Opinión

Belay, al Rumy

En Gijón, que alberga precisamente el suelo donde yo nací, lo que hace que el corazón se me revuelva cada vez que llega desde allí una noticia, se ha decidido celebrar este años el mil trescientos aniversario de diversos acontecimientos que deben reintegrarse en aquella primera memoria histórica que aún nos permite a los asturianos decir que «Asturias es España y lo demás tierra recobrada». Naturalmente el centro de atención en esta caso se halla en Covadonga y en el culto a la Virgen que de modo estrecho se vincula a aquel simple varadero que los Reyes Católicos convertirían en uno de los puertos de más singular importancia de la costa cantábrica y que aparece también unido a Bilbao porque por decisión de marinos vascos también Begoña es el calificativo que acompaña a la patrona de aquella ciudad. Todo ello implica el reconocimiento de ciertas condiciones. Sí, el 718 nació Asturias. Faltaban cuatro años, según los cálculos precisos de don Claudio Sánchez Albornoz, para que se produjera aquel encuentro que iba a invertir las tornas en la historia de Europa. No son las dimensiones materiales las que tornan capitales a los sucesos, sino los ecos que despiertan en el corazón de las personas.

Gijón era entonces una de las sólidas fortalezas establecida por Roma a orillas del Cantábrico. Su nombre latino es Xasum, es decir Peña pues contaba con un alto rocoso que cuando las mareas se tornaban muy elevadas pasaba a ser una isla. Pero contaba con unas termas atrayentes para la salud y la limpieza y junto a ellas se alzaba la iglesia cristiana de que tenemos noticia y que sigue usando el nombre de san Pedro correspondiente a Roma. Durante siglos, sin que faltaran los percances amargos como el de 1936, esta iglesia ha conservado para los gijoneses su acendrado valor. Los musulmanes que intentaban en los primeros años después del 711 montar una fórmula de convivencia aprovechando la alianza con los witizanos decidieron hacer de este bastión fortaleza esencial y enviaron tropas suficientes a las órdenes de cierto Munuza. Es curioso recordar al lector que en este caso y aun tratándose de un invasor infiel la memoria histórica no haya entrado en juego. Todavía hoy una de las calles principales del centro de la ciudad sigue llevando el nombre de Munuza.

Pues bien, aquí comenzó todo. Se trataba de llegar acuerdos con la población hispano-romana para acomodarla al nuevo régimen político que en Córdoba tendría su centro principal. Fueron varios e importantes los nobles que considerándose enemigos de Rodrigo aceptaron la formula; a fin de cuentas su partido había tomado parte en Guadalete pero dentro de los obedientes a Tariq. Incluso la iglesia toledana gobernada por Oppas parecía dispuesta a entrar en negociados buscando en el arrianismo recursos que permitieran modificar el dogma y evitar que el cristianismo fuese rechazado como politeísmo al afirmarse la Trinidad. De aquí nacería pocos años más tarde el adopcionismo –Jesús no pasa de ser hijo adoptivo de Dios– que precisamente sería combatido con pleno éxito desde Asturias. No hay que olvidar que Beato de Liebana y los que descubrieron la tumba de Santiago eran columnas esenciales de aquella primera asturianidad. A los montes y valles de la larga cadena de montañas corresponden afirmaciones plenas de la europeidad en cuanto legítima herencia de lo que fuera antes la romanidad. El witizismo puede considerarse como abandono o traición a lo que en el siglo VI ya había llegado a ser clara expresión de doctrina en donde la persona humana adquiere protagonismo.

Pelayo debía de formar parte destacada de aquella nobleza que apoyara a Rodrigo en sus grandes proyectos. Por consiguiente también debió ser una víctima de la derrota. Munuza intentó ganarlos hacia las nuevas corrientes. Los cronistas que se refieren a este año capital recogen incluso la leyenda de que entre los proyectos del gobernador musulmán estaba incorporar a su harem a una hermana de Pelayo. Este, convertido en una especie de rehén fue enviado a Córdoba sin duda con ciertas pretensiones de hacerle cambiar aprovechando su juventud. El más antiguo y más fidedigno de los cronistas musulmanes, el Ajbar Macmua, precisa su nombre como Belay el-Rumi. Se trata de un dato importante: Pelagio no era un nombre godo, sino romano y así es lógico que en la mente del sarraceno toda su tarea se centrase precisamente en este punto: un romano es el que defiende la conservación de las raíces plenas de la latinidad.

El golpe se inició precisamente el 718. En Córdoba Pelayo descubrió todo lo que había detrás de esa política de coalición con lo que quedaba en pie del witizanismo y decidió huir. Retornó a Asturias donde le esperaban partidarios y también refugiados que habían preferido usar valles y montes con la costa cercana que aseguraba las comunicaciones para ofrecer una resistencia al enemigo Y pronto pudieron los musulmanes darse cuenta de que aquel bastión de resistencia era más sólido de lo que en principio creyeran. Para berberiscos y árabes aquellas tierras altas del lejano norte ofrecían escasas condiciones de vida. El africano siente el aire que viene del desierto. Hay que tener en cuenta que ese mismo año 718 los invasores podían utilizar el camino de Pamplona para el nuevo y gran proyecto de las Galias.

El emir Alqama decidió emplear una parte de las tropas para someter aquel reducto asturiano que amenazaba consolidarse. Con él marchaba don Oppas. Se trataba pues de imponer la sumisión a los esquemas ya acordados. Pelayo ofreció resistencia y aunque al principio experimentó pérdidas que le obligaron a refugiarse en las montañas el 28 de mayo del 722, según acierta decir Sánchez Albornoz, llegó la victoria en las peñas de la que hoy llamamos cueva de Covadonga. Gijón fue recobrado y Munuza emprendió la fuga. Asturias acababa de prestar el primero de los grandes servicios que permitirían la restauración de Europa. Poitiers vino después. No se trataba todavía de un reino que tardaría un siglo en organizarse, pero era ya el comienzo de la restauración de ius civium romano.