Opinión

Al revés

Es todo una insensatez y lo acongojante es que debes pretender que es normal, so pena de ser estigmatizado como facha, xenófobo, ultramontano o algo peor. Entran unos atracadores en la casa de un paisano de 77 años, lo forran a palos y cuando el tipo tira de escopeta, lo imputamos por homicidio imprudente.

Retiran de Arco un bodrio disfrazado de obra de arte, donde presentan como «presos políticos» a golpistas como Junqueras y a los proetarras que agredieron en masa a dos guardias civiles en Alsasua y hasta el ministro del ramo clama contra la censura.

No se trata de justificarse, pero para que no haya malos entendidos y antes de seguir quiero subrayar que si hubiera dedicado a estudiar la mitad del tiempo que emplee en mi adolescencia a pensar en tetas y culos, a estas alturas sería Premio Nobel y que no es que haya sido siempre un tipo muy liberal, sino que he estado incluso en el libertinaje.

Subrayo esto, porque a mí lo que me pareció censura y de la gorda fue que un juez prohibiera circular hace justo un año a aquel autobús de Hazte Oír en cuyo lateral ponía: «Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva». Y no es sólo que nadie dijera ni mus, sino que a los pocos días teníamos por las carreteras al «Tramabús» fletado por Podemos, con las caras de Eduardo Inda y varios políticos estampadas en la carrocería, sin que autoridad alguna murmurara que los retratados tenían derecho a ver respetada su dignidad y presunción de inocencia.

Enfocas hacia Cataluña y no sólo descubres que las sentencias sobre la enseñanza del español se han incumplido sistemáticamente y que los sucesivos inquilinos de La Moncloa, el TC y la Fiscalía llevan décadas encogiéndose de hombros, sino que un prófugo de la Justicia, llamado Puigdemont, señala como sucesor a un presidiario llamado Sánchez y la mitad de la población aplaude.

Y enciendes por despiste el televisor y además de contarte que hace frío en invierno como si fuera un milagro, te presentan una España que parece aquella de las huchas del Domund de hace 50 años: un chino, un negro y un indio que movían la cabeza cada vez que echabas un duro.