Opinión
Pesimismo empresarial
La economía se mueve esencialmente por expectativas. Nuestra prosperidad futura depende de la inversión presente y, a su vez, la inversión presente depende en gran medida de las expectativas que los empresarios mantengan a propósito del futuro: a la postre, para que un empresario se lance a invertir ha de esperar que su plan de negocio le reportará ganancias, lo que obviamente dependerá del comportamiento esperado de sus clientes, del comportamiento esperado de sus competidores o del comportamiento esperado de sus proveedores. Desde luego no pretendo afirmar que todo ese conjunto de expectativas que determinan el rumbo de la inversión empresarial se basen en meras emociones irracionales sin raigambre alguna en la realidad. El comportamiento de los agentes económicos no es puramente errático y aleatorio, sino que también responde a las condiciones objetivas que los rodean. Si esas condiciones objetivas mejoran, cabrá esperar que su comportamiento sea más favorable al crecimiento económico; en cambio, si esas condiciones objetivas empeoran, cabrá esperar lo contrario, a saber, que su comportamiento sea menos favorable al crecimiento económico. Es por este motivo por el que las buenas noticias tienden a realimentarse en forma de círculo virtuoso mientras que, en contrapartida, las malas tienden a realimentarse en forma de círculo vicioso. En el caso concreto de la economía española, ya disponemos de una amplia variedad de indicadores que apuntan en la dirección de unas peores expectativas para el próximo ejercicio. Una de las más recientes, por ejemplo, fue la constatación de que nuestro PIB se estaba expandiendo al menor ritmo desde que arrancara la recuperación económica (dos trimestres consecutivos al 0,6%), lo que también se tradujo en un más moderado ritmo de creación de empleo entre julio y septiembre. Pues bien, tal empeoramiento de las condiciones objetivas de nuestra economía no se está quedando recluido al frío reino de las macro-estadísticas, sino que también está comenzando a contaminar directamente las perspectivas de negocio de los empresarios españoles. En particular, una reciente encuesta de PwC a 400 altos directivos de compañías nacionales recoge un 87% de los empresarios prevé que nuestra economía no mejorará durante los próximos doce meses: 27 puntos más de quienes opinaban eso mismo hace un año. Asimismo, el porcentaje de directivos que piensa que nuestra economía atraviesa por un buen momento, si bien continúa siendo mayoritario, ha descendido en 17 puntos durante los últimos cuatro meses. No están solos en este pronóstico: la Comisión Europea recortó sus previsiones de crecimiento para España a lo largo de 2019. Claramente, pues, se está viviendo un enfriamiento de las expectativas de aquellas personas que han de decidir la mayor parte del volumen de inversiones dentro de nuestro país: y una reducción de esas inversiones podría ocasionar que la evolución de nuestra economía sea todavía peor de la inicialmente esperada. ¿Qué está haciendo el Gobierno socialista en medio de este contexto tan delicado? Amenazar a los empresarios con subir casi todos los impuestos que directa o indirectamente les afectan y con revertir parte de las reformas regulatorias que han dotado de cierta flexibilidad al sector privado. Lo contrario de lo que debería estar haciendo.
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