Opinión

Reinonas

Érase el país de la hipérbole, el inventor del esperpento, la gran inspiración del surrealismo, el lugar cubista que no sabe dónde empieza y acaba, que es lo que debe ser eso de la plurinacionalidad, un sitio donde personajes como Paz Padilla se creen Fernando Arrabal captando audiencia cuando iba borracho diciendo verdades que sólo la etílica cultura puede permitirte. O Sánchez Dragó cuando amaga con superar a Cela en eso de la excitación sexual. La Padilla llora en el Falla pero luego se suena los mocos en público. Todos opinan de la escena de las Reinas con expresión circunspecta, con los ojos como exclamaciones, verticales, tal que un militar en guardia, una tontada que el común ha tomado como algo tan trascendente que «Hamlet» a su lado es un invento del TBO y la pérfida «Lady Macbeth» un capítulo de Heidi. Al cabo, Shakespeare, el guionista, no el dramaturgo, habría soñado con un momento así para colarla en la serie «La Reina». España es un país que trasciende a las suegras, tanto que a un chisme de broma se le llama matasuegras, y las nueras y los yernos eran, como ahora los cuñados, los grandes protagonistas de los chistes. Cómo no picar el anzuelo. Las reinonas de guardia, y algún reinón, han cogido la alcachofa, ahora que estamos en temporada, y han declamado todas las piezas de la huerta para lanzar tomates como si no hubiera un mañana. Suenan tan clarividentes que alguien diría que tuvieran una cámara oculta en la Zarzuela. La anécdota demuestra en mi conclusión plebeya que el interés por nuestra monarquía es mayúsculo, tanto como nuestro histrionismo y la capacidad inalterada para hacer el ridículo en bodas y comuniones.