Opinión

Abrazos que matan

El acuerdo presupuestario al que han llegado el Gobierno y Podemos ha sido interpretado por cada medio de comunicación según su línea editorial, pero sin tocar el fondo político del asunto. Para los más conservadores, contiene medidas muy intervencionistas en el mercado de alquiler de viviendas, en el del trabajo, debido a la subida del salario mínimo o incrementan la fiscalidad sin que ello vaya a contribuir ni a la recaudación ni a la eficiencia tributaria.

Para los medios más progresistas son unos presupuestos que rompen con la insolidaridad que ha producido la austeridad de los años de gobierno del señor Rajoy y significan un retorno a la senda del Estado de Bienestar.

Sin embargo, los Presupuestos Generales del Estado, aun siendo el documento económico más importante que aprueban las Cortes, tienen una relevancia política mayor.

Es relevante quienes suman sus votos para sacarlos adelante porque eso determina una orientación u otra. Cuando la extinta CIU daba luz verde a la propuesta presupuestaria, significaba más dinero para Cataluña, si los honores los hacía el PNV, era lo propio para Euskadi.

En esta ocasión, de momento se ha puesto el acento en el gasto social, que es lo que ha transmitido Podemos como exigencia, quitando al PSOE ese marchamo, pero aún hay que esperar a la disposición y exigencias de ERC y PdeCAT, que en principio se antojan difíciles.

El señor Iglesias y el presidente del Gobierno se han apresurado a sellar el primer acuerdo por todo lo alto, en el Palacio de la Moncloa. El movimiento parece beneficiar a ambos, en un país en el que la política de gestos y titulares rige el día a día la lectura no va más allá y la crítica se ciñe al guion previsto.

El señor Sánchez proyecta que España es gobernable a pesar de sus números parlamentarios. Es como aquel acuerdo de investidura con el señor Rivera, que logró transmitir la idea de que era posible ser investido presidente, en febrero del 2016.

Podemos da su apoyo por sus propios intereses. Cree que los separatistas devorarán al Gobierno y eso no será responsabilidad suya que sí estuvo para pactar un presupuesto más social.

Hasta aquí, bueno para los dos. Pero una mirada más en detalle puede dar lugar a otras lecturas. Podemos representa para muchos sectores de votantes un partido demasiado radical como para considerarlo un partido solvente y de gobierno. Esa imagen se ha fomentado desde el propio PSOE en otras ocasiones.

Desde esa perspectiva, su apoyo puede ser mal recibido, si se visualiza como el socio principal de los socialistas.

Para el señor Iglesias tampoco es excesivamente positivo. Fortalecer la confrontación en el eje derecha-izquierda puede beneficiar a los partidos clásicos, pero no a los nuevos actores que se nutrían de la confrontación «lo nuevo frente a lo viejo».

Al final, lo que queda en el interior de los votantes es la idea de que en caso de unas nuevas elecciones, habría un gobierno de coalición con la mitad de las carteras podemistas. De hecho, algunos entornos de confianza del presidente transmiten que el número de ministerios es tan elevado porque se hizo pensando en el futuro.

Por otro lado, el PP no atraviesa su mejor momento y, aunque su líder ha aparcado los problemas judiciales, no termina de clarificar si su proyecto es neocon, liberal o conservador clásico y eso genera desconfianza.

Sin embargo, en política lo que más une son los enemigos y la posibilidad del señor Iglesias como vicepresidente del Gobierno deja a VOX sin votantes por el voto útil al PP. Los acuerdos cómo se exhiben hay que medirlos mejor.