Opinión
Pedir credibilidad a quien no tiene credibilidad
El Fondo Monetario Internacional recortó ayer sus previsiones de crecimiento para España. En lugar de expandirnos a una tasa del 2,8% durante el presente ejercicio, el organismo presidido por Christine Lagarde augura ahora una mejoría del 2,7%. La minoración de nuestra tasa de crecimiento viene indudablemente avalada por el bajón interanual que ya experimentó durante el segundo trimestre de este año, el 2,5%, por debajo de lo que prevé el Fondo para todo 2018, de aquí a peor. Es en este contexto de incuestionable ralentización nacional en el que el FMI le ha pedido al Gobierno de España que apruebe unos presupuestos para 2019 con un paquete de medidas «creíbles» capaces de reducir el déficit hasta los objetivos consensuados con la Comisión Europea. No es de extrañar. Si cada vez crecemos menos, la sostenibilidad de nuestra deuda podría llegar a ser cuestionada, motivo por el cual necesitamos sanear nuestras finanzas públicas tan pronto como podamos. Durante los últimos años, la bonanza económica ha enmascarado la debilidad de nuestra solvencia, pero ese período de gracia podría estar llegando a su fin. Si crecemos menos, nuestra montaña de deuda y nuestra sangría de déficit volverán a ser problemas serios para la comunidad inversora. Para evitar este riesgo, la institución sólo nos pide medidas eficaces para reconducir el desequilibrio presupuestario. Ni siquiera nos ha reclamado que lo reduzcamos de un modo específico, ora subiendo impuestos, ora recortando el gasto. Tan sensata recomendación del Fondo, empero, va a caer inevitablemente en saco roto. En esencia, porque ni la política económica de este Ejecutivo merece credibilidad alguna, ni la aritmética del Parlamento sobre la que descansa su desacreditada gobernabilidad merece, tampoco, ningún tipo de credibilidad. Y es que, por un lado, el Ejecutivo de Sánchez ha mostrado una absoluta y reiterada desorientación sobre cuáles son sus planes financieros para España. Los globos sonda del Ministerio de Hacienda –impuesto a la banca sí, impuesto a la banca no; subida del IRPF a las rentas altas no, subida del IRPF a las rentas altas sí; impuesto al diésel sí, impuesto al diésel no, impuesto al diésel nuevamente sí; indexación de las pensiones exclusivamente al IPC sí, indexación exclusivamente al IPC no; etc.– ponen de manifiesto la total carencia de un itinerario prefijado para ajustar nuestro déficit público a largo plazo. Preguntémonos si no algo tan elemental como qué estructura de ingresos y de gastos ambiciona Sánchez para el futuro de nuestro país. Ni lo sabe él, ni nosotros, por tanto, podemos saberlo tampoco. ¿Cómo confiar entonces en las erráticas ocurrencias de quien sabemos que sólo tiene la mirada puesta en la próxima cita electoral? Pero, por otro lado, aun cuando el proyecto presupuestario del PSOE estuviera adecuado y suficientemente definido, su poder parlamentario para implantarlo terminaría en cualquier caso fracasando, o dicho de otra manera, aunque las propuestas tributarias de Sánchez fueran creíbles –que no lo son–, la negociación frankensteiniana que habría de realizar para poderlas aprobar haría que tales propuestas acabaran siendo irreconocibles, incoherentes, insostenibles e irrealizables. Ningún crédito merece, pues, aquel cuya subsistencia profesional depende de actores políticos que no merecen crédito alguno. Hallándose ante semejante cul-de-sac financiero, el camino lógico a transitar debería ser el de la convocatoria inmediata de elecciones. No porque haya que aprobar unos nuevos presupuestos a cualquier coste –siempre he sido de la opinión de que resulta muy preferible prorrogar unos viejos presupuestos mediocres que aprobar unos nuevos presupuestos malos–, sino porque la acelerada desaceleración a la que nos estamos enfrentando sí requiere de un conjunto de reformas –fiscales y estructurales– que sean audaces, liberalizadoras y, como recordó ayer mismo el FMI, creíbles. Y eso es algo que este Gobierno acorralado y capitidisminuido jamás será capaz de hacer, por falta de convicción, de proyecto y de apoyo parlamentario. Es hora de colocar las urnas y de que, al menos, se permita a la sociedad española la posibilidad de configurar una nueva mayoría política que no se quede de brazos cruzados ante el parón económico que se otea en el horizonte.
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