Opinión

La reforma de las pensiones

Grosso modo existen dos tipos de sistemas públicos de pensiones: los contributivos y los asistenciales. En los contributivos, cada trabajador entrega una parte (generalmente elevada) de su salario a la Seguridad Social a cambio de devengar el derecho a percibir en el futuro una pensión que guarde cierta proporción con las cantidades cotizadas en su vida laboral; en los asistenciales, no existen cotizaciones sociales específicas, sino que el Estado utiliza los impuestos generales para proporcionar a todos los ciudadanos una pensión mínima universal. Como es lógico, en los sistemas puramente asistenciales la pensión mínima es sólo una de las diversas fuentes de los ingresos que recibe un pensionista al jubilarse: adicionalmente, estos regímenes suelen incentivar mecanismos de ahorro complementario que acrecienten el saldo de esa pensión mínima universal, volviéndolo así proporcional a los salarios percibidos (y ahorrados) durante la vida laboral. En principio, el sistema español es de tipo contributivo: los pensionistas reciben unas rentas cuya cuantía depende de su base histórica de cotización. Sin embargo, desde hace varias décadas, y al socaire de la crisis de sostenibilidad de la Seguridad Social, se está produciendo una transición silenciosa desde el sistema contributivo hacia el sistema asistencial: por un lado, las pensiones mínimas de la Seguridad Social se están incrementando al margen de cuál haya sido la base de cotización de sus perceptores; por otro, las bases máximas de cotización están aumentando sin que se acrecienten las pensiones máximas pagaderas por el sistema. O dicho de otro modo, la Seguridad Social está perdiendo su carácter contributivo a marchas forzadas: lo que uno cotiza guarda cada vez menos relación con lo que uno percibe al jubilarse. La propuesta de elevar las bases máximas de cotización en un 12% –sin aumentar las pensiones máximas– ahonda en ese cambio hacia el modelo asistencialista. El drama ya no es que adoptemos el asistencialismo, sino que optemos de tapadillo por este camino sin habilitar mecanismos de ahorro complementarios privados. El resultado es conocido: igualdad en la pobreza.