Opinión
La ira de Dios
En el Antiguo Testamento, la ira de Dios es una divina respuesta al pecado y a la desobediencia del hombre. Así, por ejemplo, el Deuteronomio relata la reacción iracunda de Dios como algo consistente y dirigido hacia aquellos que no siguen Su voluntad.
Para los profetas del Antiguo Testamento, la ira de Dios contra el mal está perfectamente justificada porque Su plan para la humanidad es “santo y perfecto, de la misma manera que Dios Mismo es santo y perfecto”.
También los humanos sienten ira. El concepto lo define la Real Academia de la Lengua con varias acepciones, entre las que destacan: “apetito o deseo de venganza” o la “repetición de actos de saña, encono o venganza”.
No todas las personas tienen las mismas emociones, las tienen con la misma frecuencia o las controlan de igual manera. De esta manera, la ira es un sentimiento que puede llegar a marcar la personalidad de un individuo, hasta considerársele iracundo.
En algunos casos, puede llegar a convertirse en un problema colectivo, no tanto porque la ira sea común a un grupo grande o a una multitud, sino porque los actos de ira realizados por quien tiene poder, repercuten en el resto del colectivo.
Es una emoción que embarga el juicio sereno y sosegado, por lo que es muy probable que derive en resultados nefastos. Bien podríamos concluir que un líder político debería esforzarse en huir o, al menos, controlar este tipo de sentimiento.
Muchos socialistas están conmocionados porque creen que su partido no es capaz de pasar página y superar las diferencias internas. Una de las contraindicaciones que suele tener cualquier proceso de votación interna es que, como hay que optar entre varios candidatos, quien toma partido por quien perdió, puede no ser perdonado nunca por quien logró ganar.
Es decir, que quien no vote “adecuadamente”, puede ser relevado de sus responsabilidades orgánicas y públicas. Esto debilita la democracia y la libertad.
En lo interno, hay quien defiende que la dirección esté formada sólo por quienes no discrepan. Arguyen que ello “compacta mejor los equipos dirigentes”, para otros, hacer esto es, realmente, vetar al que piensa diferente.
La cuestión se hace mucho más evidente cuando hablamos de responsabilidades públicas. Apartar a alguien de un órgano de gobierno, legislativo o parlamentario, porque no votó en la sede de su partido de acuerdo a los intereses del líder, no parece muy razonable.
Pero, desde luego, lo que es imposible de justificar, es que un ajuste de cuentas interno afecte a los intereses de país.
Cuando el PSOE no apoya a la Sra. Valenciano para el liderazgo de los socialistas europeos, daña los intereses españoles. Efectivamente, las batallas políticas europeas condicionan la política nacional y si se derriba la opción de la eurodiputada española, probablemente el nuevo líder de la socialdemocracia europea será un socialdemócrata alemán.
En un momento en el que el SPD y la CDU pactan un gobierno de coalición y, a la vista de que los intereses españoles no son los mismos que los de Alemania, parece claro que perjudicar a la Sra. Valenciano es hacerlo a los intereses españoles frente a los teutones.
El PSOE ha vetado al Sr. Guindos a la vicepresidencia del BCE porque “es un hombre y no tiene un perfil adecuado”, pero la Sra. Valenciano es mujer y su perfil está más que acreditado, por lo menos para el resto de partidos socialdemócratas.
Los teólogos alcanzan a justificar la ira de Dios argumentando que es santa y está justificada. Evidentemente, son atributos que no pueden aplicarse al hombre y menos en política, a menos que el hombre se crea Dios.
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