Opinión

Carnavaladas y dictaduras

Como por arte pasa cualquier cosa sin impertinentes exigencias estéticas, tras la exposición en Pamplona de una obra sacrílega pretextada como artística, hace un año me preguntaba si los defensores de su autor tolerarían que en ARCO se expusiese como performance aquel autobús naranja de HazteOír, el que circulaba destacando las obvias diferencias anatómicosexuales entre niños y niñas. Ha llegado ARCO y no lo he visto. Dudo que tuviera valor artístico, impacto sí, al menos como el de esos insultantes retratos de los «presos políticos» catalanes que los responsables de ARCO retiraron, si bien pidiendo luego perdón para no pasar por censores en el planeta de la corrección política.

En cambio nadie se ha disculpado por algunas carnavaladas como la del pregón del carnaval de Santiago de Compostela. Me niego a reproducir lo que profirió el pregonero, según él un sátira sobre el apóstol Santiago o la Virgen del Pilar. Esos excesos ofensivos no son novedosos: quizás la zafiedad sea consustancial al carnaval carpetovetónico –no así al veneciano– y si antaño en carnavales la máscara permitía la rienda suelta, daba impunidad, ahora la libertad de expresión hace su veces.

Llegados a este punto rechazo elucubrar sobre la libertad de expresión y si limitarla es o no censura. Afirmo esto porque esa ya no es la cuestión: no se está ante la tensión entre quienes buscan su sitio en el discurso público pero se manifiestan en unos términos hirientes y que plantea cuándo cabe amparar a los que, ofendidos, exigen respeto. Esa tensión más bien choque, sería el debate lógico en una sociedad civilizada que se plantea cómo ordenar la libertad de expresión y sus excesos, cómo gestionar la convivencia y encauzar esos excesos por los derroteros legales que permiten su enmienda.

Aquí y ahora no ha habido en ese escenario de tensión, de choque, un inocente ejercicio de la libertad de expresión como lo demuestra que las armas empleadas no sean la desvergüenza, tampoco la insolencia –que ya está bien– sino el propósito de ridiculizar, aislar y atemorizar a quien se considera enemigo; es más –subiendo otro grado más– cabe advertir que se ha llegado al punto se imponer a los ofendidos una suerte de sufrimiento exigible y obligado, exigencia ayudada por unas decisiones judiciales que han hecho, por sistema, una lectura legal suave y condescendiente de lo que pasaba como exceso carnavalesco.

Insisto: esa ya no es la cuestión. La creciente desvergüenza muestra que vivimos la acción intencionada de imponer un nuevo orden, una nueva mentalidad que exige silencio a todo aquel y a todo aquello que se identifica con unos principios o valores religiosos, morales o políticos que ven como enemigos que hay que silenciar. No es accidental, más bien es sintomático, que esas carnavaladas hayan coincidido con dos iniciativas parlamentarias: una, la ley integral LGTBI impulsada por Podemos y otra, la proposición de ley socialista para reformar la ley de Memoria Histórica, dos iniciativas con las que el pensamiento radical acentúa la intensidad de su acción contra el adversario común.

Ese pensamiento radical rechaza hacer algo asumible por todos como sería, en un caso, una iniciativa legal sinceramente asociada a la tutela de lo que genéricamente llaman «diversidad» y en el otro caso, con el deseo de reparar a quienes fueron represaliados por el franquismo. Se trata ya de iniciativas pensadas para acallar a golpe de instrumentos punitivos –multas y cárcel– a quienes se ven como enemigos o, simplemente, discrepantes.

Es un proceso gradual represión que deja en evidencia a quienes han permitido que lleguemos a esto. Se han ido así no ya tolerando, sino fomentando o aplaudiendo preludios de estas iniciativas totalitarias: ahí está el ministro de Justicia que decía sentirse orgulloso de la Ley de Memoria Histórica, incapaz de captar cual es el verdadero objetivo de esa ley, no el pretextado; o ahí está el apoyo conservador a leyes autonómicas LGTBI.

Ya no basta tampoco con exigir al discrepante que aguante y calle: el paso siguiente es castigar la discrepancia. Esto son ya palabras mayores, esto es ya dictadura y represión. Conviene ser consciente e ir haciéndose una idea sobre lo que viene si recala en el BOE.