Opinión
Presos políticos
Las reglas de la corrección política exigen negar la existencia en España de presos políticos. En una sociedad democrática, se dice, no cabe ese tipo de reclusos. Pero no es verdad. Tenemos presos políticos porque, en nuestro código penal, se definen varios tipos de delitos de esa naturaleza: sedición, rebelión y terrorismo se distinguen, en efecto, por su finalidad política. Cualquiera que tenga dos dedos de frente y unas pocas letras sabe esto; y sabe también que los delincuentes que, empleando la violencia o los procedimientos contrarios a la Constitución, son reos de esos delitos, podrían haber defendido sus fines políticos sin incurrir en ellos. Sebastián Castellio, allá por 1554, se lo dejó bien claro a Juan Calvino después de que éste ordenara la ejecución de Miguel Servet: «Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre». Albert Camus lo formuló de otra manera durante la guerra de Argelia: «Cuando el oprimido empuña las armas en nombre de la justicia, da un paso en la tierra de la injusticia».
O sea que tenemos presos políticos porque defendemos la democracia con el código penal. Por cierto que ninguno de los delitos políticos codificados tiene nada que ver con las opiniones de quienes los cometen. Nuestros presos políticos no son, por ello, presos de conciencia, aunque su propaganda pretenda lo contrario.
Ahora tenemos planteado un caso práctico, después de que el PNV le haya apretado las tuercas a Pedro Sánchez con el asunto de los presos de ETA. Su argumento –en cuya trampa ha caído el presidente del Gobierno pese a su simpleza– se parece mucho al adagio popular: «Muerto el perro, se acabó la rabia». Si ETA ya no está, dice Sánchez, tengo que cambiar la política penitenciaria. La ramplonería de esta idea es meridiana porque no tiene en cuenta la naturaleza política de los delitos cometidos por los de ETA. A mi hermano Fernando, lo mismo que a otros muchos, éstos le mataron para defender una idea, una finalidad política, la misma que la propia ETA ha definido en su declaración final: la «Euskal Herria reunificada, independiente, socialista, euskaldun y no patriarcal». Por eso, si Sánchez quiere ejercer la magnanimidad del vencedor –la democracia ha vencido a ETA, ha dicho– lo razonable es que exija a los derrotados –a los etarras presos– que repudien la violencia que ejercieron inútilmente y que soliciten el perdón; es decir, que reconozcan que podrían haber luchado por las ideas que defienden de una manera pacífica y democrática. Lamentablemente no va a ser así y las víctimas de ETA tendremos que volver a reivindicar la expresión de nuestro resentimiento.
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