Opinión

Trump e Irán

La retirada de Estados Unidos del «trato» nuclear con Irán puede plantearse, en sus términos más sencillos, como una cuestión de si un acuerdo mediocre es preferible a ningún acuerdo, o si ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo. Nadie ha dicho nunca que el de Irán sea perfecto, aunque ya se sabe, en una negociación las dos partes tienen que ceder si ninguna está en situación de imponerse. Para Trump se trata claramente del segundo caso. No dijo que «ponía fin a la participación de Estados Unidos en el trato [deal] nuclear con Irán» porque se estuviese incumpliendo, aunque tampoco haya certeza de que se respete escrupulosamente, sino que era «defectuoso en su meollo», «horrible», «leonino», «desastroso», y acto seguido envió un memorándum a todos los altos cargos relacionados con la política exterior y de seguridad, «cesando la participación de EE UU en el JCPO y adoptando medidas adicionales para contrarrestar la influencia maligna de Irán y negándole todas las vías al arma nuclear». A partir de ahí, autoridades y opiniones públicas europeas se estremecen por los peligros que puedan derivarse de una nueva insensatez del atípico presidente americano, mientras que israelíes y árabes sunitas exhalan un profundo suspiro de alivio por la determinada decisión del desacomplejado inquilino de la Casa Blanca. Donde Europa y la izquierda americana ven el espectro de la guerra en el atribulado Oriente Medio, los medio orientales ven alejarse ese peligro o en todo caso la posibilidad de afrontarlo en mejores condiciones.

Cuando se arrastraba la negociación del acuerdo, muchos expertos de adscripción demócrata criticaron duramente las continuas concesiones de Obama, en flagrante contradicción con los objetivos que había prometido alcanzar. Ahora, en tiempos de la enconada «resistencia» que no traga al vencedor del 2016, cierran filas y atribuyen la decisión de Trump a un espíritu vindicativo contra su predecesor. Ciertamente tal cosa existe y es programática. Hizo campaña prometiendo desmontar muchas de las innovaciones que Obama introdujo con recochineo por los gaznates conservadores a partir de 2010, cuando en las elecciones intermedias perdió la mayoría en el Congreso y en adelante prescindió de él todo lo que pudo y pudo mucho. En cuanto al acuerdo con Irán, no lo presentó Obama ante el Senado porque no hubiera conseguido la necesaria mayoría de dos tercios, por eso no tiene la categoría jurídica de tratado, única figura que obliga legalmente a los estados en derecho internacional.

Pero ni siquiera es un acuerdo ejecutivo, porque no lo firmó. En Teherán pareció muy buena idea y el presidente Rouhaní tampoco lo envió a su Parlamento, para así tener las manos libres, y tampoco estampó su firma. No se puede, pues, ni hablar de firmantes. El documento ostenta el curioso nombre de Plan de Acción Conjunta y Completa, JCPOA, según sus siglas en inglés. Trump lo criticó desde antes de que anunciara su entrada en política. No podemos ni pensar que haya leído un documento tremendamente farragoso de 100 páginas y unos mil puntos. Pero sabía de qué iba, y cómo los ayatolas, maestros en diplomacia dilatoria, jugaron con Obama. Lo que ahora Trump pretende es un nuevo acuerdo que incluya todo aquello en lo que su antecesor se desdijo, dándolo por inasequible, y mientras tanto la inmediata reanudación del instrumento que llevó a la mesa de negociaciones a la Revolución Islámica: las sanciones económicas.

Eso es lo que ha estado negociando durante meses con ingleses, franceses y alemanes, los otros socios del acuerdo, junto con Rusia y China. Los europeos accedían a algo mucho más blando, sin reimposición de sanciones y con largo-plazos, no la perentoriedad y contundencia de Trump, por lo que no se llegó a nada. La nueva posición americana es suprimir las cláusulas de caducidad de los compromisos iraníes, poéticamente llamadas de ocaso o crepúsculo (sunset), dando carácter permanente a la suspensión de todas las actividades que pudieran desembocar en armamento atómicas. Teherán, que desarrolló durante años un programa nuclear clandestino, en manifiesta violación del Tratado de No Proliferación Nuclear, uno de los pilares del orden mundial, firmado por casi todos los estados del mundo, Irán incluido, mentía entonces, miente ahora respecto al pasado y al futuro y es de temer que también respecto al presente, afirmando que su programa siempre ha sido y será puramente civil.

Nadie se lo creyó ni se lo cree, pero damos por bueno el actual cumplimiento de sus compromisos de suspensión de actividades, pues quienes los inspeccionan no han detectado ninguna violación, pero no pueden entrar en instalaciones militares y las inspecciones las decide un comité en el que están representados los inspeccionados y además opera con un preaviso de casi un mes. En el mundo de Trump esto no tiene sentido y no será. Los misiles se quedaron fuera del Plan de Acción. Los tienen ya que alcanzan hasta Israel y más. Dado su coste e imprecisión no tienen sentido para llevar cargas convencionales. Si nunca van a tener cabezas atómicas ¿para qué los quieren? Y finalmente toda la intensa actividad militar en el Oriento Medio, la cruenta ambición hegemónica. Mucha tela que cortar.