Cargando...

Opinión

La paz

En las sociedades prósperas es curioso comprobar como, cuando aparece una controversia de gravedad, la población se divide automáticamente en dos bandos numéricamente muy igualados. Suele darse, además, tal compensada división precisamente cuando esa controversia afecta a las cosas más básicas de la vida: cosas como la manera de organizarse, la manera de circular por la calle o, simplemente, tal como ha sucedido ahora en Italia, la manera de conseguir que los puentes no se nos vengan abajo.

A la hora de rendir honras fúnebres a las víctimas del derrumbe, el colectivo afectado se ha dividido una vez más en dos bandos: los que opinan que los lamentos de los políticos y sus pompas fúnebres son una farsa y los que opinan que esa pompa es al menos una manera de rendir un último gran recuerdo a los que no volverán a estar entre nosotros. Probablemente ambas partes tengan algo de razón. Pero lo que queda claro es que, con esa facilidad que muestran las masas humanas para dividirse en bandos, quienes están obligados a ser prudentísimos en sus afirmaciones son los políticos. Es una exigencia inexcusable para no alentar más quiebras y grietas añadidas en la manera popular de enfrentarse a los asuntos candentes.

Todos sabemos que cuando un puente se cae es porque está mal hecho, mal cuidado y encima ha tenido un poco de mala suerte. Sabemos también que, al cabo del tiempo necesario, la correspondiente investigación terminará diciendo ni más ni menos eso mismo y será más fácil dilucidar quién tenía la responsabilidad de hacer bien las cosas que no se han hecho. Por eso lo que no aporta nada ahora es echar, cretina y prematuramente, las culpas a nadie cuando todavía no se dispone de las informaciones necesarias para saber por qué ha sucedido el drama. Si eso se hace, nadie puede extrañarse entonces que los afectados se resistan a acudir a cualquier acto encabezado por ese tipo de políticos bocineros. El público en general, aquel que pisa la calle de cada día, lo que quiere es paz y que el suelo no se hunda bajo sus pies. Y sabe que no se puede estar gritando como un poseso para luego pedir paz. La mejor manera de conseguir normalidad es hacer las cosas normalmente.