Opinión

Nos afectará

Cuando se legalizó el divorcio o el aborto o el «matrimonio» homosexual, se pretextó que había una gran demanda social. Ahora el suicidio asistido –léase eutanasia– se va a introducir pretextando una inaplazable demanda social, pero con la boca pequeña. La realidad es que no hay debate social alguno y por no contar no cuenta ni siquiera la opinión de los futuros suicidadores léase, médicos, ni entre ellos la de los especialistas en cuidados paliativos, contrarios a tal reforma legal.

Conviene también salir al paso del pretexto de que la eutanasia va a ser una decisión íntima, personal, que a nadie se le va a imponer; que está ligada, por supuesto, a la libertad, o que oponerse a su legalización es meterse en la vida –más bien en la muerte– de los demás. Algo parecido se pretextaba frente a los opositores al «matrimonio» homosexual o al aborto, casos en los que como argumento comodín se decía que a nadie se le obliga a casarse con otra persona de su mismo sexo o a abortar. Ahora se emplea ese mismo comodín para decir que se podrá suicidar quien lo desee y bajo ciertas condiciones y que ejercerá un derecho; luego como ya hay un derecho a matar –aborto– lo habrá a matarse, eutanasia.

Se nos venderá así la apertura de otro espacio de autodeterminación, naciendo en el cosmos jurídico un derecho fundamental de nueva generación que en nada perjudica a sus detractores porque si perdemos la conciencia o la cabeza, el asunto se resuelve con un documento previo que deje bien claro que si no estamos en nuestros cabales, que no se nos suicide y se nos provea de unos cuidados paliativos hasta la muerte natural; y a falta de tal documento, teniendo bien aleccionados a los allegados sobre nuestros deseos. Eso quizás solucione el problema en lo personal y en los primeros momentos de la reforma que viene, pero con el tiempo irá a más, ahí está la experiencia del aborto, un ir a más que se nos ocultará porque estadísticamente la eutanasia computará como «muerte natural»: nunca se rebelará el número de eutanasiados, como tampoco, por ejemplo, el de hombres maltratados. Hay estadísticas que conviene silenciar o no hacer.

Se apelará a la experiencia de los «países de nuestro entorno», experiencia que muestra más bien que se va a que sean otros los que intuyan o deduzcan voluntades suicidas, como que quienes obstaculizan el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones sí les facilitarán suicidar a sus hijos. Será cuestión de tiempo que los equipos de suicidadores lo formen profesionales comprometidos con la eutanasia, controlados por comisiones proeutanasia. Por tanto, no vale un simplista «a mí no me va a afectar», porque sí, nos afectará, y no se trata de fantasear porque tenemos la experiencia de allí donde ya llevan años de eutanasia.

Y no es hacer ciencia-ficción preguntarse por lo siguiente. Ahora es la eutanasia pero, ¿qué tienen en cartera quienes quieren diseñar una sociedad a medida de su nihilismo o de su idea cosificadora de la persona? Si hiciésemos una lista de aberraciones de hoy, derechos del futuro, quizás la próxima iniciativa «liberalizadora» podría ser –¿por qué no?– la trata de blancas o legalizar la pederastia: ¿acaso no satisfarían ciertas tendencias sexuales?

Cuando el valor «vida humana» está en saldo y no es un bien intocable, blindado, estamos bajo un edificio que se desmorona y algún cascote nos alcanzará y lo hará bajo alguna de las variadas formas de violencia que surgen cuando se ningunea la vida humana, especialmente la de los más indefensos o débiles. Ejemplos hay muchos y por citar uno de ahora –aun aparentemente alejado– ahí está una realidad que ya no se silencia y que responde también al término «suicidio», en este caso el demográfico. Cómo hemos llegado a que España se quede sin futuro llevaría a un análisis profundo y serio no tanto economicista, como sobre las concepciones imperantes sobre la vida y que se han inyectado en la mentalidad de varias generaciones. De hacerse y se verá que a donde hemos llegado no le es ajeno, más bien lo contrario, la devaluación del valor «vida humana».