partes destructivas» de su personalidad. Él mismo expone aquí una de sus turbias aristas, algo imposible de sospechar atendiendo a un detalle: al contrario de lo que sucede con la mayor parte de artistas e ídolos de la cultura contemporánea, es prácticamente imposible encontrar testimonios de gente vinculada a su entorno que haya hablado mal de él. Ni siquiera que haya dibujado una senda hacia la sospecha. Antes de interpretar «Tucson Train» advierte: «He cambiado para bien en el amor a mi familia y mis buenos amigos».
Según advierte, «las canciones de “Western Stars” hablan de hacer las paces con uno mismo». Es evidente si se observa el proceso terapéutico emprendido durante los últimos tres años. Es como aquella vieja estrella decadente del cine, un hombre que tuvo la gloria de disparar en el celuloide contra John Wayne para acabar quemando su hígado en los tugurios de Hollywood Hills. «Él sabe lo bueno, lo feo y lo malo que ha hecho en su vida», advierte Springsteen.
Una mochila repleta
A sus 70 años, Springsteen apenas muestra cicatrices externas de esos barros internos que descubre antes de interpretar «Drive fast»: «Todos estamos hechos de pedazos rotos. En esta vida nadie se libra de las heridas. Queremos estar con alguien cuyos pedazos rotos encajen con los nuestros y poder recomponernos». Y más, justo antes de «Chasin’ wild horses»: «Cuanto más mayor eres, más cargada llevas la mochila con cosas sin solucionar». No, no es una visión precisamente optimista no ya de sí mismo, sino del ser humano.
Durante la película, Springsteen no habla casi nada de música. Solo concede un breve resquicio antes de «Sundown» al referirse a un compositor tan admirable como escasamente reconocido y reivindicado más allá de su país y el gremio de escritores de canciones. Es Jimmy Webb, y sus bellas creaciones fueron interpretadas por gente tan diversa como Frank Sinatra, Bob Dylan, Glen Campbell, The Supremes, Barbra Streisand, Johnny Cash, Linda Ronstadt o R.E.M. En su discografía, no muy abundante, se encuentra buena parte del rastro musical y literario que hay en las canciones de «Western Stars», esa relación de amor y odio por la épica americana, que incluye tierras, gentes y relaciones sentimentales.
«Se me da bien escribir de estar perdido», confiesa Springsteen. Es algo innegable si se rastrea a lo largo de su discografía. Y especialmente por sus mejores discos. Qué decir de canciones tan memorables como «Sandy», «Incident on 57th Street», «Thunder Road», «Born to run», «Darkness of the edge of town», «Badlands», «Racing in the streets», «Stolen car», «Independence day», «No surrender», «When you’re alone» y tantas otras. En ellas se podía apreciar la presencia de un patrón común, el de un tipo inadaptado que trata de huir de algún lugar para encontrar un sitio mejor. Pero le costaba explicar cómo era ese sitio.
«No sabemos cómo aferrarnos al amor, pero sí al dolor», describe. Aunque más tarde añade que «el amor nos hace mejores». Junto a él está –en la película y en su vida– Patti Scialfa, la mujer con la que comparte vida desde mediados de los años 80. Aparecen los dos en viejas imágenes caseras mostrando cálidas escenas cotidianas. Pero ni siquiera hacia ella dirige concluyentes palabras de felicidad plena. Así, se limita a apreciar la necesidad de cultivar el amor en «el día a día».
Para el futuro, la única receta que propone es «fe y esperanza». Los breves fragmentos que hay entre canción y canción son ricos en imágenes tan tópicas como hermosas de Estados Unidos. De sus gentes y su naturaleza. De sus formas de vida, de sus costumbres. Y qué sugerente suele ser siempre esa instantánea de una roída bandera americana que cuelga como un trapo de un clavo sostenido precariamente sobre la fachada de una vieja casa que se cae. Probablemente también esa sea una interesante metáfora sobre el propio Springsteen: quizá en él haya mucho de ese clavo.
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