Opinión

SMI: Prejuicios antes que evidencias

Dentro de la ciencia económica existe un interesante debate académico acerca de cuáles son los efectos del salario mínimo sobre el empleo. Por un lado, un nutrido (y mayoritario) grupo de economistas piensa que, en la medida en que el salario mínimo se ubique por encima de la productividad marginal de los trabajadores (esto es, en la medida en que se obligue a los empresarios a pagar a sus empleados un sueldo superior al valor añadido que aportan dentro de la compañía), la consecuencia inevitable será el desempleo. Los empresarios preferirán no contratar a aquellos trabajadores que, debido a la imposición de un salario mínimo, les resulten más caros que provechosos. Dentro de esta corriente también se adscriben todos aquellos que, si bien no temen aumentos del paro, sí consideran que el salario mínimo puede generar otros efectos análogos como la reducción de horas trabajadas; la sustitución de empleo no cualificado por empleo cualificado; la mecanización de aquellas ocupaciones con menor valor añadido; la desaceleración del ritmo de creación de puestos de trabajo, o la minoración de los salarios reales de los ciudadanos más pobres.

Por otro lado, algunos economistas opinan justo lo opuesto que los anteriores: a saber, que la elevación del SMI podría contribuir a potenciar la generación de empleo (técnicamente: si el mercado laboral fuera de tipo monopsónico, una elevación forzosa del SMI contribuiría a elevar tanto el salario como el nivel de empleo de la economía). Se trata de dos visiones contrapuestas sobre los efectos de esta controvertida política que, en todo caso, habría que analizar en qué medida resultan aplicables para el caso español. Si, por ejemplo, el efecto previsible en España de la subida del SMI fuera el de la destrucción de empleo, entonces convendría evitarlo. Si el efecto previsible fuera en cambio el de un aumento de los salarios y del nivel de empleo, entonces convendría promoverlo.

De momento, sin embargo, el grueso de la evidencia para nuestro país apunta en la dirección de la destrucción de empleo: la AIReF ha estimado que la subida pactada por PSOE-Podemos para 2019 podría destruir 40.000 puestos de trabajo; y, más recientemente, el Banco de España ha elevado la previsión hasta los 150.000. ¿Cuál ha sido la réplica de PSOE o de Podemos ante tan negativos pronósticos? Matar al mensajero. Por ejemplo, hace un par de días, Pablo Echenique descalificó al Banco de España acusándole de no haber visto «venir la mayor crisis/estafa bancaria desde 1929», mientras que ahora pretendía «predecir hasta el nombre, los apellidos y el sabor de helado favorito de las personas que van a irse al paro si subimos el SMI a 900 euros».

Es decir, en lugar de elaborar una estimación metodológicamente tan sólida como la del Banco de España y exhibir (si es que pueden) los resultados opuestos en los que fundamentan sus decisiones políticas, desde PSOE y Podemos se opta por gobernar a golpe de prejuicio ideológico, desdeñando toda evidencia que ponga en tela de juicio sus estrafalarios planteamientos programáticos. Una izquierda homeópata.