Opinión

Suárez, doctor «honoris causa»

El día de santa Teresa, en Valencia, la Universidad Católica san Vicente Mártir le otorgó el título de «Doctor Honoris causa», a título póstumo a D. Adolfo Suárez, exPresidente del Gobierno de España en la transición. Fue un hombre de profunda y arraigada fe cristiana. Así, y por eso, fue el Presidente del Gobierno de la Concordia que se volcó en la Constitución de la Concordia. Esto, el ser cristiano, no quedaba en la esfera de lo privado, sino que, como él mismo me decía, «pienso en cristiano y así trato de actuar en cristiano en la vida pública», y así fue, de verdad el Presidente de todos y para todos. Es esto mismo lo que está llamada a ser una Universidad Católica: ayudar a pensar en cristiano, actuar en la vida pública como cristiano sin ocultarlo ni ponerlo entre paréntesis, superar el foso inexplicable entre la fe y la razón, atreverse a impregnar la cultura y la sociedad con el humanismo verdadero que esto entraña, ser capaz de dialogar y colaborar con todos. Así quedó plasmado y de manifiesto en la Constitución Española obra de todos y con mentalidades bien distintas, pero con una preocupación común: el hombre, la sociedad, España, a la que pertenecemos todos en unidad y entendimiento; esto quedó en el conjunto de la Constitución Española, pero sobre todo, quiero citar particularmente dos artículos centrales y decisivos para el futuro de una España reconciliada y unida, libre y con afán de entenderse, en los que fue decisiva la actuación del Sr. Presidente Suárez: el artículo 15 sobre el derecho a la vida, y el 27 sobre el derecho a la enseñanza. Con respecto al derecho a la vida me comunicaba en una ocasión: «Yo sí que sé como hay que interpretar este artículo¸ que no venga nadie a dar otras interpretaciones. Cuando me llegó el texto corregí con esta pluma que tengo en mi mano, con esta que tengo en mi mano: “Todo ser humano tiene derecho a la vida”; con todo lo que significa ese “todo ser humano”, frente a otras visiones reductores de la vida y del hombre; pero es que además, en esta misma línea es como se entiende el gesto nunca suficientemente reconocido ni ponderado de su hija Mariam en estado de gestación: ella y su marido, él con ellos, decidieron que prosiguiese el embarazo, naciese el hijo, y mientras, iba creciendo el cáncer que le llevó a la muerte. Cuando apareció la Encíclica “Evangelium Vitae”, la leyó en seguida, como hacía con otros documentos papales, y me comentaba, cuando yo no la había leído todavía enteramente: “Te he ganado, yo ya la he leído; y me he sentido muy confortado y confirmado por la enseñanza del Papa Juan Pablo II y me he reconciliado interiormente con él». A propósito del otro artículo, el 27 sobre la educación, me comentaba: «A mis representantes, los representantes del Gobierno, de la UCD, les he dicho, o les dije, que en este artículo no podemos ceder, porque lo que está en juego es quién educa: el Estado o la familia; si es el Estado, no hemos salido todavía de la dictadura, no hemos pasado a la democracia, a la libertad. Además ha de mirarse a la persona y a la educación integral de la persona para el bien común”. Por eso recientemente en un coloquio público con un político de la izquierda, los dos reconocíamos que este artículo 27 de la Constitución, clave en ella, es el auténtico, el grande y mejor pacto sobre enseñanza al que deberíamos atenernos. Este artículo 27 y el anterior indicado, el 15, junto con el 16 sobre libertad religiosa y de conciencia, son claves en el pensamiento de Adolfo Suárez. Tras ambos artículos 15 y 27, está la cuestión de la persona y el bien común, y los derechos fundamentales que deben regir una sociedad libre y democrática, respetuosa total de la dignidad de la persona humana, en la que siempre creyó y por la que luchó siempre. Esto ha sido decisivo: sólo por esto merecería el otorgamiento del título «causa honoris» que hoy le otorga esta Universidad. Pero esto mismo, además del bien que supone y de la verdad que entraña por sí y en sí mismo, tiene mucho que ver con lo que es una Universidad Católica, en concreto en la que estamos y para la que estamos. Es una visión antropológica que estaba muy arraigada en el pensamiento de D. Adolfo. Incluso su carrera y dedicación política no anda lejos de esa visión del hombre que llevaba en su más profunda entraña. Fue un político primordialmente –no un profesor ni un hombre de ciencia– que tuvo una visión política y un hacer política en la que siempre ha estado, estuvo, presente su preocupación por el hombre, por el bien común, por la atención a las clases más necesitadas, por los derechos y las libertades, por la justicia y por el entendimiento entre todos, y la superación de los conflictos y de las enemistades y enfrentamientos sobre la base de unos principios irrenunciables que tenían que ver con el derecho y con nuestras raíces históricas e identitarias de nuestro pueblo, de España. Con sencillez y con respeto pleno a las convicciones ajenas y afirmando sin ambigüedades y reclamando respeto para las propias, convencido de que es posible y necesario el entendimiento ha actuado, actuó, en el campo de la política y de la transición política, cuya ejemplaridad en buena parte a él se le debe. Es verdad que no estuvo solo y que junto a él habríamos de mencionar en justicia a cuantos hicieron posible con él aquella transición y aquel espíritu de la transición, que tanto necesitamos en los momentos actuales. Con él estuvieron, en primer lugar el Rey Juan Carlos I, al que secundó tan admirablemente; y tantos otros, cuyos nombres todos conservamos en nuestras mentes y memoria. Era célebre aquella expresión tan suya: «Puedo prometer y prometo» . Pues también ahora recibimos este legado suyo y la promesa que nos legó, tan ilusionante, que merece un «Doctorado Honoris Causa» por la Facultad de Derecho de esta Universidad. Un hombre libre que verdaderamente entregó su vida por los demás con toda sencillez y que posibilitó que a su alrededor todos nos sintiéramos libres, como ocurría y se palpaba en su trato cercano.