Opinión
El Rubicón de la unidad
El PSOE tiene problemas y eso es indudable. Por mucho que se quiera maquillar, con el último gran evento organizado por la calle Ferraz, la Escuela de Buen Gobierno, solo ha llegado a la opinión pública la idea de que el Partido Socialista está fracturado. Esta imagen es la consecuencia necesaria de todo lo que viene ocurriendo desde los últimos dos años. La crítica velada y abierta que se ha agitado contra los presidentes autonómicos socialistas más representativos y los episodios de tensión sin precedentes con los dos presidentes del gobierno que ha tenido el PSOE, solo podían tener consecuencias negativas.
La ausencia de líderes representativos no es lo más grave, sencillamente es un indicador. Si hubiesen acudido a los actos organizados, hubiese carecido de veracidad, porque para los electores es difícil de creer que hoy se exhiba el trabajo en las instituciones por quienes han sido duramente cuestionados e incluso desprestigiados: o antes no tenían sentido las críticas o ahora no lo tiene la exhibición.
Cuando existe unidad no es necesario explicitarlo, se percibe de igual manera que la crisis cuando no la hay, resulta imposible ocultarlo. A partir de ahí, se puede intentar buscar culpables en los demás, pero cuando uno se ha enfrentado a todos, debería plantearse cuál es su propia responsabilidad.
No se trata de un asunto de diferencias personales, o de inexplicables exclusiones, lo relevante es que muchas posiciones políticas o bien no son compartidas por muchos o bien han perdido el debate público por una defensa deficitaria de las mismas. Algunos participantes como el ex secretario general de la OTAN ha puesto el dedo en esta llaga.
Otro impulso que debería contener la dirección del PSOE es la elaboración de teorías conspirativas, como la que verbalizó uno de sus miembros, cuestionando todos los sondeos electorales publicados, tanto en lo que se refiere a su solvencia como a su intención, incluso llegó a denunciar una «operación política» contra el PSOE.
La afirmación es sorprendente viniendo de un curtido dirigente, porque la dirección ha justificado múltiples decisiones en el pasado basándose en sondeos parecidos.
Más allá de las anécdotas, si el PSOE quiere mostrarse como un partido unido, lo primero que debe hacer es cohesionarse internamente. La expresión «cruzar el Rubicón» ha sobrevivido hasta nuestros días porque fue un acto de autenticidad y no una verdad impostada.
Julio César volvía a Roma tras su campaña victoriosa en las Galias al frente de sus tropas. La ley romana prohibía a los generales entrar en Italia con su ejército; debían disolverlo antes de atravesar la frontera, situada en el río Rubicón. La condena por incumplir el mandato era la pena de muerte, a pesar de ello, César decidió cruzarlo.
Si César no se hubiese jugado la vida cruzando el río, hoy no existiría la expresión. Si la dirección del PSOE hubiese querido cruzar su particular Rubicón uniendo al partido, debería haber hecho las cosas de manera auténtica.
No haber desprestigiado a los lideres autonómicos, o dividir la organización entre malos y buenos socialistas o excluir a personas capaces de responsabilidades institucionales por motivos puramente internos, por ejemplo.
Todavía hay tiempo, a diferencia de César, el PSOE no debe cruzar el río para debilitar la democracia en favor de un hombre, sino para lo contrario, es decir, para reforzar lo que un día fueron órganos de decisión internos, para respetar lo que representan las federaciones y, sobre todo, para que las posiciones políticas sean fruto de un debate sano y profundo, y eso solo se consigue descentralizando poder, como ha sido siempre en el PSOE.
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