Opinión

El padre de la derrota

En política se dan ciertas leyes que se cumplen de manera inexorable. Por ejemplo, cuando al líder le va bien, porque las encuestas son favorables o ha ganado las elecciones, no pondrá nunca el acento en cuestiones internas, todo lo contrario, sabe que su permanencia en el poder depende de su predicamento social y se preocupará de fortalecerlo.

Pero, cuando un líder no tiene perspectivas halagüeñas y los indicadores apuntan hacia el fracaso, es consciente de que será cuestionado. En este caso tiene dos opciones, intentar cambiar la estrategia política para recuperar apoyos electorales o imponer reglas internas que le aseguren la permanencia.

Lo segundo ya lo hicieron el Sr. Rivera y el Sr. Iglesias en sus respectivas formaciones, eliminando las posibilidades de cualquier voz crítica interna. Dado el carácter casi unipersonal de estos partidos, el argumento esgrimido es inmediato: si nacieron en torno a la figura de sus líderes y estos se erosionan en conflictos internos, entonces, pierde el partido.

Pero, en realidad, la razón no reside ahí. El Sr. Rivera y el Sr. Iglesias intentan perpetuarse en el poder y establecer las reglas de juego que más les convienen.

Al Sr. Rajoy no le hizo falta cambiar las normas, esperó a que sus adversarios internos se asfixiasen por falta de oxígeno. Su ritmo átono no dejó de ser una estrategia centrada en lo interno que le sirvió para no ser empujado de la presidencia del PP en el año 2008, cuando los entonces todopoderosos Sra. Aguirre y Sr. Camps quisieron sustituirle.

En el PSOE las cosas no son muy diferentes. A los líderes se les exige resultados y, cuando no los obtienen, son sucedidos por otros. La resistencia puede ser más o menos intensa, pero termina sucediendo.

De esta manera, el presidente González dimitió al frente del Partido Socialista como consecuencia de su derrota en 1996, el Sr. Almunia la noche electoral del año 2000, el presidente Zapatero renunció a ser cabeza electoral en el año 2011, asumiendo como propia la caída prevista y el Sr. Rubalcaba, que hizo equilibrios para no ser arrollado por los sucesivos resultados electorales, finalmente no superó las elecciones europeas del año 2014.

Quien ha conseguido sobrevivir a dos sonoras derrotas es el actual líder del PSOE. Sin embargo, las elecciones catalanas y los últimos estudios electorales publicados no vaticinan un éxito en el corto plazo y eso ha hecho saltar algunas alarmas.

Previendo lo que puede venir, algunos, han decidido cortar por lo sano y, si en algún momento se produce algún movimiento que cuestione la estrategia o a la persona que la encarne, han decidido que tal acción debe ser disuelta como un azucarillo en agua caliente.

Los cambios en las normas internas son efectivos de cara a silenciar disidencias, pero el coste a largo plazo para la organización es elevado por varias razones. La primera, porque toda centralización del poder tiene el riesgo de hacerlo despótico y la segunda, porque la esencia de la democracia es que los debates tengan consecuencias, es decir, que cuando en un foro se confronten puntos de vista o propuestas, puedan tener reflejo en forma de decisiones. Cuando la opinión expresada por un órgano democrático es agua de borrajas, se desvirtúa la propia esencia del debate.

Por último, la imposibilidad de exigir responsabilidades por una derrota electoral determinan que solo se producirán de motu proprio, lo que no parece muy probable. La consecuencia es que la derrota no tendrá padre.

Recuerden lo que decía aquél chiste: art. 1º: El jefe tiene la razón, art. 2º: En el supuesto caso de que un empleado tenga la razón, entrarán inmediatamente en vigor el art. 1º.